Ayer sin esperarlo me pediste
que te hablara de tus ojos
de esos ojos que parecen
los de un angelito triste.
Pero ¿cómo poder describirte
lo que me piden tus labios?
porque eso es imposibe
aunque yo fuera el más sabio
¿Qué parecen dos soles
alumbrando el firmamento?
¿que cantan cuando los abres
y dan paz a mi lamento?
¿que son ardientes y cautivan
como un bello juramento?
¿Cómo poder describir a esos ojos
que confiesan tus antojos
o descubren tus enojos
que me glosan tu dolor
que me infunden tu alegría,
que me lloran tu agonía
o me inundan de tu amor?
Son dos ojos que me alumbran o me ciegan,
me curan o me maltratan
me acarician o me matan
me conocen o me niegan.
Tienen tus ojos el don
de alegrarme o entristecerme,
consolarme o conmoverme,
y es porque tus ojos son
ojos que saben hablar,
luceros que saben reír,
ojos que saben herir
llamas que saben besar;
soles que hielan o abrasan
y que, con nieve o calor
mitigan mi gran dolor
¿Como podría hablar de ellos
cuando de su limpia hondura
descorren al fin su velo,
reflejando la luz del cielo
sobre el mar de tu ternura,
y me hundo feliz en él,
y tan dulce me parece,
que mi vida se adormece
en su mirada de miel?
Siento un placer inefable
si en tus miradas tranquilas
descubro, tras tus pupilas,
un camino interminable
rodeado de bellas flores,
pero aunque tuvieran abrojos,
quiero internarme en tus ojos
en busca de tus amores.
Nunca podré describir
la luz de tus ojos tristes
que han marcado mi camino
aunque a lo lejos se ecuentren
aunque nunca pueda verlos
aunque no pueda besarlos
aunque lo pidas de nuevo.
Tus ojos son tan bellos
tan profundos como el mar
y aunque nunca puda verlos
en ellos me quiero ahogar.
Francisco Pardavé