martes, 30 de diciembre de 2008



Estaba esa mañana tremendamente ocupada, cuando el teléfono llamó.
-¿Hola? Silencio…. ¡hola! ….Nada…bueno, alguien que equivocó el número y además es tímido para reconocerlo…..
A los pocos minutos nuevamente, y entonces se oyó una suave voz masculina ché, en un laborioso castellano decía: "¿puedo hablar con la señora de Sosa?….."Sí, con ella habla, ¿quién es?"
Nuevamente el silencio aunque una cantidad de voces se escuchaban como telón de fondo…..
Luego nuevamente, "mh, soy Roberto……de Londres….."
-Roberto…¿de Londres?. Me parecía algo familiar, pero no completo este nombre…… -¿Me podría explicar mejor, por favor?
Entonces otra voz bien argentina contestó.
-Hay aquí, en Ezeiza un señor que dice llamarse Roberto 47, no sé, no le entiendo,. Pero se refiere a algo de Internet……
-Ah Roby47, pero claro….Por favor pásemelo al teléfono y muchas gracias…..
-Hola Mary, soy Roby….
-Qué alegría y que sorpresa me das, Roby…Acabas de llegar? Ya nos comprendíamos en esa mezcla de idiomas que solemos utilizar en ICQ…..
-Sí, recién, y no se que hago aquí…..quería tan solo saludarte y escuchar tu voz…..
-Por favor Roby, no te muevas del lugar del arribo de los pasajeros…iré a buscarte. En media hora estaré ahí…….
-Pero, …cómo nos conoceremos?….cierto, por las fotografías
-No María, no te molestes, estoy de paso hacia Chile y sólo quería oírte….
-Qué esperanza, no irás a Chile sin antes haber venido a mi casa, haber charlado un rato y luego decidiremos cuándo te irás…(.mi corazón saltaba como una gacela enloquecida….Roby, mi Roby está aquí….finalmente nos conoceremos)…..Es mi gran amigo de todas las tardes, en las que nos encontramos para conversar y contarnos nuestras cosas, creo que no tengo aquí un amigo más bueno y sincero que él.
Me cambié zapatos, una pasada de peine y salí disparanda hacia el garaje a buscar el auto……………..
Desde Bs.As. a Ezeiza fui tarareando cualquier cosa, haciendo mil proyectos para que conociera mi ciudad,. mis familiares, amigos, mis gatos, todo aquello de lo que habíamos hablado tantas veces…….
Cuando quise acordarme, estaba ya en la playa de estacionamiento del Aeropuerto. Corriendo como una enloquecida entré al salón de los pasajeros…¿quién me hubiera podido detener en ese momento?…….
Me detuve en la puerta y empecé a mirar a todos los que estaban sentados esperando, y me decía Roby, Roby, dónde estás….
De pronto lo vi, allá , apartado de todos y rodeado de sus valijas. Le hice señas con las manos,…. no me reconoció, ¿"Habré cambiado tanto desde la ultima vez que le mandé mi foto?"….. Fui acercándome, sonriéndole, para que se diera cuenta que yo era su amiga, con la que, tanto habíamos programado éste encuentro….pero nada, no me reconocía….se me empezaron a aflojar las piernas….. "¿y si lo desilusiono?"
Tuve una idea, le voy a pasar al lado lentamente y le voy a hacer una gran sonrisa, puede ser que sé de cuenta…mientras decía todo esto, yo lo miraba, era tal cual el de las fotos, no había cambiado, sus cabellos peinados hacia un costado, rubio, piel blanca, sus ojos….y ahí me acordé que no sabía de qué color eran, siempre con esos malditos anteojos oscuros, para evitar el flash o la luz muy fuerte…claro deben ser bien celestes , y cada vez me arrimaba más a él, y nada…….
De pronto, miré a su lado, tenía un perro…siempre le gustaron sus animales, y era su querido doggy….
-Doggy!!! Le dije, es capaz de reconocerme el perro y este Roby siempre un poco distraído no…..pero al mirar al perro vi la traílla que tenía, era un perro lazarillo….Roby era ciego…nunca me conocería…..mi corazón se detuvo. Tuve un instante de duda y luego me lancé a su cuello, lo abracé con toda el alma y le dije mientras lo besaba "Querido Roby, bienvenido, qué alegría me has dado"…….
Nos encaminamos lentamente hacia el coche, él no podía hablar, sus lágrimas le cubrían el rostro como a mí el mío.
-Te tengo que explicar" me dijo…
-Qué vas a explicar, no hace falta ninguna explicación, ¿que sos no vidente?, yo ya lo sabía
-¿Qué?, ¿cómo lo sabías?… lo noté en las fotografías y en una foto que me mandaste con Doggy...¿De veras? Y cómo no me dijiste nada?
-¿Que tendría que haberte dicho. Acaso no puede pasar?
-No quería que me vieras así Mirian, pero no tuve el coraje de pasar por aquí, y no oír al menos tu voz.
-Cambiemos de tema, quereis, te estás poniendo monótono, esto no cambia nada, tenemos un huésped más, Doggy, nuestro querido perro….
Pasaron los años, muchos atardeceres; a la orilla del Támesis se ve caminar del brazo a una pareja ya no tan joven. Él con sus cabellos rubios y grises, ella también peinando canas y mas enamorados que nunca….y si te acercaras a ellos oirías que ella le comenta: Ahora se está poniendo el sol y unas gaviotas están volando hacia nuestras miguitas…….
Un poquito larga, pero es una bonita historia ¿verdad?

ESCRIBEME




¿Quieres comenzar una conversación conmigo?

¿Para qué si nunca me has contestado ningún mensaje?
¿Cómo puedo saber que quieres de mí
si jamás me has hecho un comentario?
Vamos, respira profundo, para ver si te animas a escribirme.
Anda ¿qué esperas?...

¿Tienes miedo?, no temas, no te haré daño...

Sabes… no me molesta que me hayas buscado;
al principio sentí un poco de curiosidad,
creí que estabas jugando conmigo.

Pero hoy me di cuenta de que tal vez,
eres tu quien necesita de mi compañía
para refugiarte entre mis versos

¿Pero cómo voy a saber lo que sientes?

...si no me escribes, no se lo que te pasa...
¡Necesito que me contestes!

Sólo espero no llegar a herir tu alma,
ya que algunas veces he llegado a lastimar
a alguien cuando escribo
Lamento el haber ignorado tu silencio
aunque estabas muy cerca de mis labios....
Es sólo que en ocasiones necesitan referezcarse
porque están cansados de besar sin ser besados...
No te asustes
Prometo intentar no lastimarte;

y quiero que empecemos una buena relación.

¿Qué te parece mi idea?...
Está bien comenzaré yo, ya que tu no me respondes...

-"Hola extraña"…

Me agrada sentir la imagen
de tu rostro en mi imaginación,
aunque me encantaría poder verte personalmente...
¿Qué esperas?, no temas
¡Respónde por favor!

sábado, 20 de diciembre de 2008

LAURA




Promediaba la mañana del viernes cuando Hugo (posiblemente el más eficiente y voluntarioso de los empleados), traspuso la puerta de cristal y entró en la recepción del sector de los ejecutivos de la empresa, donde reinaba Laura, la secretaria del jefe. Si alguien le hubiera preguntado cuál era su ideal de mujer, hubiera respondido sin vacilar: "Laura".Laura, con el enigma de su edad -y ese aire a la vez juvenil y señorial-, con sus trajes de corte, sus blusas blancas, y su gesto ceñudo era la eficiencia personificada, con un carácter poco propicio para las familiaridades y nada permisivo para las insinuaciones y las bromas de oficina. Laura y su misteriosa vida privada. Nadie podía decir que conocía su estado civil, si tenía o no pareja. Laura, la secretaria perfecta, que en ese momento redactaba un correo electrónico, conseguía una comunicación ur-gen-te para su jefe, y contestaba una llamada por el teléfono celular, todo al mismo tiempo. -Me dijo su jefe que hablara con usted –consultó Hugo.
Era sabido que en la empresa nadie podía traspasar el virtual muro del escritorio de Laura, quien como un soldado en su puesto de guardia, decidía quién podía pasar y quién no, lo que la hacía acreedora a la antipatía de casi todos, menos la de Hugo.
A él nada de eso le importaba.El podía mirar un poco más allá y ver a la Laura de las manos esbeltas, con sus largas piernas exquisitamente torneadas como columnas griegas, su cabello castaño recogido con estudiado descuido, los senos generosos que sólo se adivinaban debajo de la blusa cuando se inclinaba sobre el teclado de la computadora, o la forma en que se tensaba la falda en las caderas perfectas.
¿Cuántas noches se había dormido pensando en Laura, fantaseando con esa deliciosa mujer totalmente inaccesible para él? Estaba seguro que ella ni siquiera recordaba su nombre.Pero esa soleada mañana de viernes, y para su sorpresa, Laura dejó de aporrear el teclado, lo miró y le sonrió como nunca antes le había sonreído a nadie que él conociera.-Adelante, Hugo -le contestó, mientras vaciaba el contenido de un sobrecito en la tasita de café que tenía sobre su escritorio.“Lo había llamado por su nombre”.Cuando salió del despacho, tras media hora de reunión, ya sabía que ese fin de semana, tenía que llevarse trabajo extra a su casa. Un trabajo "que tiene que estar el lu-nes-sin-fal-ta, Hugo, sé que tú puedes hacerlo", había dicho el mandamás.
Cerró tras de sí la puerta del despacho y no pudo evitar mirar a Laura que en ese momento estaba terminando de tomarse el café. Ella volvió a sonreírle.
-Gracias... hasta luego... -dijo, mirándola de soslayo y enfilando hacia la salida.Hugo no era precisamente el más apuesto de los hombres de la empresa, aunque tampoco era tímido con las mujeres. De hecho, había salido con algunas compañeras, aunque no se había comprometido en ninguna relación. Casi llegaba a la doble puerta de cristal cuando escuchó la voz a sus espaldas:-Hugo
(Otra vez su nombre en boca de ella).-¿Eh? -se detuvo a mitad de camino y cuando se dio vuelta, allí estaba la sonrisa otra vez, envolviéndolo. ¿Lo estaba seduciendo?-Me dijeron que eres un “as” con las computadoras -dijo ella.-Emm... sí, algo... -contestó Hugo, con modestia y aturdido por las sensaciones.-Yo... quería pedirte un favor -aventuró ella.-¿Un favor? -preguntó Hugo-. ¿A mí?-Sí. Precisamente a ti -contestó ella.-Bueno, yo... e-este... -vaciló Hugo. Sentía que en el pecho, en vez de corazón, parecía tener un taladro -. ¿Qué favor?-Podría decirse que es un intercambio -dijo ella.-¿Intercambio? -Yo te invito a cenar a mi casa y tu me revisas mi computadora, que no sé qué problema tiene -le contestó como si hubiera conocido de antemano que él no se iba a negar bajo ninguna circunstancia.
Eran apenas pasadas las ocho de la noche de ese día, cuando Hugo tocó el llamador eléctrico del edificio. Su coarazón empezó a latir demasiado rápido, ahora sentía que en cualquier momento se le iba a escapar del pecho.-¿Hugo?.
-Sí, soy yo -contestó él.-Adelante, entra -dijo la voz de ella y un segundo después, el zumbido de la puerta que se abría.Cuando Laura abrió la puerta y le franqueó la entrada, se puso en puntas de pie para saludarlo con un beso en la mejilla. Ella estaba envuelta en una bata blanca de toalla, con el cabello todavía mojado y descalza. Entró al ambiente sosegado, apenas iluminado por la luz difusa de una lámpara de mesa y de otras, estratégicamente ubicadas. De algún lugar del interior le llegaban los acordes de una música exquisita.-Discúlpame por el atuendo... pero llegué molida y necesitaba una ducha antes de preparar la cena.-No tendrías que haberte molestado -dijo, sin moverse del lugar donde se había quedado como petrificado, junto a la puerta.Laura estiró las manos.-¿Te vas a quedar ahí parado con la chaqueta puesta? -había algo de picardía en la pregunta-. Ven, hombre, ponte cómodo.Lo ayudó a quitarse el saco y con total naturalidad le aflojó el nudo de la corbata.-¿Vemos la computadora ahora? -ofreció Hugo.-Después -contestó Laura y, con aire divertido agregó-: Ahora, señor Conti, si quiere acompañarme vamos a terminar de preparar una rica comida y a tomarnos una copa de buen vino. Anda, ven y descorcha la botella -lo alentó ella...
Cuando advirtieron que ya era casi medianoche. Habían hablado de todo, menos de la oficina. De ellos, de sus vidas, de algunos fragmentos de sus historias personales. Para entonces, se conocían bastante más y la botella de vino estaba vacía.-Ay, mira que hora es -exclamó ella-. El tiempo se nos ha pasado tan rápido...-La computadora -dijo él.-¿No es muy tarde para que te pongas a trabajar? -preguntó ella, dejando los platos en la pileta de la cocina.-En un minuto -No pensaba irse de allí, y menos en ese momento-. ¿Adonde tienes el equipo?En ese instante Laura se volteó y quedó enfrentada a Hugo. El escote de la bata blanca se había abierto y él pudo ver la rayita de los senos, salpicada de pequeñas pecas acomodadas en perfecto orden.-En el dormitorio -dijo Laura, mirándolo a los ojos. Le tomó la mano. -Vamos.
Cuando subieron por la escalera, él no pudo dejar de admirar sus pantorrillas, que remataban en la fina curva de los tobillos, la fina cadenita de oro en el izquierdo. Los rosados talones perfectos, que levantaba ligeramente cuando subía los escalones de madera en puntas de pie. También vio que la computadora estaba en un mueble empotrado en una biblioteca bien provista de libros que cubría toda una pared, junto a la ventana.-Ahí está -señaló Laura con un gesto, invitándolo a sentarse en el cómodo sillón de trabajo.-En un minuto -repitió Hugo, por decir algo, porque en realidad quería que el tiempo no pasara.-¿Un poco más de vino? -ofreció ella.-Por favor -aceptó él.Después, la fantasía se convirtió en realidad. El delicioso perfume de Laura a sus espaldas. Él dándose la vuelta, para ver cómo ella soltaba el nudo del cinto de la bata, que se deslizó hasta el suelo, donde quedó hecho un ovillo. El cuerpo firme de una bella mujer madura. Los senos generosos rematados por unos pezones erectos enmarcados por dos areolas pequeñas y rosadas. A Hugo se le erizó la piel cuando los rozó con los dedos. Luego sus manos no podían dejar de tocar esa piel que se le antojó de seda; de sopesar los senos, acunándolos para rozar con sus labios los pezones.
En algún lugar de su memoria recordaba que mientras la besaba, le decía cosas y que Laura le sonreía y entrelazaba sus dedos en el pelo y también le decía algo que lo excitaba.Hasta que fue el turno de ella, que también le susurraba al oído que lo ha-bía de-sea-do tanto, mientras le desabrochaba uno a uno los botones de la camisa, se dedicaba a la hebilla del cinturón y bajaba el cierre del pantalón.Luego, ambos estaban en la cama, los cuerpos entremezclados, besándose en la boca, jugando con sus lenguas, mirándose a los ojos, disfrutando el haber llegado a lo que ambos buscaban: el final del camino.Hugo gozaba por sí mismo y por tener a Laura así de excitada, retorciéndose de gusto, pidiéndole que no dejara de acariciarla y que no desistiera de tocarla, que siguiera acariciando y besándole los senos, que la reconociera.Tal como se la había imaginado, como la había vislumbrado bajo la apariencia de seria eficiencia Laura era una mujer entregada y demandante al mismo tiempo, que en cierto momento le prohibió moverse y fue deslizando su lengua por el torso y el vientre, hasta llegar a su sexo, donde se dedicó de pleno a darle placer. Activa y experta. Después se abrió a él, y pidió reciprocidad, ofreció su propio sexo y lo apremió para que se deslizara adentro; y lo aceptó, lo capturó y ambos se permitieron llegar a las más altas cumbres del placer y después, sudorosos y agitados, se abrazaron pero por un breve instante, porque sin darse cuenta casi, habían comenzado de nuevo....
Al otro día, cuando el sol se escondía entre los edificios de la gran ciudad, ya se habían sumergido juntos en la gran bañera para dejarse relajar entre aceites y sales, para volver una y otra vez a explorar nuevas formas de placer, el regocijante ejercicio del amor. Sólo una inquietud vino a perturbar ese fin de semana idílico.Fue cuando tomaban un último bocado en la cama.-¡Uh! -exclamó de pronto Hugo.-¿Qué? ¿Qué ocurre, querido? -preguntó Laura.-El trabajo... el maldito trabajo.-¿De qué trabajo me estás hablando?-El que me encargó tu jefe.-¿Qué pasa con el trabajo? -se interesó ella.-Que no lo hice -dijo él.Laura retiró la bandeja que estaba entre ellos.-¿Qué? ¿No te das cuenta que mañana no sé qué voy a decirle? -insistió él.Pero la mano de Laura se había apoderado de su hombría, que rápidamente volvió a despertar.Laura no le contestó. En sus ojos brillaban esas chispitas doradas de picardía que él había descubierto en sus ojos, se mordió ligeramente el labio inferior y asomó su hermosa lengua entre los dientes.Un instante después y cuando ya volvía a entregarse a la mujer, escuchó que ella decía:-Déjalo por mi cuenta, yo lo soluciono. Olvídate de ese trabajo y dedícate a éste...Cuando, exhaustos, por fin se durmieron el uno en los brazos del otro, empezaba a clarear un nuevo día.
Saludos
Francisco Pardavé

jueves, 18 de diciembre de 2008

LA SIRENA





Había jurado que la hallaría, a pesar de los descreídos, de los niños que ya no escuchaban cuentos y de aquellos que ya no creían en los sueños.
Iba a encontrarla, la atraparía y traería como prueba de que no mentía. La seguridad que dominaba todos y cada uno de sus pasos le venía de un sueño que se le repetía noche a noche; la sirena le llamaba desde algún sitio que aún no alcanzaba a definir. Su canción lo llenaba de una nostalgia indescriptible, trayéndole imágenes borrosas plenas de voluptuosidad, provenientes tal vez de una existencia anterior, llevándolo a estar dispuesto a romper todas sus ataduras y hasta su propio pasado con tal de ir a su encuentro.
Estaba tan seguro de encontrarla que no le importó vender su casa y su auto para comprarse una pequeña embarcación, que equipó con todo lo imprescindible para después de atraparla llevarla a su nuevo hogar, una pecera gigante que ya tenía preparada.
Recorrió en vano de orilla a orilla, muchos mares y aunque muchas veces estuvo a punto de encontrarla llevado por la magia de su canto, su imagen se diluía entre las profundidades, para volver a aparecer muchas millas por delante. Esto originó que la soñara despierto, olvidando el transcurso de las horas y los días. Aprendió a amarla a pesar de las diferencias morfológicas. Se regodeaba en la visualización del primer encuentro, de la posesión de un tesoro tan único como irrepetible.
Si bien en un principio imaginó contemplarla a solas en su superpecera, pensó que lo mejor sería exhibirla orgulloso de haberla encontrado. Absorto en sus cavilaciones y con la seguridad de haber escuchado de nuevo su embriagante canto, extravió el rumbo. Y al comprender que estaba perdido en el mar, se abandonó a la deriva; al terminarse las provisiones vivió de agua y de sueños; cuando comenzó a agotarse el preciado líquido, se recostó en la cubierta, entregado por entero a su delirio, deseando sólo morir con la imagen de su amada en las pupilas.
Lo despertó una suave melodía; al principio una nota apenas, a la que se sumó otra, y otra, en arpegio que iba tomando consistencia, tornándose canto. Se desperezó, sin saber aún si era presa de la locura, pero no: tan real como su propio cuerpo mal alimentado, observó sentada en una roca a su sirena.
Quién le hubiera dicho que su amada era parte de un grupo que se había arriesgado a subir a la superficie para probar que los hombres, esos seres que durante siglos habían tentado a sus antepasadas, eran algo más que leyendas. A la suya, su sirena, le encantaba nadar sola, perderse por las profundidades y de vez en cuando salir a la superficie para ver de lejos los barcos de los pescadores. Fue así cuando lo vio desmayado sobre la cubierta y cuando por un instante le pareció que el clavaba sus ojos en ella una sacudida recorrió su cuerpo, nunca había sentido algo así, y por ello se atrevió a entonarle su dulce melodía.
Sin embargó, no se atrevía a acercarse demasiado, por lo que estuvo varios días dándole vueltas al barco… Una tarde vio que el joven tomaba una barca de remos y se alejaba de la gran nave, le siguió y cuando se quiso dar cuenta había desaparecido, empezó a dar vueltas buscándole pero no le encontraba y entonces cuando emergió de nuevo apareció él ante sus ojos, al verlo tan asustado ella le sonrió y se sentó al borde de la barca y empezaron a hablar… Ella le contaba cosas de la vida en las profundidades y él le hablaba de los hombres y de sus viajes. Empezaron a enamorarse el uno del otro y se las ingeniaron para hacerse el amor. Así pasaron muchos días hasta que tras una noche de espantosa tormenta él desapareció. Ella lo buscó por todas partes sin poder encontrarlo y al anochecer regresaba al lugar de su primer encuentro llorando.
Y así pasó el tiempo, al sentirse embarazada ya no le divertía salir a nadar ya no le hacia gracia perseguir a los delfines, sólo se acercaba a los riscos y cantaba por su amor perdido. Un amanecer en el que el mar andaba revuelto vio unas extrañas cosas entre las piedras, cuando se acercó y las cogió pudo ver que eran restos del barco y en su corazón supo que su amor había muerto.
Un honda tristeza le embargó, ya no tenia sentido el esperar, ya no tenían importancia el mar y las estrellas, por lo que nadó hacia donde los grandes balleneros buscan sus presas… y cuando estuvo allí se pego a una gran ballena… se oyó un ligero zumbido cruzar el aire y un silbido callado desgarraba la tarde y el arpón se hundió en su pecho y la sirena se dejo ir al fondo del mar al encuentro de su amado.
Dicen los pescadores que allí en el golfo de Cortés, cuando el mal tiempo impide a los barcos salir a pescar, cuando la tarde se torna en oscuridad, si se fija la mirada a lo lejos se pueden oír los cánticos de una sirena y los llantos de su hijito, buscando inútilmente al marinero por entre el medio de las olas.

Saludos
Francisco Pardavé

EN UN LUGAR LEJANO




Estuvimos ahí en ese lugar lejano
amándonos con febril locura.
Yo más de cincuenta y ella mucho menos
detuvimos el tiempo y encontramos refugio
en aquel sitio pletórico de mar, luna y estrellas.

Escapábamos de la rutina
fundiendo nuestros cuerpos
que apasionados y ardientes
detuvieron la marcha de los tiempos

Nos dijimos mil palabras
prometimos muchas cosas

Fuimos amantes a través de una noche
que se hizo nuestra cómplice
al retener los minutos y las horas

Nos olvidamos de los demás
marido, esposa, hijos y todo
pensando que por siempre
ibas a dormir entre mis brazos

Fue un lugar distante donde la magia del amor
hizo que una noche cualquiera
se transformara en un universo pletórico de estrellas
que logró que para siempre
se fundieran nuestras almas

miércoles, 17 de diciembre de 2008

LA RUBIA



El sostén tirado sobre el piso; sus minúsculos y oscuros pezones hacen resaltar la blancura de esos mejestuosos pechos que apuntan hacia mí. Su érotica mirada penetra mi mente y me conecta con el lado más oscuro de mis deseos.

Esta noche ella ha iniciado el rito y yo soy la presa... ella me acosa y su lasciva mirada me sonroja, porque mis partes sexuales empiezan a erguise sin recato ante la sonrisa trinfadora de su boca; ella no disimula su gusto, se ha convertido en un enorme felino en celo, quizás una leona o una tigresa, ya me estoy sintiendo minúsculo ante su cuerpo que se ha transformado ante mis ojos en un voluptuoso y apetecible manjar.

Su transpiración, su pasión al besarme está robándome la posibilidad de negarme o de sólo tratar de mantener el control, mi eterno acompañante ha caído ya en sus garras y se ha entregado por completo al gozo, recuperando el tamaño que durante tanto tiempo lo había abandonado.

Esta rubia está disfrutando de mí, no me habla, solo goza, ella esta concentrada en disfrutar, me estoy sintiendo usado. Pero que sensación más exquisita, me dejo llevar y ella me hace sentir, gozar y en momentos ya casi no puedo aguantar.

Cuantas veces ha repetido el juego de apresurarse y súbitamente detenerse, no lo sé, ya perdí la cuenta. Ella goza al verme sin voluntad, no fueron necesarias amarras ni ataduras, solo la intención de ella de devorarme.

Ya no recuerdo a nadie más. Esta rubia se ha apoderado de mi ser... tal vez tan sólo por un rato. Ahora sé que yo también soy un felino al que le ha llegado su turno, entonces la aferró entre mis brazos y no la dejo escapar. Ella al sentirse apresada acelera el ritmo, hasta que ninguno de los dos podemos contenernos y explotamos ante la mirada asombrada de la luna que se asoma cautelosa por un huequito de la ventana.

martes, 16 de diciembre de 2008

MARIA ELENA





- ¡Levántate! y no vayas a hacer ninguna pendejada.
Javier sintió el dolor cuando el hombre lo levantaba de los cabellos. Se puso de pie y comenzó a vestirse mecánicamente sin saber lo que pasaba. Dos sujetos buscaban algo en los cajones, mientras otro lo miraba torvamente apuntándole con una pistola.
- ¿Qué pasa? -se atrevió a preguntar Javier, ¿quiénes son ustedes y para qué me quieren?
- ¡Cállate la boca y síguenos! -vociferó el hombre de la pistola.
En la calle, Javier fue introducido con violencia al interior de un automóvil oscuro. Ahí lo esperaban el chofer y un hombre enfundado en un abrigo negro.
- ¡Vámonos! -dijo el tipo que parecía ser el jefe-. Javier quedó sentado a su lado y junto al que no dejaba de amagarlo con la pistola. Adelante se acomodaron los otros sujetos junto al chofer. El auto arrancó violentamente y al poco rato tomó por la autopista rumbo al sur.
- Si te portas bien no te pasará nada -dijo el jefe-, únicamente queremos platicar contigo. Ahora dinos, ¿dónde están tus amigos?
- ¿Mis amigos? ¿Cuáles amigos?
Un golpe se estrelló en su rostro y le hizo perder momentáneamente el sentido.
- No te hagas pendejo. Cómo que cuáles amigos. Bien sabes que se trata de tu amiguita la loca y sus pinches compañeros de la universidad.
"Entonces se trata de María Elena", pensó Javier, al tiempo que se limpiaba la sangre que escurría de su nariz.
- Por favor, díganme ¿qué he hecho?
Un golpe en el estómago lo hizo reclinarse hacia adelante.
- Te dije que te portaras bien cabrón. Si no me dices dónde están, te vamos a partir la madre. Sabemos que ayer en la noche estuviste con ella; unos compañeros los siguieron cuando salieron del desmadre ese de los escritores.
- Sí, ella estuvo conmigo ayer -contestó Javier-, pero ya tenía mucho tiempo sin verla y no me contó nada de lo que planeaba hacer.
- ¿Me vas a decir que estuvieron jugando a los novios en el hotel al que se metieron?
- Fue la primera vez que íbamos a un hotel y estuvimos platicando acerca de la literatura.
- "Borrego" -ordenó el tipo de negro al chofer, date la vuelta y regrésate. Parece que este cuate es tan pendejo que de veras estuvo platicando con la "chava".
El coche de detuvo en un paraje alejado de la ciudad y de un golpe lo arrojaron a la calle.
Comenzó a caminar por el oscuro camino donde lo habían dejado. Iba muriéndose de frío y adolorido por los golpes recibidos. Se registró los bolsillos y confirmó lo que se había imaginado ¡no portaba un centavo!
Decidió irse caminando "ni modo, ojala y no me den en la madre". Después de haber caminado mucho tiempo Javier tomó conciencia de su realidad y comenzó a percatarse de que se encontraba en los principios de la gran avenida que cruzaba toda la ciudad. También notó que el tráfico se hacía más intenso y fue cuando tuvo la fortuna de tomar un taxi.
Ya en la cama de su hotel y, después de haber estado durante largo tiempo bajo la ducha, Javier se quedó dormido. Sin embargo, de vez en cuando, daba un brinco sobre su costado pensando que, todo lo que le había pasado era parte de una siniestra pesadilla.
Al medio día despertó sobresaltado cuando unos fuertes golpes llamaron a su puerta. Abre pronto Javier, abre pronto -era la voz de María Elena. Javier se puso como pudo algo de ropa y abrió.
María Elena, con el pelo desordenado y el aliento cortado, se introdujo al cuarto. Les dimos en toda la madre -vociferó la muchacha.
Ayer, después de que nos vimos, me reuní con los cuates para llevar a cabo el plan que previamente teníamos elaborado; primero, pasamos a la casa del "profe" a ponernos de acuerdo en la acción que íbamos a ejecutar y a recoger las armas y, después de velar toda la noche, muy de madrugada nos fuimos hasta el lugar donde nos esperaban otros compañeros. De ahí partimos rápidamente hacia los separos de la delegación donde se encontraba detenido El Ramón.
Yo fingí que me habían asaltado y que iba a levantar un acta, acompañada por algunos "familiares"; mientras tanto, algunos se apostaban afuera para agilizar la huida y otros se metieron a la enfermería y con sus armas amagaron al personal, hasta lograr liberar al Ramón.
Entonces, yo saqué mi pistola y me puse al frente del grupo, de ahí, todos juntos salimos despavoridos y abordamos los vehículos que nos estaban aguardando. Hace rato traté de ir a mi casa, pero antes de llegar me di cuenta de que estaba vigilada. Fue entonces cuando pensé en venir a verte, porque de ti no sospecha nadie.
Javier, sin decir nada, comenzó a empacar sus principales cosas y le dijo a la joven -vámonos, ayer me partieron la madre unos agentes al creerme involucrado con ustedes. Así los dos jóvenes emprendieron el camino, que con el tiempo fue trazando su destino…..



SALUDOS



FRANCISCO PARDAVE



sábado, 6 de diciembre de 2008

A LA DISTANCIA DE ESTE AMOR

A la distancia de este amor
aún puedo gritar que te amo
que no es posible arrancarte de mi corazón
y que la vida me a enseñado amarte sin condición
Que para algunos sera una locura
pero para mi se llama amor
este amor que es cada vez mas fuerte
No se si te lo merezcas
esto no es cuestion de ti
es de lo que siente mi corazón
amándote cada vez más sin importar la distancia
Sigues presente en mi vida
me abrazas cada noche cuando mi cuerpo
se acuesta en nuestra cama
Tus brazos se sienten entre las sábanas
que me abrazan para sentirme seguro
Tus labios que corren mi cuerpo
en cada sueño que es mi realidad
por que te amo y no lo puedo negar
No se donde estás
ni donde te puedo encontrar
pero tu escencia se quedó junto a mí
junto a mi cuerpo junto a mi corazón
Te amo amor y sin ti estoy perdiendo la razón

TE AMO

Abro los ojos, la luz es todavía muy tenue; tú yaces sobre el lecho con la cara apoyada sobre la almohada, mientras que tu pelo cae como en una caricia sobre tu cara. La sábana apenas te cubre medio torso, ofreciéndome la visión de tus hombros desnudos y parte de tu espalda. La suavidad de tu piel me llama a acariciarla, besarla; a sentir su tersura como de seda rozar la yema de mis dedos. Tu boca dibuja una débil sonrisa, casi imperceptible. Nunca te lo he dicho, pero es en estos momentos cuando me siento más enamorado de ti.
Me incorporo lentamente con temor de perturbar tu sueño. Algunos tímidos rayos de sol se cuelan furtivamente por la orilla de las cortinas para acariciar tu dulce rostro que me atrae con fuerza incontenible. Es un impulso de la naturaleza magnética y electrizante y... ¿Quién soy yo para resistir esa fuerza natural? ¿Qué soy, aparte de un pobre e indefenso ser humano? Yo mismo me respondo y comprendo que soy aquél que hace unos instantes compartía contigo el feliz reposo que ahora disfrutas. Soy quien te acompaña en las noches en las que el cansancio se desvanece, y también el que comparte caricias y besos contigo, como en un encuentro íntimo de dos, donde sólo nuestros cuerpos son los únicos invitados.
Me acerco más a ti intentando no despertarte con un brusco movimiento; de cerca la expresión de tu rostro es más y más irresistible. Me acurruco a tu lado pretendiendo tener el peso de una pluma, siendo consciente de lo imposible que es esa transmutación, y maldiciendo en todo momento mi impulsividad, si esta te arrancara el sueño.
Intento contener la respiración; el corazón me late de forma atronadora en el pecho pugnando por salírseme del sitio. Extiendo mi mano, y con el dorso de mis dedos, aparto con una caricia el cabello que navega por tu cara, ese rostro que es el espejo de mi felicidad. En ese momento, tu sonrisa crece y la habitación empieza a iluminarse. La expresión de tus labios brilla con luz propia, al instante que un aroma primaveral ataca mi olfato.
Cada vez me cuesta más contenerme y, como temiendo que te desvanezcas con mi contacto, me aproximo a ti con lentitud, con la respiración entrecortada a veces, contenida el resto del tiempo. Deposito un beso en tu mejilla, la cual cede bajo la presión de mis labios, recuperando forma natural cuando los separo de ti.
Tu cuerpo parece contraerse por un momento, como sacudido por una descarga eléctrica. Tu sonrisa se amplía y en ese momento, giras lentamente el cuerpo a la vez que lo cubres con la sábana. Abres lentamente los ojos, para volverlos a cerrar heridos por la luz de la mañana, cuyo brillo no puede rivalizar con la luminosidad que se desprende de tu mirada.
Muy despacio me miras desafiante, como si no te importase el hecho de que tus miradas mes deslumbran sin piedad; reprochándome el haberme separado por unos instantes de tu lado.
"¡Buenos días!" dices susurrando, y siento cómo tu voz acaricia mis oídos, para después bajarme cálida por la espalda y recorrerme todo el cuerpo. Me impregno de la sensación que deja en mí tu voz, y me dejo inundar por ella.
Vuelvo a inclinarme para besarte, con la seguridad que me da el saber que ahora son tus labios los que esperan los míos. Nuestras bocas se aproximan temblorosas a recibir el primer contacto del día, con la misma caricia con la que nos despedimos antes de quedarnos dormidos.
Al tiempo que el beso tiene lugar, una pequeña chispa prende en mi interior; luz que encuentra combustible en mi corazón, para de inmediato, convertirse en una llama avivada y alimentada por mi amor. Tiemblo por un instante, por que sé que esa flama se convertirá muy pronto en un incendio que arrase, queme y abrace todo nuestro ser, nuestra existencia, retroalimentando a la esencia misma de nuestro amor.
Buenos días –te contesto, mientras que nuestros cuerpos se abrazan fuertemente, agradeciendo a la vida el milagro de estar juntos. Te tomó de la mano y nos dirigimos hacia el baño donde tomamos una renovadora ducha. Observo de reojo tu bello cuerpo desnudo, tratando de no incomodarte con mis miradas. Por respuesta me atraes a tu lado y me haces reaccionar al abrir un poco más el agua fría. Reímos los dos y nos cobijamos mutuamente en la estrechez de nuestros brazos. "No vemos más tarde" –me dices, cuando desapareces por la penumbra de las escaleras. Yo, me quedó solo y me dirijo a la computadora, para tratar de hacerte este escrito donde te diga lo mucho que te amo…
FRANCISCO PARDAVE

viernes, 5 de diciembre de 2008

HISTORIAS DEL BRASIL

Hace algunos años tuve la oportunidad de viajar al Brasil con motivo de una investigación que tuve que realizar en ese país. Una noche que estaba muy cansado me dirigí al bar del hotel y me puse a platicar con un uruguayo que me contó la siguiente historia:
Lo que te voy a contar –me dijo, sucedió en las blancas costas del Brasil, en un pequeño pueblo de pescadores a orillas del Amazonas. Sus pobladores recuerdan el incidente con un resto de pudor en sus rostros y los maridos más temerosos prohíben a sus mujeres asistir a las fiestas de carnaval. Las comparsas coloridas son solamente ejecutadas por hombres y cualquier máscara hallada en el pueblo es quemada para conjurar cualquier vestigio de aquel baile que se realizara en el caserón del duque de Clichy.
Este era un joven francés muy reservado que no llevaba vida social y trataba de pasar desapercibido de los hombres. Sin embargo, de las mujeres no se podía esperar lo mismo. Las que lavaban a orillas del río murmuraban al unísono ante su presencia, las damas de sociedad hacían detener sus carros ante el hotel y por la ventanilla con cortinas de brocado le espiaban sin tregua. Aquella llegada produjo un revuelo en las hormonas femeninas. Y un centenar de confesiones ardientes que el único párroco debía atender diariamente; todas en torno al mismo personaje.
El francés había permanecido indiferente a las atenciones que le prodigaban, pero conocía más que nadie el impacto que provocaba su presencia. Por esos entonces el duque asediaba a Liselda, mujer morena, hija del comerciante del pueblo. Era una joven de piel fresca como la uva, de pechos firmes y magistrales y unas caderas que por la magnitud de sus faldas se adivinaban de carnes duras y redondas.
Unos meses antes del carnaval, llegó un cargamento de máscaras de Marruecos, la voluminosa carga ocupaba tres cajas de un peso tal que se necesitaron treinta peones para ser transportadas hasta el caserón.
Fue cuando un criado del duque avisó a todos los hombres más sobresalientes del pueblo que su señor brindaría una fiesta esplendorosa para el carnaval, donde abundarían los excesos.
La noche del baile transcurrió como se esperaba, acudieron todos los notables del pueblo, en un total de cincuenta parejas. Liselda había ido acompañada por el hijo mayor del juez. La noche era calurosa y servía de preludio a lo que vendría. El francés no se había mostrado aún. Las mujeres lo buscaban con una pasión sin escrúpulos. Con la mayor discreción, el duque hizo subir una por una a las damas y las besaba sin la menor resistencia. Luego les suspiraba al oído: "Después de la fiesta buscadme y si me encontráis seré vuestro siervo..."
Cerca de la medianoche los criados tentaron a los invitados a prolongar la fiesta en las playas... la oferta era una invitación al placer, al goce de la carne. De a uno y dispuestos en dos filas según los sexos, los invitados que aceptaran quedarse entrarían a una habitación repleta de máscaras, de donde tomarían la que más le conviniera, luego deberían desnudarse y correr hasta la playa. Las mujeres deberían hacer lo mismo. Poco a poco, los invitados llegaban desnudos a la playa, en donde únicamente se escuchaba el vacilar de los alientos bajo las máscaras. Estaba prohibido hablar con la pareja. Sólo se oían los jadeos y el crepitar de las olas. Las mujeres en sus desnudeces de fantasmas tanteaban en las penumbras y buscaban la máscara que cubriera el rostro del duque.
Sin embargo, sólo había una dama que conocía la máscara tras la cual se ocultaba el verdadero duque de Clichy... y esa dama era Liselda, ahora convertida en una mujer-gato. El francés la esperaba sobre unas rocas.
De pronto, apareció ante sus ojos la bella Liselda. El se abalanzó hacia ella y comenzó a desnudarla, su cuerpo era tal cual lo había imaginado. Los pechos redondos y firmes, el vientre levemente ondulado y más abajo un bosque oscuro y brilloso que resguardaba el paraíso de su sexo.
Cuando se acercó hacia ella, quiso quitarle su máscara pero la mujer se negó. El sabía que Liselda disfrutaba de aquel juego. Con un movimiento majestuoso, solemne, la mujer gato se sentó arriba del duque y alumbrada sólo por la luz de la luna cabalgó incesantemente hasta que las primeras luces anunciaron la mañana.
Uno a uno el resto de los invitados habían ido regresando como hubieron venido, dejando su fiereza en la playa. Nuevamente las mujeres volvían a ser esposas, los maridos alcaldes, jueces, comerciantes. Pero Liselda seguiría siendo la mujer-gato del duque de Clichy, pues al día siguiente los dos escapaban para Europa y todos los invitados recibían en sus casas los últimos regalos del francés... una caja con una máscara de animal dentro y el nombre de quien las había usado aquella noche del baile.

FRANCISCO PARDAVE