Promediaba la mañana del viernes cuando Hugo (posiblemente el más eficiente y voluntarioso de los empleados), traspuso la puerta de cristal y entró en la recepción del sector de los ejecutivos de la empresa, donde reinaba Laura, la secretaria del jefe. Si alguien le hubiera preguntado cuál era su ideal de mujer, hubiera respondido sin vacilar: "Laura".Laura, con el enigma de su edad -y ese aire a la vez juvenil y señorial-, con sus trajes de corte, sus blusas blancas, y su gesto ceñudo era la eficiencia personificada, con un carácter poco propicio para las familiaridades y nada permisivo para las insinuaciones y las bromas de oficina. Laura y su misteriosa vida privada. Nadie podía decir que conocía su estado civil, si tenía o no pareja. Laura, la secretaria perfecta, que en ese momento redactaba un correo electrónico, conseguía una comunicación ur-gen-te para su jefe, y contestaba una llamada por el teléfono celular, todo al mismo tiempo. -Me dijo su jefe que hablara con usted –consultó Hugo.
Era sabido que en la empresa nadie podía traspasar el virtual muro del escritorio de Laura, quien como un soldado en su puesto de guardia, decidía quién podía pasar y quién no, lo que la hacía acreedora a la antipatía de casi todos, menos la de Hugo.
A él nada de eso le importaba.El podía mirar un poco más allá y ver a la Laura de las manos esbeltas, con sus largas piernas exquisitamente torneadas como columnas griegas, su cabello castaño recogido con estudiado descuido, los senos generosos que sólo se adivinaban debajo de la blusa cuando se inclinaba sobre el teclado de la computadora, o la forma en que se tensaba la falda en las caderas perfectas.
¿Cuántas noches se había dormido pensando en Laura, fantaseando con esa deliciosa mujer totalmente inaccesible para él? Estaba seguro que ella ni siquiera recordaba su nombre.Pero esa soleada mañana de viernes, y para su sorpresa, Laura dejó de aporrear el teclado, lo miró y le sonrió como nunca antes le había sonreído a nadie que él conociera.-Adelante, Hugo -le contestó, mientras vaciaba el contenido de un sobrecito en la tasita de café que tenía sobre su escritorio.“Lo había llamado por su nombre”.Cuando salió del despacho, tras media hora de reunión, ya sabía que ese fin de semana, tenía que llevarse trabajo extra a su casa. Un trabajo "que tiene que estar el lu-nes-sin-fal-ta, Hugo, sé que tú puedes hacerlo", había dicho el mandamás.
Cerró tras de sí la puerta del despacho y no pudo evitar mirar a Laura que en ese momento estaba terminando de tomarse el café. Ella volvió a sonreírle.
-Gracias... hasta luego... -dijo, mirándola de soslayo y enfilando hacia la salida.Hugo no era precisamente el más apuesto de los hombres de la empresa, aunque tampoco era tímido con las mujeres. De hecho, había salido con algunas compañeras, aunque no se había comprometido en ninguna relación. Casi llegaba a la doble puerta de cristal cuando escuchó la voz a sus espaldas:-Hugo
(Otra vez su nombre en boca de ella).-¿Eh? -se detuvo a mitad de camino y cuando se dio vuelta, allí estaba la sonrisa otra vez, envolviéndolo. ¿Lo estaba seduciendo?-Me dijeron que eres un “as” con las computadoras -dijo ella.-Emm... sí, algo... -contestó Hugo, con modestia y aturdido por las sensaciones.-Yo... quería pedirte un favor -aventuró ella.-¿Un favor? -preguntó Hugo-. ¿A mí?-Sí. Precisamente a ti -contestó ella.-Bueno, yo... e-este... -vaciló Hugo. Sentía que en el pecho, en vez de corazón, parecía tener un taladro -. ¿Qué favor?-Podría decirse que es un intercambio -dijo ella.-¿Intercambio? -Yo te invito a cenar a mi casa y tu me revisas mi computadora, que no sé qué problema tiene -le contestó como si hubiera conocido de antemano que él no se iba a negar bajo ninguna circunstancia.
Eran apenas pasadas las ocho de la noche de ese día, cuando Hugo tocó el llamador eléctrico del edificio. Su coarazón empezó a latir demasiado rápido, ahora sentía que en cualquier momento se le iba a escapar del pecho.-¿Hugo?.
-Sí, soy yo -contestó él.-Adelante, entra -dijo la voz de ella y un segundo después, el zumbido de la puerta que se abría.Cuando Laura abrió la puerta y le franqueó la entrada, se puso en puntas de pie para saludarlo con un beso en la mejilla. Ella estaba envuelta en una bata blanca de toalla, con el cabello todavía mojado y descalza. Entró al ambiente sosegado, apenas iluminado por la luz difusa de una lámpara de mesa y de otras, estratégicamente ubicadas. De algún lugar del interior le llegaban los acordes de una música exquisita.-Discúlpame por el atuendo... pero llegué molida y necesitaba una ducha antes de preparar la cena.-No tendrías que haberte molestado -dijo, sin moverse del lugar donde se había quedado como petrificado, junto a la puerta.Laura estiró las manos.-¿Te vas a quedar ahí parado con la chaqueta puesta? -había algo de picardía en la pregunta-. Ven, hombre, ponte cómodo.Lo ayudó a quitarse el saco y con total naturalidad le aflojó el nudo de la corbata.-¿Vemos la computadora ahora? -ofreció Hugo.-Después -contestó Laura y, con aire divertido agregó-: Ahora, señor Conti, si quiere acompañarme vamos a terminar de preparar una rica comida y a tomarnos una copa de buen vino. Anda, ven y descorcha la botella -lo alentó ella...
Cuando advirtieron que ya era casi medianoche. Habían hablado de todo, menos de la oficina. De ellos, de sus vidas, de algunos fragmentos de sus historias personales. Para entonces, se conocían bastante más y la botella de vino estaba vacía.-Ay, mira que hora es -exclamó ella-. El tiempo se nos ha pasado tan rápido...-La computadora -dijo él.-¿No es muy tarde para que te pongas a trabajar? -preguntó ella, dejando los platos en la pileta de la cocina.-En un minuto -No pensaba irse de allí, y menos en ese momento-. ¿Adonde tienes el equipo?En ese instante Laura se volteó y quedó enfrentada a Hugo. El escote de la bata blanca se había abierto y él pudo ver la rayita de los senos, salpicada de pequeñas pecas acomodadas en perfecto orden.-En el dormitorio -dijo Laura, mirándolo a los ojos. Le tomó la mano. -Vamos.
Cuando subieron por la escalera, él no pudo dejar de admirar sus pantorrillas, que remataban en la fina curva de los tobillos, la fina cadenita de oro en el izquierdo. Los rosados talones perfectos, que levantaba ligeramente cuando subía los escalones de madera en puntas de pie. También vio que la computadora estaba en un mueble empotrado en una biblioteca bien provista de libros que cubría toda una pared, junto a la ventana.-Ahí está -señaló Laura con un gesto, invitándolo a sentarse en el cómodo sillón de trabajo.-En un minuto -repitió Hugo, por decir algo, porque en realidad quería que el tiempo no pasara.-¿Un poco más de vino? -ofreció ella.-Por favor -aceptó él.Después, la fantasía se convirtió en realidad. El delicioso perfume de Laura a sus espaldas. Él dándose la vuelta, para ver cómo ella soltaba el nudo del cinto de la bata, que se deslizó hasta el suelo, donde quedó hecho un ovillo. El cuerpo firme de una bella mujer madura. Los senos generosos rematados por unos pezones erectos enmarcados por dos areolas pequeñas y rosadas. A Hugo se le erizó la piel cuando los rozó con los dedos. Luego sus manos no podían dejar de tocar esa piel que se le antojó de seda; de sopesar los senos, acunándolos para rozar con sus labios los pezones.
En algún lugar de su memoria recordaba que mientras la besaba, le decía cosas y que Laura le sonreía y entrelazaba sus dedos en el pelo y también le decía algo que lo excitaba.Hasta que fue el turno de ella, que también le susurraba al oído que lo ha-bía de-sea-do tanto, mientras le desabrochaba uno a uno los botones de la camisa, se dedicaba a la hebilla del cinturón y bajaba el cierre del pantalón.Luego, ambos estaban en la cama, los cuerpos entremezclados, besándose en la boca, jugando con sus lenguas, mirándose a los ojos, disfrutando el haber llegado a lo que ambos buscaban: el final del camino.Hugo gozaba por sí mismo y por tener a Laura así de excitada, retorciéndose de gusto, pidiéndole que no dejara de acariciarla y que no desistiera de tocarla, que siguiera acariciando y besándole los senos, que la reconociera.Tal como se la había imaginado, como la había vislumbrado bajo la apariencia de seria eficiencia Laura era una mujer entregada y demandante al mismo tiempo, que en cierto momento le prohibió moverse y fue deslizando su lengua por el torso y el vientre, hasta llegar a su sexo, donde se dedicó de pleno a darle placer. Activa y experta. Después se abrió a él, y pidió reciprocidad, ofreció su propio sexo y lo apremió para que se deslizara adentro; y lo aceptó, lo capturó y ambos se permitieron llegar a las más altas cumbres del placer y después, sudorosos y agitados, se abrazaron pero por un breve instante, porque sin darse cuenta casi, habían comenzado de nuevo....
Al otro día, cuando el sol se escondía entre los edificios de la gran ciudad, ya se habían sumergido juntos en la gran bañera para dejarse relajar entre aceites y sales, para volver una y otra vez a explorar nuevas formas de placer, el regocijante ejercicio del amor. Sólo una inquietud vino a perturbar ese fin de semana idílico.Fue cuando tomaban un último bocado en la cama.-¡Uh! -exclamó de pronto Hugo.-¿Qué? ¿Qué ocurre, querido? -preguntó Laura.-El trabajo... el maldito trabajo.-¿De qué trabajo me estás hablando?-El que me encargó tu jefe.-¿Qué pasa con el trabajo? -se interesó ella.-Que no lo hice -dijo él.Laura retiró la bandeja que estaba entre ellos.-¿Qué? ¿No te das cuenta que mañana no sé qué voy a decirle? -insistió él.Pero la mano de Laura se había apoderado de su hombría, que rápidamente volvió a despertar.Laura no le contestó. En sus ojos brillaban esas chispitas doradas de picardía que él había descubierto en sus ojos, se mordió ligeramente el labio inferior y asomó su hermosa lengua entre los dientes.Un instante después y cuando ya volvía a entregarse a la mujer, escuchó que ella decía:-Déjalo por mi cuenta, yo lo soluciono. Olvídate de ese trabajo y dedícate a éste...Cuando, exhaustos, por fin se durmieron el uno en los brazos del otro, empezaba a clarear un nuevo día.
Saludos
Francisco Pardavé
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