Iba caminando entre un bosque, en donde veían a la vez claros y oscuros entre las ramas de los frondosos árboles que cubrían el lugar; sí, claros y oscuros como los momentos que viví al lado de mi dulce compañera.
En mi andar, creía escuchar las suaves notas de una canción que canté alguna vez en aquella habitación donde nuestros cuerpos se fundieron al ritmo cadencioso del deseo mutuo.
Era un callado lugar cuyas agrestes penumbras me recuerdaban las cóncavas redondeses de su cuerpo por mi descubierto.
Hoy miro la luna (nuestra luna) y vuelvo a sentir la tersura de su piel. Cierro los ojos y paladeo la humedad de su cuerpo cuando la poseía con locura desenfrenada.
En medio del silencio que me envuelve aún puedo oír sus gemidos cuando el acto culminaba, su voz era la muestra del derroche de placer que le propinaba. ¡Su cuerpo se estiraba tratando de tocar el cielo en aquellos momentos!
La amé tanto que sería imposible decir cuanto; con ese amor fuimos cultivando las perlas de un collar con que adornamos la soledad denuestras vidas.
Pasaron los años y la edad se fue apoderando de nuestros cuerpos; sin embargo, nuestra alma seguía joven y fresca, como la primera vez que oí su preciosa voz, justo en aquel momento en que me di cuenta que la quería a mi lado para toda la vida.
Había momentos en que su mirada parecía perdida, como si ella tratara de evocar su juventud, entonces yo con mucha delicadeza cogía su mano y ella volvía a mí.
En esos momentos, nos dimos cuenta que nuestro amor sería eterno, ya que nuestros dos seres se habían fundido en una gran escultura que iba a resistir para siempre el paso de los tiempos.
Un triste día te fuiste amor, mi amor eterno, mi dulce y bello amor, y aunque se que nunca volverás, aún te quiero.
Un abrazo
Francisco Pardavé
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