jueves, 18 de diciembre de 2008

LA SIRENA





Había jurado que la hallaría, a pesar de los descreídos, de los niños que ya no escuchaban cuentos y de aquellos que ya no creían en los sueños.
Iba a encontrarla, la atraparía y traería como prueba de que no mentía. La seguridad que dominaba todos y cada uno de sus pasos le venía de un sueño que se le repetía noche a noche; la sirena le llamaba desde algún sitio que aún no alcanzaba a definir. Su canción lo llenaba de una nostalgia indescriptible, trayéndole imágenes borrosas plenas de voluptuosidad, provenientes tal vez de una existencia anterior, llevándolo a estar dispuesto a romper todas sus ataduras y hasta su propio pasado con tal de ir a su encuentro.
Estaba tan seguro de encontrarla que no le importó vender su casa y su auto para comprarse una pequeña embarcación, que equipó con todo lo imprescindible para después de atraparla llevarla a su nuevo hogar, una pecera gigante que ya tenía preparada.
Recorrió en vano de orilla a orilla, muchos mares y aunque muchas veces estuvo a punto de encontrarla llevado por la magia de su canto, su imagen se diluía entre las profundidades, para volver a aparecer muchas millas por delante. Esto originó que la soñara despierto, olvidando el transcurso de las horas y los días. Aprendió a amarla a pesar de las diferencias morfológicas. Se regodeaba en la visualización del primer encuentro, de la posesión de un tesoro tan único como irrepetible.
Si bien en un principio imaginó contemplarla a solas en su superpecera, pensó que lo mejor sería exhibirla orgulloso de haberla encontrado. Absorto en sus cavilaciones y con la seguridad de haber escuchado de nuevo su embriagante canto, extravió el rumbo. Y al comprender que estaba perdido en el mar, se abandonó a la deriva; al terminarse las provisiones vivió de agua y de sueños; cuando comenzó a agotarse el preciado líquido, se recostó en la cubierta, entregado por entero a su delirio, deseando sólo morir con la imagen de su amada en las pupilas.
Lo despertó una suave melodía; al principio una nota apenas, a la que se sumó otra, y otra, en arpegio que iba tomando consistencia, tornándose canto. Se desperezó, sin saber aún si era presa de la locura, pero no: tan real como su propio cuerpo mal alimentado, observó sentada en una roca a su sirena.
Quién le hubiera dicho que su amada era parte de un grupo que se había arriesgado a subir a la superficie para probar que los hombres, esos seres que durante siglos habían tentado a sus antepasadas, eran algo más que leyendas. A la suya, su sirena, le encantaba nadar sola, perderse por las profundidades y de vez en cuando salir a la superficie para ver de lejos los barcos de los pescadores. Fue así cuando lo vio desmayado sobre la cubierta y cuando por un instante le pareció que el clavaba sus ojos en ella una sacudida recorrió su cuerpo, nunca había sentido algo así, y por ello se atrevió a entonarle su dulce melodía.
Sin embargó, no se atrevía a acercarse demasiado, por lo que estuvo varios días dándole vueltas al barco… Una tarde vio que el joven tomaba una barca de remos y se alejaba de la gran nave, le siguió y cuando se quiso dar cuenta había desaparecido, empezó a dar vueltas buscándole pero no le encontraba y entonces cuando emergió de nuevo apareció él ante sus ojos, al verlo tan asustado ella le sonrió y se sentó al borde de la barca y empezaron a hablar… Ella le contaba cosas de la vida en las profundidades y él le hablaba de los hombres y de sus viajes. Empezaron a enamorarse el uno del otro y se las ingeniaron para hacerse el amor. Así pasaron muchos días hasta que tras una noche de espantosa tormenta él desapareció. Ella lo buscó por todas partes sin poder encontrarlo y al anochecer regresaba al lugar de su primer encuentro llorando.
Y así pasó el tiempo, al sentirse embarazada ya no le divertía salir a nadar ya no le hacia gracia perseguir a los delfines, sólo se acercaba a los riscos y cantaba por su amor perdido. Un amanecer en el que el mar andaba revuelto vio unas extrañas cosas entre las piedras, cuando se acercó y las cogió pudo ver que eran restos del barco y en su corazón supo que su amor había muerto.
Un honda tristeza le embargó, ya no tenia sentido el esperar, ya no tenían importancia el mar y las estrellas, por lo que nadó hacia donde los grandes balleneros buscan sus presas… y cuando estuvo allí se pego a una gran ballena… se oyó un ligero zumbido cruzar el aire y un silbido callado desgarraba la tarde y el arpón se hundió en su pecho y la sirena se dejo ir al fondo del mar al encuentro de su amado.
Dicen los pescadores que allí en el golfo de Cortés, cuando el mal tiempo impide a los barcos salir a pescar, cuando la tarde se torna en oscuridad, si se fija la mirada a lo lejos se pueden oír los cánticos de una sirena y los llantos de su hijito, buscando inútilmente al marinero por entre el medio de las olas.

Saludos
Francisco Pardavé

EN UN LUGAR LEJANO




Estuvimos ahí en ese lugar lejano
amándonos con febril locura.
Yo más de cincuenta y ella mucho menos
detuvimos el tiempo y encontramos refugio
en aquel sitio pletórico de mar, luna y estrellas.

Escapábamos de la rutina
fundiendo nuestros cuerpos
que apasionados y ardientes
detuvieron la marcha de los tiempos

Nos dijimos mil palabras
prometimos muchas cosas

Fuimos amantes a través de una noche
que se hizo nuestra cómplice
al retener los minutos y las horas

Nos olvidamos de los demás
marido, esposa, hijos y todo
pensando que por siempre
ibas a dormir entre mis brazos

Fue un lugar distante donde la magia del amor
hizo que una noche cualquiera
se transformara en un universo pletórico de estrellas
que logró que para siempre
se fundieran nuestras almas