lunes, 15 de junio de 2009

LA SEÑAL





Una lluviosa noche de mayo, me encontraba tomando copas con algunos amigos en un bar donde un trío amenizaba la reunión. Fue entonces cuando te vi llegar acompañada de un grupo de personas que irrumpieron el lugar en tono alegre y festivo.

A tu llegada fui abandonando la abulia que me invadía al haber aceptado la invitación de mis amigos, que casi a rastras me habían hecho salir de mi casa.

Al principio a la par que oías las canciones y la charla de tus amigas, las hacías creer que no estabas aburrida. De la misma forma, yo también me cubría con un disfraz de algarabía, mientras en el fondo me sentía profundamente fastidiado.

Se que mirar fijamente a las personas es una muestra de malacrianza, pero yo ya no podía apartar mis ojos de los tuyos. Al sentir el calor de mi contemplación, fijaste tus pupilas en las mías y levantando suavemente tu copa con una casi imperceptible sonrisa me dijiste “salud”. Luego volteaste tu cara y fingiendo indeferencia volviste a reanudar la plática con tus acompañantes.

En mi mesa yo también me puse a conversar con mis amigos, quienes no perdían la ocasión de pedir más bebidas y de vez en cuando voltear a ver a una mujer sentada en otra mesa.¿Quién de tu y yo fue el que dio el primer paso? Sólo se que al volver a mirarte, te levantaste de la mesa y moviendo los pechos sin sostén y apenas cubiertos por tu camisa de seda, te dirigiste hacia los sanitarios mientras tu perfume me impulsaba a seguirte por esos pasillos apenas iluminados.

Al salir del baño me encontraste de frente y sin decir palabra te colgaste de mi cuello haciéndome apreciar lo punzante de tus senos. Al sentirte apretada contra mí, casi en vilo te llevé hasta lo más profundo del salón y sin soltarte te recargué sobre uno de los sombríos muros. Al instante nuestras manos se volvieron alas y al tiempo que me desabrochabas la bragueta, de un solo tirón te bajé las pantaletas. En nuestro frenético combate apenas pudiste decir: -me llamo Rosa ¿Y tú? Yo apenas podía respirar cuando te dije: Soy Hugo.

Después de pronunciar nuestros nombres, explotamos de pasión ahogando nuestros gritos, mientras el trío concluía su romántica canción.

Al encenderse las luces, uno siguiendo al otro, como dos desconocidos nos regresamos al salón a reunirnos con nuestros respectivos amigos.

Después de un rato, me despedí de mi grupo pretextando que me dolía un poco la cabeza. Al pasar junto a tu mesa disimuladamente, puse entre tus manos el papelito donde había apuntado la dirección y el teléfono de mi domicilio, con la esperanza de que pudieras ponerte en contacto conmigo. Llegué a mi casa y aun sintiendo el aroma de tu cuerpo me tendí sobre la cama y me quedé dormido......El insistente ring, ring del teléfono me despertó.

Vi de reojo el despertador: ¡las doce del día!

- Bueno ¿quién habla?

- Soy Rosa. Voy para allá

Sin pensarlo un instante me puse de pie y me di un refrescante baño mientras tarareaba bajo la canción de la noche anterior:

“....Más si quieres que hablemos de amor… vamos a quedarnos callados…”

Me afeité rápidamente y arreglé la cama y el desorden de mi habitación…

Ella empujó la puerta y se quedó mirándome: pese a mis más de cincuenta años era todavía un hombre atractivo, donde algunos mechones pintados de gris resaltaban lo bronceado de mi rostro. Mí vientre aún bastante plano, se desvanecía ante un torso fuerte y mis ojos claros te veían con esa mirada penetrante que traspasaba tu delgada y transparente blusa…………


...Él avanzó hacia ella y la cubrió de besos mientras sus ágiles manos la iban despojando de todas sus vestiduras. Veía como iban apareciendo las redondeces y bordes de sus carnes. Cuando la despojó de sus finas bragas, distinguió un fino vello que apenas cubría el vértice donde confluían sus dos marfilinas piernas.

Sin embargo y pese a la monumental escultura, él le beso los pies. Ella, estirando sus finos brazos saco de su bolso un preservativo y, por primera vez, se lo colocó a alguien. Mientras iba desenrollando el látex, pensaba que sentiría al ser penetrada por esa lubricada membrana. Él se dejo cubrir, para después comenzar a penetrarla siguiendo el ritmo que el cuerpo de Rosa iba marcando. Había veces que ella se movía como excelsa bailarina de ballet y otras como ruda deportista que se aproximaba a la meta de la victoria. Él veía sus ojos que a veces se achicaban y otras, se abrían desmesuradamente. Ella oía el rumor de las palabras que la hacían cimbrar hasta lo más profundo de sus raíces.

Después de la ardiente explosión de sus sexos, permanecieron abrazados durante muchas horas. Luego se levantaron completamente desnudos, abrieron la ventana y se pusieron a contemplar el paisaje, hasta que las penumbras de la tarde fueron convirtiendo sus cuerpos en sombras de la noche...

El no podía creer que ella estuviera junto a él totalmente desnuda, con ese cuerpo perfecto que lo invitaba a acariciarlo. Y su voz, ¡cómo no hacer caso a esa dulce y al mismo tiempo ardiente voz que le pedía que la siguiera!

- Ven, dijo ella. Espérame un ratito en el baño. Te quiero dar una sorpresa....

“Odio las sorpresas”, pensó él mientras se sentía ridículo, desnudo, sentado sobre la tapa del excusado y contando los minutos, pensando en alguna travesura de la mujer, o tal vez que tuviera que pasar toda la noche en esa posición, mientras que ella tal vez ya se hubiera marchado a su casa. Entonces levantó la voz para ahuyentar toda sospecha.

- Si no te apuras, salgo.

Al no obtener respuesta, abrió la puerta. Hugo vio el recorte de la figura de Rosa apoyada sobre la ventana. Era ella, no cabía duda, escuchaba su risa, y sentía el perfume que emanaba de su cuerpo. Empero, su piel no brillaba, se percibía como si algo le hubiera cubierto el cuerpo.

Ella prendió la luz.

Los dos se miraron de frente:

Estaba vestida con las ropas de él, que desajustaban las formas de su cuerpo.

Rosita le abrió los brazos para que la viera.

Hugo no pudo disfrutar de la sorpresa porque ella tomó su brasier y se lo puso a él, después tomó su diminuta tanga oscura y se la colocó muy despacio tratando de cubrir lo que quedaba grande. Luego, fingiendo ser él, trató de engrosar el tono de la voz ordenándole que se hincara. Con firmeza acarició sus tetillas y apartó la diminuta cinta que separaba sus nalgas. Luego, le habló con una voz muy suave, le dijo que le iba a gustar, que la dejara hacer, que lo iba a ser muy feliz y le pedía una prueba de amor, verás que no te va a doler. Entonces lo soltó y se desvistió completamente.

- Acompáñame al baño.Comenzó a pasarle el jabón por todo el cuerpo, le lavó los pies, le besó los tobillos, le introdujo la toallita entre las axilas. Volteándolo, le lavó acuciosamente la nuca y la espalda. Sin prisas y sin pausas continuó bajando, para metiendo las manos entre sus nalgas, frotar el pene de Hugo desde atrás.

Él se dejaba hacer, pensando que jamás alguien lo trataría de esa manera.

- Gracias, dijo ella. Me estás enseñando a ser mujer.

El no contestó porque de eso no estaba seguro.

¿Quién enseñaba a quién?

Salieron del baño y se tumbaron sobre la cama.

Ella se subió sobre él, mientras Hugo acariciaba sus filosos y carnosos pechos, introduciendo en su vagina el renovado miembro. Después, Rosa comenzó a danzar sentada arriba de él y mientras elevaba los brazos hacia el cielo, comenzó a sentir como que una ardiente e incontenible corriente inundaba lo más profundo de sus entrañas. Hugo sólo alcanzó a decir “te quiero” cuando la joven cantaba despacito en sus oídos:

“Luego en la intimidad, sin complejos del bien ni del mal, en tu pelo travieso que peinan mis besos me darás la señal”


Saludos


FRANCISCO

miércoles, 3 de junio de 2009

ASESINO




Recuerdo la primera vez que la vi en aquella concurrida estación del metro. Estaba caminando por los andenes como si estuviera extraviada. Luego pasó junto a mí, mientras mis ojos se desviaban tratando de ocultar su turbación; no obstante, su perfume me hizo levantarlos: demasiado tarde, sólo logré ver su espalda alejándose.
A partir de entonces se convirtió en algo inalcanzable y un deseo de matarla se fue apoderando cada vez más de mí.
Entonces me propuse dejar de visitar la estación y de nuevo su imagen velada hizo renacer mis perversos instintos. Sus ojos, sólo por una vez querían ver sus ojos. Esa mañana al regresar a la estación, entré dispuesto a encontrarme una vez más con esa sombra que me enardecía. Pero hoy no la encontré, sólo estábamos yo, la estación vacía y el tic tac de mi viejo reloj. Me apoyé en el mismo muro y me perdí en el tiempo, no recuerdo cuánto, hasta que una brisa cálida rozó mi cara…Y al levantar los ojos la vi, pero ya no estaba de espaldas. Frente a mí con la cabeza erguida y el pelo recogido sobre los bordes de su cara, me miraba. Magda lucía un bello rostro, pese a los embates de la edad: de ojos grandes, labios carnosos y pelo agresivamente rubio. Era una belleza insolente, a mitad del camino entre lo frívolo y la perversidad. Al verme sonrió y dio la media vuelta. Yo la seguí y al salir de la estación se introdujo en un concurrido café de la zona.. Decidida se acercó a la barra y pidió un vaso de whisky.
-No es el mejor modo de combatir la ansiedad, ­dije.
Me miró y me volvió a sonreír levemente.
-­ ¿Quién le ha dicho que estoy ansiosa?
-No hay más que verte.
-¿Psicólogo?
-­ Curioso.
Habíamos roto las barreras. Dijo que se llamaba Magdalena y que era argentina .
- Colombiano, ­mentí.
Establecidas las reglas del juego, entretuvimos la tarde hablando tonterías.
- Si quieres otra bebida y una deliciosa cena te invitó.
- ¿Y si no?­, preguntó.
- Te espero a las nueve en este mismo restaurante, casi le ordené.
La vi marcharse. Esa mujer me gustaba más de la cuenta, pero aún así, tenía que matarla. Pensé que un tequila doble expulsaría este mal pensamiento compasivo. Lo bebí de un trago, pero ella me seguía gustando. Miré la hora, faltaban unos minutos para las siete. Acaso dormir ayudaría. Fui a mi casa y me acosté teniendo cuidado en que sonara el despertador poco después de las ocho.
Llegó puntual, virtud infrecuente en las mujeres maduras y bonitas. Caminaba con estudiada despreocupación, usaba un vestido de tela liviana que le acentuaba las formas. ­
- Magnífica, le­ dije por todo saludo y llamé al capitán. Fuimos hacia la mesa.
Elegimos una exquisita cena acompañada de espumoso champagne, iba a ser su última cena y merecía lo mejor. Quiso saber de mí. Me inventé una profesión y un desengaño amoroso.. A la hora del café y el coñac, le confesé que me gustaba más de la cuenta y por primera vez, a lo largo de la noche, estaba diciendo la verdad.
Después de esa magnífica velada, decidimos ir a mi casa. Estábamos de pie, junto a la cama y sólo nos iluminaba la tenue luz de la luna; ya nada me importaba, toda mi atención estaba en ese cuerpo magnífico. La comencé a desnudar, con la devoción que se pone en los grandes ritos. Me detuve en sus pechos, cuidados y armoniosos, y los besé lentamente; un imperceptible quejido y el minúsculo vibrar de su piel me hicieron comprender que no había errado el camino, al rato estábamos desnudos sobre la cama. Cada vez me gustaba más y ella se encargaba de fomentarlo: se acostó sobre mí y me cubrió con una ternura indescriptible, hasta que llegó el momento de las palabras entrecortadas y los pequeños gritos. Después del amor, pensé que era una pena quitar al mundo a una mujer así; la abracé casi con cariño y se quedó dormida de inmediato. Estuve mucho tiempo mirando el techo y pensando en lo contradictorio de la situación. Un par de horas más tarde ella abrió los ojos y me dijo algunas cosas que ahora prefiero olvidar. Le pregunté si quería acompañarme al día siguiente a conocer unas misteriosas Grutas. Dijo que sí. No sabía que estaba firmando su sentencia de muerte.
Al día siguiente tomé un café sin azúcar y pasé por ella. En las impresionantes cavernas nos mezclamos con un heterogéneo contingente turístico. Seguimos al guía y nos enteramos de que estábamos ingresando en una caverna que se prolongaba por varios kilómetros y del que apenas se habían explorado algunos miles de metros.
Conseguí que marcháramos hasta atrás de los entusiasmados turistas y así anduvimos entre las tinieblas. Sonreí al pensar que no me había equivocado en el lugar: un cadáver podría permanecer ahí por largo tiempo. Pensé que ese cuerpo iba a ser el de Magda y sentí un ligero malestar. Decidí terminar el trabajo de una vez por todas y me detuve, con la excusa de tomarle una fotografía. El contingente siguió su marcha, ignorándonos. Abrí un supuesto estuche fotográfico donde llevaba el arma.
- Aquí no se pueden sacar fotos ­bromeó.
- ­No pienso sacar fotos ­dije.
- ­No entiendo, ­dijo con espanto. ­Hay un error. Tiene que haber un error.
Por respuesta hundí el puñal en su cuello. Ella intentó decir algo, pero todo quedó reducido a un gesto de dolor y desconcierto. De su boca brotó un inmenso borbotón de sangre. Di un paso atrás y vi cómo su bello cuerpo se derrumbaba para siempre. Con ternura la llevé hasta el rincón más escondido de la cueva y la cubrí con algunas piedras. Me sacudí las manos y la ropa, y caminé hacia donde estaba el contingente.
Nadie reparó en su ausencia.
Al regresar a mi casa tuve tiempo de afeitar mi barba y deshacerme del resto de las pruebas. Por la noche, al salir de nuevo a la calle oí una voz femenina, sus palabras, me enmudecieron.
- Me llamo Magdalena y he venido por ti­.
Al mirarla comprendí que pronto tendría que pagar por todos mis crímenes.
-Vamos pues –le dije y le tendí la mano----
Saludos
Francisco Pardavé