…Y aunque intentó parecer adecuadamente severoante sus alumnos, Pedro Gaviota les vio de pronto tal y como eranrealmente, sólo por un momento, y más que gustarle, amó aquello que vio.¿No hay límites, Juan?,pensó y sonrió.Su carrera hacia el aprendizaje había empezado…
Una apacible tarde, Gabriela se encontraba disfrutando del magnífico libro Juan Salvador Gaviota en las playas de Tampico y Madero: un viento fresco azotaba su rostro, era el clima perfecto para estar ahí, observando de reojo las gaviotas juguetonas, que con astucia bajaban de su vuelo no muy alto en busca de alimento; a su vez, los peces saltaban sobre el agua tratando de liberarse de ellas. Era un espectáculo tan relajante y bello, como suelen serlo los maravillosos escenarios de la naturaleza. Gabriela permanecía tendida en la hamaca divagando las ideas y regresando los recuerdos en su mente. Poco a poco fueron apareciendo, reales, claros… como viviéndolos de nuevo. Su trabajo en una oficina de gobierno no era nada del otro mundo: a veces aburrido, otras cansado. Generalmente nada emocionante sucedía. Un día de tantos, alguien preguntó: ¿Gabriela?... -¿Me conoce?... Un caballero de ojos claros respondió -claro, nos conocemos (ella no recordaba). Unos días después, de nuevo esa sonrisa acompañada de un agradable ¡hola!, sorprendió su salida del trabajo.Ella sólo alcanzó a decir, -lo siento, debo llegar temprano a mis clases de inglés, hasta luego. Los días siguientes pasaron normales; sin embargo, aquellos ojos y aquella sonrisa del hombre maduro cambiaron la situación. Inquietud y nerviosismo se hicieron sentir en su cuerpo, algo producía ese caballero. ¿Lo habría notado? Un buen día su presencia viril la esperaban a la hora de salida. Una breve charla sin importancia terminó con un -quiero verte, directo, seguro, aplastante. Gaby recién había formalizado una relación, no quería nada con nadie, y menos con un hombre, que a su parecer, era casado. No obstante empezó a desear verlo, esperaba con ansia estar con él tan solo unos minutos, no importaba, con frecuencia imaginaba sus manos acariciando sus mejillas y su cuello, bajando suavemente hacia su pecho... y esa tibia y callada humedad entre mis piernas… aparecía. Las vacaciones de Gabriela llegaron, lo que aprovechó para darse un merecido reposo en una playa de su ciudad natal... Se había hecho casi de noche y el mar estaba más agitado: hermoso dúo de atardecer y agua tenía ante sus ojos, dejó caer el libro, cerró los sentidos y se dejó llevar por el agradable momento. Una sensación más deliciosa le hizo abrirlos. Ahí estaba él, con su boca en la suya. Sentía sus labios juguetear con los de ella, su insistente besar la hacia vibrar, ya excitada, su cuerpo respondía de manera húmeda cuando sus manos sin el menor recato trataban de adentrarse por debajo del diminuto bikini. No había manera de parar aquello. No supo como ni en que momento, el se acurrucó junto a ella, sus besos eran interminables mientras que sus manos no dejaban de buscar. Cada movimiento era una delicia, como lo fue el momento que ella con atrevimiento se hincó y bajó la ropa del ser que la subyugaba: su piel bronceada contrastaba con la suya. No podía esperar más, mientras él, con dominio de hombre fuerte sólo la miraba mientras acariciaba con ternura sus cabellos. Luego, sus manos la ayudaron a incorporarse; la tomó en sus brazos y la tendió sobre la hamaca. Ella cerró los ojos, apretó los labios y se dejó llevar. Sus movimientos sabios sabían provocarla; cada poro de su piel sentía sus manos, mientras su boca besaba suavemente sus ojos, labios y mejillas. No podía más, necesitaba terminar con ese ardor, ¡enloquecía de pasión! Él lentamente despegó su cuerpo y con dominio absoluto de su sexualidad supo detenerse, mientras todo el ser de Gabriela pedía a gritos continuar. Por respuesta sintió un ataque final que terminó con el estallido mutuo de sus dos almas. Al final abrazó su cuerpo en un cálido gesto. ¿Como supiste donde estaba? -le preguntó. -Sólo pregunté le contestó. La respuesta fue tan sencilla como le fue encontrarla. No importaba nada. Sólo ella y él en aquella costa arrullados por el vaivén de las olas. No era temporada de turistas, así que la solitaria playa era inundada por sus gemidos explosivos. Las gaviotas con el anochecer se habían ido, sólo el oleaje constante del mar se escuchaba. Hincados en la arena, ambos se besaban con fervor, sin pensar en nada, sólo entregándose en un beso interminable. Como interminable sería el recuerdo de ese instante. Al amanecer, Gaby abrió los ojos, se encontraba sola: "habrá sido sólo un sueño", pensó, levantó el libro que se encontraba sobre la arena y prosiguió la lectura. Una gaviota se elevó hasta el cielo y se dejó caer como un relámpago. Era el alma de Juan Salvador Gaviota que le enseñaba que con sólo la fe, el amor y el espíritu se pueden lograr imposibles.
Saludos Francisco Pardavé
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