Abro los ojos, la luz es todavía muy tenue; tú yaces sobre el lecho con la cara apoyada sobre la almohada, mientras que tu pelo cae como en una caricia sobre tu cara. La sábana apenas te cubre medio torso, ofreciéndome la visión de tus hombros desnudos y parte de tu espalda. La suavidad de tu piel me llama a acariciarla, besarla; a sentir su tersura como de seda rozar la yema de mis dedos. Tu boca dibuja una débil sonrisa, casi imperceptible. Nunca te lo he dicho, pero es en estos momentos cuando me siento más enamorado de ti.
Me incorporo lentamente con temor de perturbar tu sueño. Algunos tímidos rayos de sol se cuelan furtivamente por la orilla de las cortinas para acariciar tu dulce rostro que me atrae con fuerza incontenible. Es un impulso de la naturaleza magnética y electrizante y... ¿Quién soy yo para resistir esa fuerza natural? ¿Qué soy, aparte de un pobre e indefenso ser humano? Yo mismo me respondo y comprendo que soy aquél que hace unos instantes compartía contigo el feliz reposo que ahora disfrutas. Soy quien te acompaña en las noches en las que el cansancio se desvanece, y también el que comparte caricias y besos contigo, como en un encuentro íntimo de dos, donde sólo nuestros cuerpos son los únicos invitados.
Me acerco más a ti intentando no despertarte con un brusco movimiento; de cerca la expresión de tu rostro es más y más irresistible. Me acurruco a tu lado pretendiendo tener el peso de una pluma, siendo consciente de lo imposible que es esa transmutación, y maldiciendo en todo momento mi impulsividad, si esta te arrancara el sueño.
Intento contener la respiración; el corazón me late de forma atronadora en el pecho pugnando por salírseme del sitio. Extiendo mi mano, y con el dorso de mis dedos, aparto con una caricia el cabello que navega por tu cara, ese rostro que es el espejo de mi felicidad. En ese momento, tu sonrisa crece y la habitación empieza a iluminarse. La expresión de tus labios brilla con luz propia, al instante que un aroma primaveral ataca mi olfato.
Cada vez me cuesta más contenerme y, como temiendo que te desvanezcas con mi contacto, me aproximo a ti con lentitud, con la respiración entrecortada a veces, contenida el resto del tiempo. Deposito un beso en tu mejilla, la cual cede bajo la presión de mis labios, recuperando forma natural cuando los separo de ti.
Tu cuerpo parece contraerse por un momento, como sacudido por una descarga eléctrica. Tu sonrisa se amplía y en ese momento, giras lentamente el cuerpo a la vez que lo cubres con la sábana. Abres lentamente los ojos, para volverlos a cerrar heridos por la luz de la mañana, cuyo brillo no puede rivalizar con la luminosidad que se desprende de tu mirada.
Muy despacio me miras desafiante, como si no te importase el hecho de que tus miradas mes deslumbran sin piedad; reprochándome el haberme separado por unos instantes de tu lado.
"¡Buenos días!" dices susurrando, y siento cómo tu voz acaricia mis oídos, para después bajarme cálida por la espalda y recorrerme todo el cuerpo. Me impregno de la sensación que deja en mí tu voz, y me dejo inundar por ella.
Vuelvo a inclinarme para besarte, con la seguridad que me da el saber que ahora son tus labios los que esperan los míos. Nuestras bocas se aproximan temblorosas a recibir el primer contacto del día, con la misma caricia con la que nos despedimos antes de quedarnos dormidos.
Al tiempo que el beso tiene lugar, una pequeña chispa prende en mi interior; luz que encuentra combustible en mi corazón, para de inmediato, convertirse en una llama avivada y alimentada por mi amor. Tiemblo por un instante, por que sé que esa flama se convertirá muy pronto en un incendio que arrase, queme y abrace todo nuestro ser, nuestra existencia, retroalimentando a la esencia misma de nuestro amor.
Buenos días –te contesto, mientras que nuestros cuerpos se abrazan fuertemente, agradeciendo a la vida el milagro de estar juntos. Te tomó de la mano y nos dirigimos hacia el baño donde tomamos una renovadora ducha. Observo de reojo tu bello cuerpo desnudo, tratando de no incomodarte con mis miradas. Por respuesta me atraes a tu lado y me haces reaccionar al abrir un poco más el agua fría. Reímos los dos y nos cobijamos mutuamente en la estrechez de nuestros brazos. "No vemos más tarde" –me dices, cuando desapareces por la penumbra de las escaleras. Yo, me quedó solo y me dirijo a la computadora, para tratar de hacerte este escrito donde te diga lo mucho que te amo…
FRANCISCO PARDAVE