lunes, 17 de noviembre de 2008

A LAS DOCE DE LA NOCHE

A LAS DOCE DE LA NOCHE

Alfredo sabía que sus sentidos estaban esa noche muy exaltados. De eso él se había encargado, en sus más de cuarenta años de desarrollarlos. Sus estudios de Sicología y Medicina, le habían ayudado a conocer al prójimo, pero más allá de esto, su innata capacidad de llegar y de percibir a la gente lo había maravillado en más de una ocasión.
Fue precisamente en su cumpleaños cuando, rodeado de sus más íntimos amigos y su familia, dejó de sonreír por un instante, y, apartándose del bullicio que la gente generaba, se le vio meditabundo; en verdad se notaba que estaba como perdido en el insondable mundo de sus pensamientos.
Ese día y en esa precisa fecha, una voz que provenía del más allá le había anunciado la fecha de su muerte. Al instante comprendió que ese 2 de noviembre dejaría de existir; de nada le serviría comentarlo con sus invitados ya que nadie podría creerle y sólo lograría preocupar a las personas quienes más lo querían.
Guardó silencio y trató de disimular el miedo casi paralizante que lo invadía.
Despidió de todos los invitados y al encerrarse en su recámara, se le presentó la imagen de una mujer, casi indescriptible por su belleza y voluptuosidad, quien, con una voz susurrante volvió a repetirle la fecha: "2 de noviembre", desapareciendo casi al instante.
Desde ese instante, sintió que dejaría de ver a sus seres queridos; miraba con tristeza su habitación, sus libros, su álbum de fotos, su casa, su jardín; aquello que durante toda su vida lo había cobijado, y a lo que él tanto había amado.
A sabiendas que su estado de salud era óptimo, sabía que no volvería a ver la luz del día. Para esperar la muerte se puso a leer y a escuchar música y se resignó a observar el paso de las horas.
Cerca de las doce de la noche, a pesar que no fumaba, fue a su estudio en busca de cigarrillos; entró a la estancia poco iluminada; se sentó frente a su computadora y comenzó a mandar mensajes de despedida. Al servirse un café, una mujer rubia, de ojos claros y con mucho maquillaje, se acercó a él, le preguntó la hora, se sentó a su lado dejando entrever unas piernas hermosas; tenía un perfume fascinante. "Como el que una mujer desconocida le había impregnado en París hacía muchos años”, pensó él.
Ella - la mujer rubia-, casi sin hablarle, lo tomó de una mano y lo invitó a hacerle el amor; él se dejó llevar por el impulso mientras seguía pensando: "Vaya día de muertos". Varias horas pasaron hasta que ella le preguntó: "Eres Alfredo, ¿verdad?"
- Sí, exclamó él. ¿Cómo lo sabes?... ¿Quién eres?
Lo miró, iba a contestarle, cuando el reloj de la sala tocaba la última campanada de las 12 de la noche....
Saludos
Francisco Pardavé
AL AMANECER

Al amanecer de en un día muy frío, ¿sabes mi amor lo que yo anhelo?:
recorrer cada misterio de tu cuerpo y con mis manos deslizarme por tu pelo.
Quiero aprisionar a tu silueta, con el carbón ardiente de mis ojos,
como un pincel sobre la dulce tela para esculpir tu figura de guerrera.
Quisiera que mis labios se encendieran con el fuego sublime de tú boca
para estallar en un inmenso beso que cincelara la dureza de tu pecho.

Necesito sentir el aire tibio del aliento que escapa cual suspiro de tus labios
para acallar toda la angustia que me oprime e iluminarme con tu luz sublime.
Quiero abrazar tu talle de princesa al compás de tu vaivén de diosa
buscando por entre el centro de tu cuerpo el dulce-amargo de tu licor divino
Déjame acercarme por tu nuca, y estremecer tus oídos con mis besos
Para escalar la cuesta de tus pechos y reposar entre sus pezones majestuosos.

Quiero sentir como tu pulso se acelera, como tu cara se sonroja y como el ritmo de tu cuerpo se incrementa, anunciándome que la erupción de tu cuerpo ya se acerca
Con tus manos te aferras a mi espalda y tatúas con tus uñas tus deseos
Mientras mis labios se prenden de tus pechos, y mis piernas aprisionan a tus ansias
Mi boca deja tu boca y se desliza sediento hasta tus labios
Imitando a un tierno colibrí que liba todo el néctar de tu boca.
Ahora mi boca y labios buscan probar la dulzura de ellos, besándolos, deslizando la lengua al contorno de sus pezones, atrapándolos con mis labios y chupándolos como el colibrí absorbe el néctar de su flor, mientras mi s manos, trazan sus líneas al contorno de tu piernas buscando la redondez de tus suaves glúteos, que guardan tu puerta trasera.
Mis manos se dirigen a tu entre pierna, en busca de tu deseado túnel de amor, mientras mi labios están en tu vientre., mis manos separan tu piernas, dejando expuesta al belleza de tu entrada al túnel de amor, sin pensarlo, mi boca busca probar le néctar que segrega tu gruta, ese néctar calido, dulce, surge ese capullo de afrodita, como un dulce apetecido por un chiquillo, que sólo piensa en comerlo lamerlo y chuparlo.
Tu cuerpo empieza a temblar y sin duda alguna, pide fundirse con mi cuerpo. Tu gruta de amor, abre sus labios para recibir a mi miembro, semejante al mástil mayor del velero que navega por el océano de amor.
Siento como la punta de mi sexo se abre camino entre los labios de tu túnel, entre las paredes ardientes de tu gruta, y como lo arropa tu interior y lo atrapa, como la flor que atrapa su insecto para devorarlo entero.
En un moviendo circular y de vaivén, mi mástil recorre el interior de tu gruta, se moja en el liquido calido de tu néctar, mientras tu cuerpo se retuerce en movimientos de placer, y cada segundo el interior de tu gruta desea devorar mas de mi mástil, y siento como su interior se contrae, para no dejarle escapar.
Mi mástil esta a punto de estallar, pero sabe que aun le falta explorar otra gruta, esa gruta prohibida, estrecha, pero aun así calida y deseada por muchos. Tu puerta trasera
Mi mástil sale de tu gruta y va en busca de explorar esa pequeña gruta prohibida, tu me dices que tenga cuidado, porque es frágil. Mis manos separar las hermosas y suaves montañas que le guardan celosamente, uno de los dedos palpa, la entrada rosada de tu gruta y siente la estrechez, trata de entrar, se dificulta un poco, pero logra abrirse paso.
Luego mi lengua humedece su contorno, tratando de abrirse paso en su interior, ahora siento el palpitar de mi corazón en mi mástil, como queriendo decir, que es hora de que el abra paso a través de su estrecha entrada.
Mis manos te toman de tus caderas y levantan tus montañas carnosas y las separan para dejar libre la abertura de tu gruta prohibida., dirijo la cabeza de mi mástil a su entrada. Se resiste abrirse, por instinto, por ser su primera vez. Derramo sobre su base un poco de aceite, para facilitar su recorrido, empujo, suave y firmemente, tu gimes. se siente la estreches de tu gruta, te duele un poco, lo se por tu quejido, pero dices que siga.
Mi mástil trata de acostumbrarse a esa sensación de estreches. Siento como el palpitar de los corazones se unen en el punto de tu estrecha entrada. Empujo un poco más y mi mástil se hunde un poco más, comenzando a explorar la nueva profundidad, nunca antes explorada. Me dejo llevar por el calor y el deseo y empujo mas fuerte, te arqueas, dices, que mas suave, pero sigo con mi movimiento. Hasta el fondo, gimes, un sudor recorre tu cuerpo. Me detengo. Es una nueva sensación, muy exquisita. Comienzo el vaivén, entro y salgo de tu estrecha gruta. Hasta que tu cuerpo y mi cuerpo se convierten en uno.
Ya no aguanto más la presión y mi mástil explota en tu interior, derramando en cada pared de tu gruta su ardiente liquido. Mientras tú, te arqueas y gritas y gimes de locura.

ABSURDA VENGANZA

ABSURDA VENGANZA
Con el alma fugada de mi cuerpo, vi como aquella bella mujer se iba desvaneciendo tras el horizonte sin hacer caso a mis voces, después de que la cólera había expulsado de mis labios aquellas palabras insultantes.
Sentí que huía como una presa acechada por una feroz y carnicera fiera. Corría sin mirar hacia atrás huyendo del sombrío depredador, temerosa de que un zarpazo pudiera arrebatarle la vida. Así pasó por última vez a mi lado, llevándose con su aroma todos mis sueños y mi aliento.
Cuando la conocí meses atrás, su actitud desafiante me agradó, como pudo haberme gustado el sabor ardiente de un buen tequila; era interesante, llamativa, casi una deidad en aquel desolado mundo en el que yo vivía. Y al tiempo en que atrajo mi atención, me propuse hacerla mía hasta que ese deseo llegó a obsesionarme por completo.
Después de muchos intentos pensé que por fin la había conquistado; sin embargo, sin decir palabra un día abandono mi lecho. Ahora no puedo evocar su rostro ni siento la tersura de su piel entre mis manos, pero por aquella afrenta a mi orgullo, juré que algún día podría hacerla víctima de mi venganza.
Ahora recuerdo que empezó a charlar con él, pero pensé que aquel individuo tan afeminado no representaba ninguna clase de competencia para mí, aunque después se convirtió en una plaga que destruía todos los momentos placenteros de nuestra convivencia.
El mundo entero comenzó a girar en torno a ella y me dejé envolver; no obstante, nunca pude encontrar el ardid adecuado para apoderarme plenamente de su esencia y me consumía a la espera del instante exacto en el cual pudiera atacar y ganar la guerra, pero ese momento nunca llegó.
Lentamente mis acciones se convirtieron en esclavas suyas, bastaba una palabra, un gesto, una breve insinuación para que yo obedeciera hasta sus más absurdos deseos. Ella levantaba un dedo y yo asentía.
Después de que se fue, tuvieron que transcurrir muchos años, antes de un encuentro repentino nos pusiera frente a frente; a primera vista no pudimos reconocernos: el vello cubría mi rostro y el cabello disfrazaba mi existencia, y aunque el tiempo había respetado su belleza la luz de sus ojos se había casi opacado.
Fue entonces cuando pude llevar al cabo mi desquite, le clavé los ojos como un puñal y apartándola de mí le pedí que se marchara. Ahora sé que no volveré a verla, porque prefiero llenar mis manos con su ausencia y mi mente con el dolor de mi absurda venganza.
De pronto me descubro hundido en unos ojos negros
Tan profundos que ni siquiera me imagino como puedo regresar
Son tan tristes, tan oscuros que su lobreguez me duele
Ellos fueron los que me encontraron
vagando entre siniestros parajes
sabiendo que me atraparían
y que yo no podría nunca escapar
Se detuvieron en mí mirada
Quizás cansados de otear de un lado a otro y
tratando de contar sus secretos a otros ojos ardientes y salvajes

Hace muchos años, en el mercado de un viejo puerto del norte de África, encontré a una mujer que vendía flores mostrando sólo unos cuantos pétalos de diferentes colores en sus manos sorprendentemente tatuadas.
Cuando me topé con ella yo llevaba un par de horas felizmente perdido en el tejido irregular de las callejuelas. Experimentaba esa forma de embriaguez que ofrecen los laberintos al enfrentarnos a lo indeterminado, al hacer de cada paso la puerta hacia una aventura. En cuanto me vio, vino directamente hacia mí. Su mirada en el rostro velado era altamente expresiva. Como si me gritara desde lejos con los ojos. Caminó unos quince pasos fijándome en sus pupilas negras sin un pestañeo. Pero un par de metros antes de estar a distancia de hablarme bajó la mirada un instante hacia sus manos extendidas. Vi los pétalos de colores y noté que rompía un par de ellos con dos dedos. Cuando levantó la mirada pasó lentamente a mi lado casi rozándome sin voltear un segundo a verme de nuevo. Después de venderme un par de ramos, me ofreció mostrarme al día siguiente su Jardín Interno. Los poetas se refieren a él para hablar tanto del corazón de sus amadas como del sexo atesorado y misterioso, promesa de placeres y reto para el jardinero que pacientemente lo siembra y lo cultiva. La proposición de la vendedora de flores me mantuvo sin dormir casi toda la noche.
Llegué antes y cuando ella se apareció, la seguí por un camino tan complicado que nunca podría tomarlo de nuevo. Era como un hueco oculto en ese punto donde el tiempo y el espacio se vuelven como espejos. Mientras avanzábamos yo observaba sus gestos lentos y sensuales, adivinando extrañamente su cuerpo debajo de una montaña de telas onduladas que se volvían muy expresivas con sus movimientos. Era un arreglo aparentemente natural pero ideado con un riguroso plan de recato extremo y también extrema coquetería, ya que sin duda, logra mostrar con terrible fuerza sugerida lo que burdamente esconde: la sensualidad deseable de la mujer obvia e intensamente deseante, viva.
Cuando al fin llegamos su jardín resultó ser un fresco y breve huerto de frutas y flores, inesperado entre pasillos estrechos de geometría aparentemente caprichosa, dentro de una bellísima casa cubierta de azulejos, también insospechada entre las callejuelas del puerto. No volví a salir de ahí hasta que ella lo decidió. Durante poco más de dos semanas fui, feliz y asombrado a cada instante, era su prisionero.
Una mañana me despertó con palabras en vez de hacerlo con las manos o con la boca como todos los días.
-¿Quieres observar mis tatuajes?
Le dije que sí. Eran grabados del tinte hecho de esa planta del desierto que según el Corán se encontraba en el paraíso al lado de los dátiles y las palmeras. Formaban una asombrosa geometría, como un jardín perfecto en todo su cuerpo. Y era una forma de estar vestida con ropa de piel. Un manto de imágenes que creaban alrededor de ese cuerpo un espacio prácticamente sagrado; donde ella era mi diosa nueva y mí experimentada sacerdotisa; un espacio único, trascendente.
Ahora, aún conservo y admiro una fotografía de su cuerpo desnudo cubierto totalmente de tatuajes que colgaba al fondo de su mullida cama cubierta con almohadones de filigrana. Era evidente que quien tomó la fotografía le pidió que mostrara sin recato las ondulaciones de su cuerpo. Al preguntarle que cuándo se la habían tomado me respondió:
-No soy yo, es mi bisabuela.
La convencí de que me permitiera hacerle una copia para mí.
-Bueno, así me vas a tener sin tenerme. Voy a ser para ti como un sueño nuevo en una fotografía impresa antes de que los dos naciéramos: como un Jardín Interno nuestro muy escondido en un tiempo que no vivimos; un jardín en tus ojos. Sólo tú me podrás ver donde no estoy --me dijo sonriendo y ocultó su rostro, dejando ver solamente esos ojos negros que se gravaron para siempre en el fondo de mi alma…