Iba caminando entre un bosque, en donde veían a la vez claros y oscuros entre las ramas de los frondosos árboles que cubrían el lugar; sí, claros y oscuros como los momentos que viví al lado de mi dulce compañera.
En mi andar, creía escuchar las suaves notas de una canción que canté alguna vez en aquella habitación donde nuestros cuerpos se fundieron al ritmo cadencioso del deseo mutuo.
Era un callado lugar cuyas agrestes penumbras me recuerdaban las cóncavas redondeses de su cuerpo por mi descubierto.
Hoy miro la luna (nuestra luna) y vuelvo a sentir la tersura de su piel. Cierro los ojos y paladeo la humedad de su cuerpo cuando la poseía con locura desenfrenada.
En medio del silencio que me envuelve aún puedo oír sus gemidos cuando el acto culminaba, su voz era la muestra del derroche de placer que le propinaba. ¡Su cuerpo se estiraba tratando de tocar el cielo en aquellos momentos!
La amé tanto que sería imposible decir cuanto; con ese amor fuimos cultivando las perlas de un collar con que adornamos la soledad denuestras vidas.
Pasaron los años y la edad se fue apoderando de nuestros cuerpos; sin embargo, nuestra alma seguía joven y fresca, como la primera vez que oí su preciosa voz, justo en aquel momento en que me di cuenta que la quería a mi lado para toda la vida.
Había momentos en que su mirada parecía perdida, como si ella tratara de evocar su juventud, entonces yo con mucha delicadeza cogía su mano y ella volvía a mí.
En esos momentos, nos dimos cuenta que nuestro amor sería eterno, ya que nuestros dos seres se habían fundido en una gran escultura que iba a resistir para siempre el paso de los tiempos.
Un triste día te fuiste amor, mi amor eterno, mi dulce y bello amor, y aunque se que nunca volverás, aún te quiero.
Un abrazo
Francisco Pardavé
viernes, 28 de noviembre de 2008
ESTELA
El otro día se me ocurrió buscar entre mis libros uno que tuviera algunos poemas que hubiera leído en mi juventud.
Después de mucho indagar lo encontré, ahí estaba, un poco amarillento y descompuesto, ¡quién sabe desde cuando alguien lo había leído!
Al abrirlo, salió volando un papelito que decía:
"Si me quieres, quiéreme entera, no por zonas de luz o sombra...
Si me quieres, quiéreme negray blanca
Y gris, y verde, y rubia,
quiéreme día, quiéreme noche...
¡Y madrugada en la ventana abierta!
Si me quieres, no me recortes:
¡Quiéreme toda... o no me quieras!"
Estela
¿Estela?, quien era Estela, ¿sería aquella compañera de la escuelaque me rechazó cuando le propuse que fuera mi novia?
A lo mejor fuela amiga de la compañera de mi hermano que nos acompañó a laexcursión a la Marquesa, cuando nos cayó el diluvio que nos hizo regresar todos mojados.
¿O sería aquella tímida muchacha que vivía enfrente de mi casa y que permanecía toda la noche con la luz encendida?
La curiosidad se apoderó de mi y ya no pude dormir, frenéticocomencé a buscar en los viejos álbumes de fotografías; de pronto la encontré: era ella, en un ovalito se veía su cara aún de adolescente, su mirada era tan triste y parecía tan ausente, una tímida sonrisa se dibujaba entre esos labios diminutos.
Atrás de lafoto se leía: "para ti con todo mi amor".
Maria Estela.
¡Cómo pude olvidarla! Si fue la luz de mi vida, mi primer amor, mi fugaz beso.
La que se fue aquella tarde cuando la acompañé a la terminal de autobuses diciéndome que volvería y nunca volvió.
La queme entregó este papelito que ahora estrecho entre mis manos y beso con ternura.
La mujer que sin duda, por primera vez la amé toda. La amé entera.
SALUDOS
FRANCISCO PARDAVE
Después de mucho indagar lo encontré, ahí estaba, un poco amarillento y descompuesto, ¡quién sabe desde cuando alguien lo había leído!
Al abrirlo, salió volando un papelito que decía:
"Si me quieres, quiéreme entera, no por zonas de luz o sombra...
Si me quieres, quiéreme negray blanca
Y gris, y verde, y rubia,
quiéreme día, quiéreme noche...
¡Y madrugada en la ventana abierta!
Si me quieres, no me recortes:
¡Quiéreme toda... o no me quieras!"
Estela
¿Estela?, quien era Estela, ¿sería aquella compañera de la escuelaque me rechazó cuando le propuse que fuera mi novia?
A lo mejor fuela amiga de la compañera de mi hermano que nos acompañó a laexcursión a la Marquesa, cuando nos cayó el diluvio que nos hizo regresar todos mojados.
¿O sería aquella tímida muchacha que vivía enfrente de mi casa y que permanecía toda la noche con la luz encendida?
La curiosidad se apoderó de mi y ya no pude dormir, frenéticocomencé a buscar en los viejos álbumes de fotografías; de pronto la encontré: era ella, en un ovalito se veía su cara aún de adolescente, su mirada era tan triste y parecía tan ausente, una tímida sonrisa se dibujaba entre esos labios diminutos.
Atrás de lafoto se leía: "para ti con todo mi amor".
Maria Estela.
¡Cómo pude olvidarla! Si fue la luz de mi vida, mi primer amor, mi fugaz beso.
La que se fue aquella tarde cuando la acompañé a la terminal de autobuses diciéndome que volvería y nunca volvió.
La queme entregó este papelito que ahora estrecho entre mis manos y beso con ternura.
La mujer que sin duda, por primera vez la amé toda. La amé entera.
SALUDOS
FRANCISCO PARDAVE
jueves, 27 de noviembre de 2008
EL AQUELARRE
La noche es como el diablo:
Goza al hacer sufrir a los que más le temen
LA DENTELLADA
Después de algunos meses, un día sospeché que algo me iba a pasar; fue sobre todo el encuentro con esos extraños restos de huesos de pequeños animales los que me pusieron en alerta y me hicieron suspender mis largas caminatas por el bosque al filo del atardecer.
Se bien que no podía prescindir de la plaza como maestro rural sin crear sospechas, ni tampoco podía regresar a la ciudad con las manos vacías; por eso me decidí a esperar, sospechando de cada uno de mis alumnos y a desconfiar de aquellas ancianas que paseaban por las calles, siempre enlutadas y una expresión de un profundo dolor, que se reflejaba en sus rostros.
Me decidí a esperar, velando cada noche, encerrado en la vieja casona, para ver si conseguía distinguir una luz en el bosque, las huellas de alguna hoguera o algo que me sacara por fin de mis dudas.
Por eso, cuando vi aquellos signos en la pared, supe que estaban preparando mi muerte; era sin embargo, una revelación que me liberaba de la angustia anterior, pero que me dejaba aún más confuso y asustado. Estaba claro, aquellas señales circulares en una esquina lateral de la casona marcaban un punto para que las gentes de la aldea cumplieran uno de los ritos más macabros con mi sangre.
Sabía que desde antes estaban preparándome para aquella fecha; que ese holocausto estaba previsto desde mi llegada y que mis sospechas y mi miedo eran conocidos por todos y que estaban esperando una señal, una fecha concreta para venir en mi busca.
Me levanto despacio y apoyo los pies descalzos en el suelo y con la certeza de que todo está ya preparado vuelvo a oler el vaso que se encuentra a mi izquierda en la mesilla... una droga, sin duda. Contengo mi sed y logro convencerme de que es mejor seguir aquí en pie, de que si me bebo otro vaso de vino podré acabar con todo de una vez y liberarme así de este terror a lo desconocido, de este temblor terrestre provocado sin duda por esta intoxicación que me embriaga.
Guiado por una extraña fuerza interior avanzo por la habitación, tambaleándome como un enfermo recién levantado y consigo salir a la fría noche que me hace sentir la fatalidad de mi destino, pero me hace a la vez comprender que no vendrán por mí hasta que acabe la fiesta nocturna y comience el aquelarre como un rito de carne y sangre, de purificación y pecado. Me tambaleo por las callejas de la aldea y busco una salida hacia el bosque que no me conduzca a las hogueras encendidas que resplandecen en la oscuridad. Entre tropiezos, con vómitos y una terrible sed logro contener mi miedo y avanzo, me caigo, me incorporo y sigo el oscuro sedero que me marcan la noche y el azar. Camino con la desesperación del moribundo y con la certeza del condenado, mientras un color rojizo se va apoderando del cielo y noto como el suelo tiembla cada vez más cercano bajo mis pies descalzos, ya sangrantes por las piedras y las ramas.
Todo me da vueltas y sin saber como, me siento arrastrado hacia un baile horrendo que presiento me llevará hacia la destrucción. Trato de escabullirme tras unos matorrales, me arrastro en el barro y me acerco a un claro del bosque. De pronto mi sangre se detiene al contemplar la visión que muestran mis fatigados ojos entre las hogueras y el humo de olores amargos y sugerentes. Veo cabriolas en el aire, bocas deformadas en escalofriantes gritos de gozo y dolor, cuerpos retorcidos que se revuelven y se juntan, se separan, se vuelven a unir en una desesperada y agonizante orgía carnal, labios que muerden e incitan al sexo y a la más cruel violencia, pechos de hombres y mujeres descubiertos, saltos entre las hogueras, ojos desorbitados, alaridos infernales de pavor y de orgasmo, olor a carne podrida y sudor, largos cabellos azotados por el viento, sabor amargo de fluidos corporales, luz ambarina, roja, negra, luz titilante de hogueras, cuerpos vivos y muertos que caen y se levantan, que se yerguen y sucumben entre golpes, azotes y mordiscos, besos y caricias, y una confusión caótica de belleza y pasión, griterío incontenible en torno a la figura extática y sublime que se yergue entre todas, rodeada de un fulgor radiante que hace destacar su imponente cuerpo de diosa entre las deformes presencias a su alrededor, figura que se eleva sobre el suelo y flota dentro de un círculo abrasador trazado en el suelo, que mira y no ve, que se superpone y rige todo, que provoca y excita, que pronuncia oscuras palabras en una voz susurrante y lejana que apenas se logra distinguir entre los alaridos y el tremendo sonido del suelo que acompaña esta danza macabra y rodea en vibraciones a la esbelta figura central de esta danza. De pronto un silencio en torno a mi que se interrumpe por las sugerentes palabras ordenándome avanzar en cortos pasos entre las figuras que se retuercen, sobre las hogueras y las brasas, fijos los ojos en el cuerpo desnudo que flota dentro del círculo y ahora me tiende los brazos.
Me aproximo a ese cuerpo sudoroso que me llama entre susurros, y me incita a tocar sus redondas caderas y sus pechos duros y esbeltos. El temblor de la tierra me acompaña mientras la poseo. Noto como se retuerce debajo de mí con los ojos cerrados, como gime de placer bajo mi cuerpo. Me clava sus largas uñas en la espalda y el dolor es grato. Se acerca a mí y me muerde el hombro y mientras mana la sangre siento un placer doloroso y exquisito. Miro nuestras entrepiernas unidas que se mueven al compás del latido del mundo, observo la sangre en su pubis de la virginidad perdida y estallo en un gemido de dolor. Me aparto de su cuerpo y descubro que las manchas de sangre que provienen de su vagina son mías. Descubro en su vulva, unos agudos colmillos tan amenazantes como su mirada, unos dientes que ya han logrado su objetivo; y pierdo el conocimiento mientras contemplo aterrado, mientras me desangro, su cuerpo perfecto y su estremecedora mirada que me busca e indaga entre mis sufrimientos.
Despierto con una delirante sensación de angustia y una dolorosa impresión de haber sido masacrado. Durante más de dos semanas no pude caminar y las cicatrices producidas en aquella noche me duraron varios meses. A partir de ese momento me dejé llevar sin responder a ningún otro estímulo externo. No me extrañó levantarme de la cama y que me atendiesen casi todas las ancianas de la aldea con un cariño antes desconocido, tampoco me sorprendió demasiado seguir vagando por el bosque sin que nadie me importunara.
El porqué sigo con vida y respiro cada mañana la brisa que viene desde el monte hasta mi habitación no podré saberlo nunca, pero cuando contemplo las pequeñas cicatrices que rodean mi pene me siento vivo y presiento que jamás podré ser tan feliz como lo fui aquella noche que guardo entre mis mas horrendas pesadillas. Ahora sólo espero volver a vivir el aquelarre con aquel demonio-hembra de piel suave y morena, ojos indescriptibles y entrañas húmedas y expectantes; aunque esta vez su vaginal mordisco me vacíe por completo y me absorba con ella hasta lo más profundo de su satánica presencia.
SALUDOS
FRANCISCO PARDAVE
Goza al hacer sufrir a los que más le temen
LA DENTELLADA
Después de algunos meses, un día sospeché que algo me iba a pasar; fue sobre todo el encuentro con esos extraños restos de huesos de pequeños animales los que me pusieron en alerta y me hicieron suspender mis largas caminatas por el bosque al filo del atardecer.
Se bien que no podía prescindir de la plaza como maestro rural sin crear sospechas, ni tampoco podía regresar a la ciudad con las manos vacías; por eso me decidí a esperar, sospechando de cada uno de mis alumnos y a desconfiar de aquellas ancianas que paseaban por las calles, siempre enlutadas y una expresión de un profundo dolor, que se reflejaba en sus rostros.
Me decidí a esperar, velando cada noche, encerrado en la vieja casona, para ver si conseguía distinguir una luz en el bosque, las huellas de alguna hoguera o algo que me sacara por fin de mis dudas.
Por eso, cuando vi aquellos signos en la pared, supe que estaban preparando mi muerte; era sin embargo, una revelación que me liberaba de la angustia anterior, pero que me dejaba aún más confuso y asustado. Estaba claro, aquellas señales circulares en una esquina lateral de la casona marcaban un punto para que las gentes de la aldea cumplieran uno de los ritos más macabros con mi sangre.
Sabía que desde antes estaban preparándome para aquella fecha; que ese holocausto estaba previsto desde mi llegada y que mis sospechas y mi miedo eran conocidos por todos y que estaban esperando una señal, una fecha concreta para venir en mi busca.
Me levanto despacio y apoyo los pies descalzos en el suelo y con la certeza de que todo está ya preparado vuelvo a oler el vaso que se encuentra a mi izquierda en la mesilla... una droga, sin duda. Contengo mi sed y logro convencerme de que es mejor seguir aquí en pie, de que si me bebo otro vaso de vino podré acabar con todo de una vez y liberarme así de este terror a lo desconocido, de este temblor terrestre provocado sin duda por esta intoxicación que me embriaga.
Guiado por una extraña fuerza interior avanzo por la habitación, tambaleándome como un enfermo recién levantado y consigo salir a la fría noche que me hace sentir la fatalidad de mi destino, pero me hace a la vez comprender que no vendrán por mí hasta que acabe la fiesta nocturna y comience el aquelarre como un rito de carne y sangre, de purificación y pecado. Me tambaleo por las callejas de la aldea y busco una salida hacia el bosque que no me conduzca a las hogueras encendidas que resplandecen en la oscuridad. Entre tropiezos, con vómitos y una terrible sed logro contener mi miedo y avanzo, me caigo, me incorporo y sigo el oscuro sedero que me marcan la noche y el azar. Camino con la desesperación del moribundo y con la certeza del condenado, mientras un color rojizo se va apoderando del cielo y noto como el suelo tiembla cada vez más cercano bajo mis pies descalzos, ya sangrantes por las piedras y las ramas.
Todo me da vueltas y sin saber como, me siento arrastrado hacia un baile horrendo que presiento me llevará hacia la destrucción. Trato de escabullirme tras unos matorrales, me arrastro en el barro y me acerco a un claro del bosque. De pronto mi sangre se detiene al contemplar la visión que muestran mis fatigados ojos entre las hogueras y el humo de olores amargos y sugerentes. Veo cabriolas en el aire, bocas deformadas en escalofriantes gritos de gozo y dolor, cuerpos retorcidos que se revuelven y se juntan, se separan, se vuelven a unir en una desesperada y agonizante orgía carnal, labios que muerden e incitan al sexo y a la más cruel violencia, pechos de hombres y mujeres descubiertos, saltos entre las hogueras, ojos desorbitados, alaridos infernales de pavor y de orgasmo, olor a carne podrida y sudor, largos cabellos azotados por el viento, sabor amargo de fluidos corporales, luz ambarina, roja, negra, luz titilante de hogueras, cuerpos vivos y muertos que caen y se levantan, que se yerguen y sucumben entre golpes, azotes y mordiscos, besos y caricias, y una confusión caótica de belleza y pasión, griterío incontenible en torno a la figura extática y sublime que se yergue entre todas, rodeada de un fulgor radiante que hace destacar su imponente cuerpo de diosa entre las deformes presencias a su alrededor, figura que se eleva sobre el suelo y flota dentro de un círculo abrasador trazado en el suelo, que mira y no ve, que se superpone y rige todo, que provoca y excita, que pronuncia oscuras palabras en una voz susurrante y lejana que apenas se logra distinguir entre los alaridos y el tremendo sonido del suelo que acompaña esta danza macabra y rodea en vibraciones a la esbelta figura central de esta danza. De pronto un silencio en torno a mi que se interrumpe por las sugerentes palabras ordenándome avanzar en cortos pasos entre las figuras que se retuercen, sobre las hogueras y las brasas, fijos los ojos en el cuerpo desnudo que flota dentro del círculo y ahora me tiende los brazos.
Me aproximo a ese cuerpo sudoroso que me llama entre susurros, y me incita a tocar sus redondas caderas y sus pechos duros y esbeltos. El temblor de la tierra me acompaña mientras la poseo. Noto como se retuerce debajo de mí con los ojos cerrados, como gime de placer bajo mi cuerpo. Me clava sus largas uñas en la espalda y el dolor es grato. Se acerca a mí y me muerde el hombro y mientras mana la sangre siento un placer doloroso y exquisito. Miro nuestras entrepiernas unidas que se mueven al compás del latido del mundo, observo la sangre en su pubis de la virginidad perdida y estallo en un gemido de dolor. Me aparto de su cuerpo y descubro que las manchas de sangre que provienen de su vagina son mías. Descubro en su vulva, unos agudos colmillos tan amenazantes como su mirada, unos dientes que ya han logrado su objetivo; y pierdo el conocimiento mientras contemplo aterrado, mientras me desangro, su cuerpo perfecto y su estremecedora mirada que me busca e indaga entre mis sufrimientos.
Despierto con una delirante sensación de angustia y una dolorosa impresión de haber sido masacrado. Durante más de dos semanas no pude caminar y las cicatrices producidas en aquella noche me duraron varios meses. A partir de ese momento me dejé llevar sin responder a ningún otro estímulo externo. No me extrañó levantarme de la cama y que me atendiesen casi todas las ancianas de la aldea con un cariño antes desconocido, tampoco me sorprendió demasiado seguir vagando por el bosque sin que nadie me importunara.
El porqué sigo con vida y respiro cada mañana la brisa que viene desde el monte hasta mi habitación no podré saberlo nunca, pero cuando contemplo las pequeñas cicatrices que rodean mi pene me siento vivo y presiento que jamás podré ser tan feliz como lo fui aquella noche que guardo entre mis mas horrendas pesadillas. Ahora sólo espero volver a vivir el aquelarre con aquel demonio-hembra de piel suave y morena, ojos indescriptibles y entrañas húmedas y expectantes; aunque esta vez su vaginal mordisco me vacíe por completo y me absorba con ella hasta lo más profundo de su satánica presencia.
SALUDOS
FRANCISCO PARDAVE
DEJAME EN PAZ
Después de un espantoso matrimonio y de un salvador divorcio, apenas me quedaban ganas de buscar mujeres.
¡Cómo me hubiera gustado olvidar mí memorable noche de bodas! Fue tan romántica que, estando yo arriba, intentando dar todo lo que tenía, observé que mi mujer contaba con los dedos durante todo el acto. Una vez que acabé le pregunté:
-¿Has disfrutado, cariño?
Y ella me contestó:
-¿Cuánto has juntado en el banco para cuando regresemos de vacaciones?
Sin embargo, en esa época yo estaba dispuesto a vivir con ella y a serle fiel hasta el final de nuestros días. Tanto que no volví a ver a ninguna de mis amigas y si alguna mujer se me insinuaba yo le respondía: “es mejor que te vayas pues estoy felizmente casado”. ¡Tonto de mí!, luego comprendí que a mi mujer no le hubiera importado.
Después de mi divorcio conocí a otra chica... Lo que más me gustó de ella es que no se parecía a mi ex mujer. No era mala, ni avariciosa, ni dominante; y otra cosa que me agradó es que en el momento en que nos conocimos sólo estaba cubierta por un diminuto bikini que resaltaba la belleza de su cuerpo. Y aunque no podría decir que fue en flechazo, la verdad es que ella me encantó; me refiero a que nos conocimos de casualidad, y todo surgió de manera espontánea. Creo que ella se quedó prendada de mi personalidad y no de mi billetera, así que nos dedicamos a disfrutar de ese maravilloso sol que nos cubría.
- ¿A qué te dedicas? - me preguntó.
- Trabajo por mi cuenta (no le dije que era gerente de un banco).
- ¡Te la has de pasar muy bien! Yo en cambio trabo todo el día y apenas tengo tiempo para divertirme.
- ¿Estás casada?
- No. Odio el matrimonio.
- ¿No quieres tener una relación estable?
- No. Las relaciones estables me oprimen, me ahogan. Prefiero ser yo, sin dar cuentas a nadie.
- Pero algún día te vendrá la vena maternal, y querrás tener un hijo.
- No te digo que no y si algún día lo necesito, lo tendré, aunque no esté casada. Lo que yo quiero es ser libre. Quiero ser yo. No es bueno hipotecar tu vida. Mírame: estoy aquí de maravilla y no necesito mucho dinero para tomar el sol. Y estoy disfrutando de tu compañía, y ojalá tú disfrutes de la mía
- ¿Y tú? –me preguntó.
- Yo pienso igual que tú, pero un día me casé y ahora estoy divorciado.
- Así es la vida. Yo he tenido que luchar mucho para no acabar con ningún hombre.
Y con conversaciones de este tipo estuvimos todo el día. Cuando el sol empezaba a alejarse, le pregunté:
- Se empieza a hacer tarde. ¿A dónde vas a dormir?
- Si quieres me puedo quedar contigo.
Y se quedó.
Era una historia de las buenas. Sin compromisos, sin exclusividad, sin broncas, sin ataduras; todo muy liberal, hasta que nos casamos...
Entonces empezó a decirme lo que me temía: que no me ocupo de ella, que hago lo que me parece, que no vamos de vacaciones, que nunca le hago regalos, que está harto del departamento viejo, y que necesita más dinero. Que jamás vamos a ver a sus padres, que le gustaría tener otro coche más nuevo, que gano muy poco en el trabajo…
Bueno, ¿qué les ha parecido?
Ahora cada vez que peleamos trato de ser más cariñoso. Ella me mira con cara de asco, y me dice:
-Déjame en paz.
Ustedes amigos que están leyendo, creo que son más inteligentes. Saben que una misma frase puede significar cosas diferentes según el contexto, y según como se diga. Sin embargo el déjame en paz de mi mujer, quiere decir que la deje, que no quiere tener sexo y que no lo volveré a tener hasta que no consiga lo que quiere. Y mientras, esa noche tengo que dormir nuevamente en el sofá y al día siguiente tendré que hacerme el desayuno.
La verdad, no me quejo. Me gusta mi vida. Tengo una casa que, aunque vieja, está limpia y es confortable. Dos hijos adorables, un perro precioso y un trabajo estable.
Pero si hay algo que me repatea, me indigna, me amarga, me deprime, me enoja, me exaspera, me encoleriza, me entristece, me aflige, me incomoda, me cansa y me provoca unas ganas locas de mandarlo todo a al demonio, es que aunque haga todos los méritos y la trate como a una reina, siempre que se lo pido, ella me dice:
-Déjame en paz.
SALUDOS
FRANCISCO PARDAVE
¡Cómo me hubiera gustado olvidar mí memorable noche de bodas! Fue tan romántica que, estando yo arriba, intentando dar todo lo que tenía, observé que mi mujer contaba con los dedos durante todo el acto. Una vez que acabé le pregunté:
-¿Has disfrutado, cariño?
Y ella me contestó:
-¿Cuánto has juntado en el banco para cuando regresemos de vacaciones?
Sin embargo, en esa época yo estaba dispuesto a vivir con ella y a serle fiel hasta el final de nuestros días. Tanto que no volví a ver a ninguna de mis amigas y si alguna mujer se me insinuaba yo le respondía: “es mejor que te vayas pues estoy felizmente casado”. ¡Tonto de mí!, luego comprendí que a mi mujer no le hubiera importado.
Después de mi divorcio conocí a otra chica... Lo que más me gustó de ella es que no se parecía a mi ex mujer. No era mala, ni avariciosa, ni dominante; y otra cosa que me agradó es que en el momento en que nos conocimos sólo estaba cubierta por un diminuto bikini que resaltaba la belleza de su cuerpo. Y aunque no podría decir que fue en flechazo, la verdad es que ella me encantó; me refiero a que nos conocimos de casualidad, y todo surgió de manera espontánea. Creo que ella se quedó prendada de mi personalidad y no de mi billetera, así que nos dedicamos a disfrutar de ese maravilloso sol que nos cubría.
- ¿A qué te dedicas? - me preguntó.
- Trabajo por mi cuenta (no le dije que era gerente de un banco).
- ¡Te la has de pasar muy bien! Yo en cambio trabo todo el día y apenas tengo tiempo para divertirme.
- ¿Estás casada?
- No. Odio el matrimonio.
- ¿No quieres tener una relación estable?
- No. Las relaciones estables me oprimen, me ahogan. Prefiero ser yo, sin dar cuentas a nadie.
- Pero algún día te vendrá la vena maternal, y querrás tener un hijo.
- No te digo que no y si algún día lo necesito, lo tendré, aunque no esté casada. Lo que yo quiero es ser libre. Quiero ser yo. No es bueno hipotecar tu vida. Mírame: estoy aquí de maravilla y no necesito mucho dinero para tomar el sol. Y estoy disfrutando de tu compañía, y ojalá tú disfrutes de la mía
- ¿Y tú? –me preguntó.
- Yo pienso igual que tú, pero un día me casé y ahora estoy divorciado.
- Así es la vida. Yo he tenido que luchar mucho para no acabar con ningún hombre.
Y con conversaciones de este tipo estuvimos todo el día. Cuando el sol empezaba a alejarse, le pregunté:
- Se empieza a hacer tarde. ¿A dónde vas a dormir?
- Si quieres me puedo quedar contigo.
Y se quedó.
Era una historia de las buenas. Sin compromisos, sin exclusividad, sin broncas, sin ataduras; todo muy liberal, hasta que nos casamos...
Entonces empezó a decirme lo que me temía: que no me ocupo de ella, que hago lo que me parece, que no vamos de vacaciones, que nunca le hago regalos, que está harto del departamento viejo, y que necesita más dinero. Que jamás vamos a ver a sus padres, que le gustaría tener otro coche más nuevo, que gano muy poco en el trabajo…
Bueno, ¿qué les ha parecido?
Ahora cada vez que peleamos trato de ser más cariñoso. Ella me mira con cara de asco, y me dice:
-Déjame en paz.
Ustedes amigos que están leyendo, creo que son más inteligentes. Saben que una misma frase puede significar cosas diferentes según el contexto, y según como se diga. Sin embargo el déjame en paz de mi mujer, quiere decir que la deje, que no quiere tener sexo y que no lo volveré a tener hasta que no consiga lo que quiere. Y mientras, esa noche tengo que dormir nuevamente en el sofá y al día siguiente tendré que hacerme el desayuno.
La verdad, no me quejo. Me gusta mi vida. Tengo una casa que, aunque vieja, está limpia y es confortable. Dos hijos adorables, un perro precioso y un trabajo estable.
Pero si hay algo que me repatea, me indigna, me amarga, me deprime, me enoja, me exaspera, me encoleriza, me entristece, me aflige, me incomoda, me cansa y me provoca unas ganas locas de mandarlo todo a al demonio, es que aunque haga todos los méritos y la trate como a una reina, siempre que se lo pido, ella me dice:
-Déjame en paz.
SALUDOS
FRANCISCO PARDAVE
COMO SER ESCRITOR Y NO MORIR EN EL INTENTO
CÓMO SER ESCRITOR Y NO MORIR EN EL INTENTO
Sí queridos amigos, como me decía mi madre: no hay nada malo en escribir, siempre y cuando lo hagas en soledad y te hagas el disimulado después.
Y también como me decía mi padre: escribe, haz lo que quieras, siempre he sabido que habías nacido raro.
Además, como me ha dicho mi hermano el mayor: estás loco mano, en lugar de pasártela encerrado ¿por qué mejor no sales con chavas como toda la gente de tu edad?
Por su parte como me decía mi maestra de español en primaria: escribir es un proceso creativo interesante aún en niños como tú... sigue, sigue, pero antes aprende ortografía.
Y como me decía mi primer novia: que bonito que escribas, pero ¿por qué lo haces horita?
Mi primer jefe me decía: lo que debes escribir son los cheques, libros de contabilidad y las facturas; no, mejor escribe tu renuncia.
Los consejos que me decía mi primer maestro de taller literario: escribe, así es como un escritor se hace, llenando páginas y páginas, desechando, desbrozando, destruyendo. Diez versiones harán un cuento mediano. Si echando a perder se aprende, tú estas aprendiendo magníficamente.
Una vez un presentador en una fiesta decía: aquí el compañero escribe. Así como lo ven es un artista. Nadie entiende lo que escribe, pero artista al fin y al cabo. ¿Y quien mejor que él para decirle unas palabras a la quinceañera?
Al presentarme a mi primer editor, me decía: ¿Así que usted escribe? No podemos decir que sea muy original. Hay miles de escritores. Bueno, no importa. Vamos a ver si tenemos lugar para ti en la revista, alguna página que sobre... ¿pagar?, ¿quién dijo que te íbamos a pagar? Si quieres, puedes colaborar, vender unos ejemplares de algunas de nuestras revistas al menos mientras aprendes, si quieres...
Una vez me dijeron cuando fui a pedir trabajo: De acuerdo, escribe, pero ¿qué sabes hacer?
Un crítico opinaba: ¿este sujeto escribe?
Al recibir mi primer premio me dijeron: el ganador del concurso, aquí presente, es un joven valor de las letras literarias, y le entregamos esta licuadora de tres velocidades por tener el número...
Hasta mi mejor amigo me criticaba: me caes bien aunque escribas, porque todos tenemos nuestras mañitas.
Otro editor me reclamaba: ¿Pagar? deberías estar agradecido que saliste en nuestra revista, el arte jamás se vende, se regala, si no, no es arte. Y para la próxima corrige mejor las faltas de ortografía, tuvimos que pagarle a un corrector de estilo para que arreglara tu original.
El colmo, hasta mi representante me decía: admiro tu estilo, tu precisión, el sentimiento de tus frases, la dulzura explícita de tu prosa, pero las tarjetas de felicitación deben ser más graciosas, algo así cómo besitos por cumplir otro año al abrir la tarjetita, ya sabes, se gracioso, no sé por qué te quejas, después de todo me estás pagando para que escribas.
Sin embargo, queridos amigos, como dije en una entrevista que nunca salió publicada: ¡escribir es un placer!
Saludos
Francisco Pardavé
Sí queridos amigos, como me decía mi madre: no hay nada malo en escribir, siempre y cuando lo hagas en soledad y te hagas el disimulado después.
Y también como me decía mi padre: escribe, haz lo que quieras, siempre he sabido que habías nacido raro.
Además, como me ha dicho mi hermano el mayor: estás loco mano, en lugar de pasártela encerrado ¿por qué mejor no sales con chavas como toda la gente de tu edad?
Por su parte como me decía mi maestra de español en primaria: escribir es un proceso creativo interesante aún en niños como tú... sigue, sigue, pero antes aprende ortografía.
Y como me decía mi primer novia: que bonito que escribas, pero ¿por qué lo haces horita?
Mi primer jefe me decía: lo que debes escribir son los cheques, libros de contabilidad y las facturas; no, mejor escribe tu renuncia.
Los consejos que me decía mi primer maestro de taller literario: escribe, así es como un escritor se hace, llenando páginas y páginas, desechando, desbrozando, destruyendo. Diez versiones harán un cuento mediano. Si echando a perder se aprende, tú estas aprendiendo magníficamente.
Una vez un presentador en una fiesta decía: aquí el compañero escribe. Así como lo ven es un artista. Nadie entiende lo que escribe, pero artista al fin y al cabo. ¿Y quien mejor que él para decirle unas palabras a la quinceañera?
Al presentarme a mi primer editor, me decía: ¿Así que usted escribe? No podemos decir que sea muy original. Hay miles de escritores. Bueno, no importa. Vamos a ver si tenemos lugar para ti en la revista, alguna página que sobre... ¿pagar?, ¿quién dijo que te íbamos a pagar? Si quieres, puedes colaborar, vender unos ejemplares de algunas de nuestras revistas al menos mientras aprendes, si quieres...
Una vez me dijeron cuando fui a pedir trabajo: De acuerdo, escribe, pero ¿qué sabes hacer?
Un crítico opinaba: ¿este sujeto escribe?
Al recibir mi primer premio me dijeron: el ganador del concurso, aquí presente, es un joven valor de las letras literarias, y le entregamos esta licuadora de tres velocidades por tener el número...
Hasta mi mejor amigo me criticaba: me caes bien aunque escribas, porque todos tenemos nuestras mañitas.
Otro editor me reclamaba: ¿Pagar? deberías estar agradecido que saliste en nuestra revista, el arte jamás se vende, se regala, si no, no es arte. Y para la próxima corrige mejor las faltas de ortografía, tuvimos que pagarle a un corrector de estilo para que arreglara tu original.
El colmo, hasta mi representante me decía: admiro tu estilo, tu precisión, el sentimiento de tus frases, la dulzura explícita de tu prosa, pero las tarjetas de felicitación deben ser más graciosas, algo así cómo besitos por cumplir otro año al abrir la tarjetita, ya sabes, se gracioso, no sé por qué te quejas, después de todo me estás pagando para que escribas.
Sin embargo, queridos amigos, como dije en una entrevista que nunca salió publicada: ¡escribir es un placer!
Saludos
Francisco Pardavé
martes, 25 de noviembre de 2008
GABRIELA
…Y aunque intentó parecer adecuadamente severoante sus alumnos, Pedro Gaviota les vio de pronto tal y como eranrealmente, sólo por un momento, y más que gustarle, amó aquello que vio.¿No hay límites, Juan?,pensó y sonrió.Su carrera hacia el aprendizaje había empezado…
Una apacible tarde, Gabriela se encontraba disfrutando del magnífico libro Juan Salvador Gaviota en las playas de Tampico y Madero: un viento fresco azotaba su rostro, era el clima perfecto para estar ahí, observando de reojo las gaviotas juguetonas, que con astucia bajaban de su vuelo no muy alto en busca de alimento; a su vez, los peces saltaban sobre el agua tratando de liberarse de ellas. Era un espectáculo tan relajante y bello, como suelen serlo los maravillosos escenarios de la naturaleza. Gabriela permanecía tendida en la hamaca divagando las ideas y regresando los recuerdos en su mente. Poco a poco fueron apareciendo, reales, claros… como viviéndolos de nuevo. Su trabajo en una oficina de gobierno no era nada del otro mundo: a veces aburrido, otras cansado. Generalmente nada emocionante sucedía. Un día de tantos, alguien preguntó: ¿Gabriela?... -¿Me conoce?... Un caballero de ojos claros respondió -claro, nos conocemos (ella no recordaba). Unos días después, de nuevo esa sonrisa acompañada de un agradable ¡hola!, sorprendió su salida del trabajo.Ella sólo alcanzó a decir, -lo siento, debo llegar temprano a mis clases de inglés, hasta luego. Los días siguientes pasaron normales; sin embargo, aquellos ojos y aquella sonrisa del hombre maduro cambiaron la situación. Inquietud y nerviosismo se hicieron sentir en su cuerpo, algo producía ese caballero. ¿Lo habría notado? Un buen día su presencia viril la esperaban a la hora de salida. Una breve charla sin importancia terminó con un -quiero verte, directo, seguro, aplastante. Gaby recién había formalizado una relación, no quería nada con nadie, y menos con un hombre, que a su parecer, era casado. No obstante empezó a desear verlo, esperaba con ansia estar con él tan solo unos minutos, no importaba, con frecuencia imaginaba sus manos acariciando sus mejillas y su cuello, bajando suavemente hacia su pecho... y esa tibia y callada humedad entre mis piernas… aparecía. Las vacaciones de Gabriela llegaron, lo que aprovechó para darse un merecido reposo en una playa de su ciudad natal... Se había hecho casi de noche y el mar estaba más agitado: hermoso dúo de atardecer y agua tenía ante sus ojos, dejó caer el libro, cerró los sentidos y se dejó llevar por el agradable momento. Una sensación más deliciosa le hizo abrirlos. Ahí estaba él, con su boca en la suya. Sentía sus labios juguetear con los de ella, su insistente besar la hacia vibrar, ya excitada, su cuerpo respondía de manera húmeda cuando sus manos sin el menor recato trataban de adentrarse por debajo del diminuto bikini. No había manera de parar aquello. No supo como ni en que momento, el se acurrucó junto a ella, sus besos eran interminables mientras que sus manos no dejaban de buscar. Cada movimiento era una delicia, como lo fue el momento que ella con atrevimiento se hincó y bajó la ropa del ser que la subyugaba: su piel bronceada contrastaba con la suya. No podía esperar más, mientras él, con dominio de hombre fuerte sólo la miraba mientras acariciaba con ternura sus cabellos. Luego, sus manos la ayudaron a incorporarse; la tomó en sus brazos y la tendió sobre la hamaca. Ella cerró los ojos, apretó los labios y se dejó llevar. Sus movimientos sabios sabían provocarla; cada poro de su piel sentía sus manos, mientras su boca besaba suavemente sus ojos, labios y mejillas. No podía más, necesitaba terminar con ese ardor, ¡enloquecía de pasión! Él lentamente despegó su cuerpo y con dominio absoluto de su sexualidad supo detenerse, mientras todo el ser de Gabriela pedía a gritos continuar. Por respuesta sintió un ataque final que terminó con el estallido mutuo de sus dos almas. Al final abrazó su cuerpo en un cálido gesto. ¿Como supiste donde estaba? -le preguntó. -Sólo pregunté le contestó. La respuesta fue tan sencilla como le fue encontrarla. No importaba nada. Sólo ella y él en aquella costa arrullados por el vaivén de las olas. No era temporada de turistas, así que la solitaria playa era inundada por sus gemidos explosivos. Las gaviotas con el anochecer se habían ido, sólo el oleaje constante del mar se escuchaba. Hincados en la arena, ambos se besaban con fervor, sin pensar en nada, sólo entregándose en un beso interminable. Como interminable sería el recuerdo de ese instante. Al amanecer, Gaby abrió los ojos, se encontraba sola: "habrá sido sólo un sueño", pensó, levantó el libro que se encontraba sobre la arena y prosiguió la lectura. Una gaviota se elevó hasta el cielo y se dejó caer como un relámpago. Era el alma de Juan Salvador Gaviota que le enseñaba que con sólo la fe, el amor y el espíritu se pueden lograr imposibles.
Saludos Francisco Pardavé
Una apacible tarde, Gabriela se encontraba disfrutando del magnífico libro Juan Salvador Gaviota en las playas de Tampico y Madero: un viento fresco azotaba su rostro, era el clima perfecto para estar ahí, observando de reojo las gaviotas juguetonas, que con astucia bajaban de su vuelo no muy alto en busca de alimento; a su vez, los peces saltaban sobre el agua tratando de liberarse de ellas. Era un espectáculo tan relajante y bello, como suelen serlo los maravillosos escenarios de la naturaleza. Gabriela permanecía tendida en la hamaca divagando las ideas y regresando los recuerdos en su mente. Poco a poco fueron apareciendo, reales, claros… como viviéndolos de nuevo. Su trabajo en una oficina de gobierno no era nada del otro mundo: a veces aburrido, otras cansado. Generalmente nada emocionante sucedía. Un día de tantos, alguien preguntó: ¿Gabriela?... -¿Me conoce?... Un caballero de ojos claros respondió -claro, nos conocemos (ella no recordaba). Unos días después, de nuevo esa sonrisa acompañada de un agradable ¡hola!, sorprendió su salida del trabajo.Ella sólo alcanzó a decir, -lo siento, debo llegar temprano a mis clases de inglés, hasta luego. Los días siguientes pasaron normales; sin embargo, aquellos ojos y aquella sonrisa del hombre maduro cambiaron la situación. Inquietud y nerviosismo se hicieron sentir en su cuerpo, algo producía ese caballero. ¿Lo habría notado? Un buen día su presencia viril la esperaban a la hora de salida. Una breve charla sin importancia terminó con un -quiero verte, directo, seguro, aplastante. Gaby recién había formalizado una relación, no quería nada con nadie, y menos con un hombre, que a su parecer, era casado. No obstante empezó a desear verlo, esperaba con ansia estar con él tan solo unos minutos, no importaba, con frecuencia imaginaba sus manos acariciando sus mejillas y su cuello, bajando suavemente hacia su pecho... y esa tibia y callada humedad entre mis piernas… aparecía. Las vacaciones de Gabriela llegaron, lo que aprovechó para darse un merecido reposo en una playa de su ciudad natal... Se había hecho casi de noche y el mar estaba más agitado: hermoso dúo de atardecer y agua tenía ante sus ojos, dejó caer el libro, cerró los sentidos y se dejó llevar por el agradable momento. Una sensación más deliciosa le hizo abrirlos. Ahí estaba él, con su boca en la suya. Sentía sus labios juguetear con los de ella, su insistente besar la hacia vibrar, ya excitada, su cuerpo respondía de manera húmeda cuando sus manos sin el menor recato trataban de adentrarse por debajo del diminuto bikini. No había manera de parar aquello. No supo como ni en que momento, el se acurrucó junto a ella, sus besos eran interminables mientras que sus manos no dejaban de buscar. Cada movimiento era una delicia, como lo fue el momento que ella con atrevimiento se hincó y bajó la ropa del ser que la subyugaba: su piel bronceada contrastaba con la suya. No podía esperar más, mientras él, con dominio de hombre fuerte sólo la miraba mientras acariciaba con ternura sus cabellos. Luego, sus manos la ayudaron a incorporarse; la tomó en sus brazos y la tendió sobre la hamaca. Ella cerró los ojos, apretó los labios y se dejó llevar. Sus movimientos sabios sabían provocarla; cada poro de su piel sentía sus manos, mientras su boca besaba suavemente sus ojos, labios y mejillas. No podía más, necesitaba terminar con ese ardor, ¡enloquecía de pasión! Él lentamente despegó su cuerpo y con dominio absoluto de su sexualidad supo detenerse, mientras todo el ser de Gabriela pedía a gritos continuar. Por respuesta sintió un ataque final que terminó con el estallido mutuo de sus dos almas. Al final abrazó su cuerpo en un cálido gesto. ¿Como supiste donde estaba? -le preguntó. -Sólo pregunté le contestó. La respuesta fue tan sencilla como le fue encontrarla. No importaba nada. Sólo ella y él en aquella costa arrullados por el vaivén de las olas. No era temporada de turistas, así que la solitaria playa era inundada por sus gemidos explosivos. Las gaviotas con el anochecer se habían ido, sólo el oleaje constante del mar se escuchaba. Hincados en la arena, ambos se besaban con fervor, sin pensar en nada, sólo entregándose en un beso interminable. Como interminable sería el recuerdo de ese instante. Al amanecer, Gaby abrió los ojos, se encontraba sola: "habrá sido sólo un sueño", pensó, levantó el libro que se encontraba sobre la arena y prosiguió la lectura. Una gaviota se elevó hasta el cielo y se dejó caer como un relámpago. Era el alma de Juan Salvador Gaviota que le enseñaba que con sólo la fe, el amor y el espíritu se pueden lograr imposibles.
Saludos Francisco Pardavé
CUANDO TE VAYAS DE MI
Cuando te vayas de mí
te olvidarás de todo lo que me dijiste
y te irás borrando poco a poco de mis versos.
Y tú sonrisa vibrante y seductora
se perderá entre la niebla olvidada de mis besos.
Yo seguiré soñando que nos veremos algún día
y pensaré: "es bella todavía"
Tú pensarás: "es cada día más viejo"
Tu irás sola o con un hijo que debería ser nuestro.
Y seguirá acabándose la vida,
igual que un río que corre hacia el desierto.
Tal vez alguna canción de entonces
evocará tu recuerdo.
Y en esa noche triste pensaré en ti,
y te volveré a hacer un verso.
Yo seguiré soñando,
pero ya no serás la imagen de mi sueño.
Tú también de seguro ya me habrás olvidado
cuando sobre tus rodillas retocen bellos nietos.
Y una tarde sin sol cuando me cubra la tierra,
tú con los ojos tristes, y los cabellos blancos
pasarás las horas viendo tele o pensando
que cada primavera renacerán las rosas
Aunque ya tú estés vieja,
y aunque yo haya muerto.
Francisco Pardavé
(Como homenaje a José Ángel Buesa)
te olvidarás de todo lo que me dijiste
y te irás borrando poco a poco de mis versos.
Y tú sonrisa vibrante y seductora
se perderá entre la niebla olvidada de mis besos.
Yo seguiré soñando que nos veremos algún día
y pensaré: "es bella todavía"
Tú pensarás: "es cada día más viejo"
Tu irás sola o con un hijo que debería ser nuestro.
Y seguirá acabándose la vida,
igual que un río que corre hacia el desierto.
Tal vez alguna canción de entonces
evocará tu recuerdo.
Y en esa noche triste pensaré en ti,
y te volveré a hacer un verso.
Yo seguiré soñando,
pero ya no serás la imagen de mi sueño.
Tú también de seguro ya me habrás olvidado
cuando sobre tus rodillas retocen bellos nietos.
Y una tarde sin sol cuando me cubra la tierra,
tú con los ojos tristes, y los cabellos blancos
pasarás las horas viendo tele o pensando
que cada primavera renacerán las rosas
Aunque ya tú estés vieja,
y aunque yo haya muerto.
Francisco Pardavé
(Como homenaje a José Ángel Buesa)
viernes, 21 de noviembre de 2008
A LA DISTANCIA
A la distancia de este amor
aún puedo gritar que te amo
que no es posible arrancarte de mi corazón
y que la vida me ha enseñado a amarte sin condición
Que para algunos sera una locura
Que para algunos sera una locura
pero para mi se llama amor
este amor que es fuerte cada vez más
No se si te lo merezcas
No se si te lo merezcas
esto no es cuestión de ti
es de lo que siente mi corazón
amándote cada vez más sin importar la distancia
Sigues presente en mi vida
Sigues presente en mi vida
me abrazas cada noche cuando mi cuerpo
se acuesta en nuestra cama
Tus brazos se sienten entre las sábanas
que me abrazan para sentirme seguro
Tus labios que corren mi cuerpo
Tus labios que corren mi cuerpo
en cada sueño que es mi realidad
por que te amo y no lo puedo negar
No se dónde estás
No se dónde estás
ni dónde te puedo encontrar
pero tu escencia se quedó junto a mi
junto a mí cuerpo
junto a mí corazón
TU CUERPO
Todos mis deseos, como un río, desembocan en tu cuerpo
En tu cálido, generoso y latino cuerpo
Tu cuerpo que no es distinto a otros cuerpos
Y sin embargo es tan distinto
Tal vez porque únicamente
Yo conozco los secretos que guarda
Es un cuerpo fértil como la buena tierra
Generoso como el buen vino
Fresco como el aire de la sierra
Abundante como el verde en primavera
Tu cuerpo, claro como la luz del día
Misterioso como la noche oscura
Oloroso como un manzano
Incitante como el mar revuelto
¡Cuántas veces he navegado por ese mar
Sin haber naufragado nunca!
Conozco tu cuerpo como la palma de mi mano
Como el jardinero a sus plantas
Como el alfarero la arcilla que moldea
Como su antiguo oficio el artesano
Lo conozco sendero por sendero
Colina por colina
Tu hermoso cuerpo
Como las estrellas del cielo
Como al poema que más me gusta...
Me lo sé de memoria
Francisco Pardavé
Viernes 13 de junio de 2008
ERES MI SENSACION
Eres mi sensación...
la inspiración que eleva mi alma
para hacerte poema,
en tu mirada esta tú picardía...
la ternura que domina mi corazón,
tus sentimientos saben abrazarme
con la caricia dulce que sale de tu ser...
y tu sonrisa conquista mis sentimientos.
Provocas una sonrisa en mi mirada
desnudando mis secretos,
tu esencia me envuelve en un elixir de amor...
deliciosa es tu voz que me atrapa
en una divina gracia que cubre todo mi ser,
tus labios son un bálsamo
a mis besos que dejo en ti.
Como agua cristalina
bebo de tu amor que sacia mi sed de amarte...
de amarte con lapasión viva que nace de mi alma,
eres un amanecer
de la esperanza que llega ami vida
sanando mis heridas del ayer,
con el dulce amor que dejas en mi corazón.
POR SI VOLVIERAS
POR SI VOLVIERAS
Volví a mirarme frente al espejo: las arrugas y las bolsas de los ojos se habían hecho más grandes y profundas, el tedio y la rutina se reflejaban en mis facciones. De pronto me quedé con los brazos caídos, sin saber a qué más dedicarme. Inútil era echarme de nuevo a la cama, porque dormir no podría; para distraerme encendí el televisor, fui a mi cuarto por un cigarrillo y a la cocina por una cerveza; la programación se me figuró insufrible, ni siquiera el cigarro y la cerveza me supieron bien. Me levanté y abrí las ventanas. Nadie circulaba por la calle, el único ruido, provenía del leve chasquido que producían las gotas de lluvia al azotarse contra el suelo. Saqué la cabeza por el balcón para pegar un tremendo alarido, un grito que me sacudió de pies a cabeza, y que seguramente también estremeció a más de uno de mis vecinos. Inhalé una bocanada de aire frío que me hizo toser varias veces. Después de mi exabrupto me sentí más tranquilo, cerré las ventanas, recogí la chamarra y bajé con premura los marchitos escalones del edificio; tal urgencia tenía llegar al sitio donde siempre había gente y cantinas abiertas.
El viento gélido me obligó a subir hasta el cuello el cierre de mi chamarra, de seguro el termómetro marcaría escasos grados de temperatura ambiental. Caminé con pasos rápidos para entrar en calor. Tenía hambre, un hambre inusual en mí, acostumbrado ya, por cuestiones de economía, a no cenar. Entré al primer bar que encontré abierto. Estaba repleto, pero me sentí mejor al sumergirme en ese pantano de voces y risas.
Me bebí un tequila doble a sorbos lentos, disfrutando la amargura aromatizada de la bebida que inundaba mi garganta; pedí algo de comer pero ya no quedaba nada. Maldecí a la gente que había arrasado con todo comestible. Salí de ahí y me di a la búsqueda de un lugar que recordaba. El tendajón estaba casi vacío pero había unos ricos tacos que me hicieron agua la boca. Cuando masticaba el último pedazo del suadero, vi por el espejo a una muchacha que se acercaba a mi mesa, decía algo inaudible y estiraba un brazo.
- Por favor, unas monedas para comer –me dijo.
- Mejor pide algo que yo te invito –le contesté.
La joven me dio las gracias y se sentó junto a mí. Mientras ella elegía su comida, de soslayo realicé una discreta inspección a la fisonomía de mi invitada: tenía el cabello negro, corto y un tanto disparejo de los lados, en los párpados destacaban unas ojeras como de varios días de no pegar un ojo. Su indumentaria era de mezclilla. La chica ordenó una buena ración de tacos al pastor que devoró casi de inmediato.
- Hola, soy madrileña, saludó, y me asestó dos besos, uno en cada mejilla -¿y tú eres?
- Sí soy Mexicano –lo habrás notado por el acento, ¿no?
- Sí, un poco... sabes, hablan de una manera tan melodiosa, no sé... como si cantaran siempre... a mí me parece agradable.
La joven se desabotonó la chamarra y pude ver su camiseta negra, con el estampado de Los ángeles del infierno en el centro.
- Anda vámonos de aquí –le dije.
Estuvo de acuerdo. Salimos a la bulliciosa calle.
- Jo, macho, si te apetece damos una vuelta, y si te queda dinero podemos tomar una cañita en cualquier bar, ¿vale? Espérame aquí, ahora vuelvo –me dijo mientras desaparecía en medio de la gente.
Después de unos minutos empecé a impacientarme «tal vez sea mi última noche en Madrid y yo esperando a esta tía que aquí me tiene hecho un pendejo ». Ella pareció escuchar mis pensamientos, pues la vi salir de un antro y levantó la cabeza para buscarme entre el tumulto; alcé la mano y se dirigió hacia mí, muy sonriente.
- Estamos de suerte, macho, que he conseguido unos buenos porros. Vámonos a fumar por alguna de estas callecitas.
Me tomó del brazo y partimos. Ella encendió el cigarro y lo fuimos consumiendo, cada uno a su debido turno. Nos alejábamos, silenciosamente, de las escandalosas calzadas. Sentí relajarme aún más. A pesar de no hablar casi nada, me entró la impresión de andar del brazo de una antigua conocida que me protegía, y aunque no fuera guapa ni estuviera presentable, sentí un inesperado gusto de estar a su lado.
Cerca de la estación de un metro nos detuvimos ante un callejón semioscuro, y sin ponernos de acuerdo, lo penetramos; íbamos a la mitad, cuando ella se detuvo; ahí se le ocurrió encender otro porro. Nos recargamos contra el muro.
- Cuéntame... ¿Y tú qué andas haciendo por España?
Tras un breve silencio, le dije de mi urgente partida a México y le conté de la necesidad que tenía de estar entre la gente para no sentirme solo, y de los deseos de tomarme todas las cervezas que me entraran por el cogote. Ella empezó a mirarme de otro modo, como maternal. Me pasó el cigarro. Aspiré profundo, con los deseos de que el humo inundara mis pulmones y se esparciera por los vericuetos de mis entrañas. Pretendí devolvérselo, pero ella insistió para que siguiera fumando.
- Anda majo, esto te hará sentir un poco más tranquilo.
Volví a fumar hondo. Ella retiró el cigarro de mis dedos. En el fulgor brillaron sus pupilas y me dijo algo ininteligible, se despegó de la pared y se puso frente a mí: « - ¿Qué miras guapo? »; sentí sus manos tibias que sujetaron mi cuello. Ladeó su cara y me atrajo hacia ella; mis labios se humedecieron con unos besos largos. Sentí la sangre agolparse bajo mi piel; mis dientes buscaron sus labios inferiores para mordisquearlos con ternura, y mis manos la atenazaron por la cintura, apretándola febrilmente contra mi cuerpo. La despojé de la chamarra, levanté su playera y palpé sus pechos desnudos. Ella luchaba tímidamente por apartarse, alarmada por mi reacción.
- ¡Vámonos de aquí, marchémonos para mi piso... es aquí cerca!... -le ordené con rabia. Recogí la chamarra del suelo, se la coloqué en la espalda y sin darle tiempo de cuestionar el mandato, la tomé de la muñeca y la arrastré hacia la salida de la callejuela. Después de un rato nos encontramos en la esquina de mi calle. Señalé mi resplandeciente ventana, pues había olvidado apagar la luz, en el segundo piso. Ella, temblorosa, se abotonó el chaquetón.
- Sabes majo, dejémoslo aquí... no te encabrites pero hasta aquí hemos llegado... tengo que marcharme...
No hice caso y la seguí arrastrando hacia la puerta. Seguramente desde la esquina de la calle lo vieron todo, «lo que me faltaba», porque la patrulla, con sus faros apagados se acercó hasta mi portón; los dos ocupantes nos miraron; descendieron.
- ¿Qué está pasando aquí?...
- No pasa nada oficial, mi novia que no quería entrar conmigo... eso es todo, no pasa nada...
A jalones me subieron a la patrulla. Me volví y la miré desde el asiento trasero. Me pareció más calmada porque hablaba con el que conducía, moviendo las manos pausadamente. A una seña de su pareja, el que me custodiaba se acercó al vehículo, y me bajó del coche.
Entonces sentí la heladez que me traspasaba los huesos. Me sentía un imbécil ante la absurda escena, con ganas de abrir la puerta del edificio donde vivía.
- Métete a dormir tío... pronto va a amanecer, me dijo el patrullero.
- Gracias... -contesté con un dejo irónico.
Desde la ventanilla ella me lanzó un beso que rechacé con un ademán de la mano. El auto arrancó y los tres se fueron.
En mi cuarto saqué todo el dinero que me quedaba y lo extendí sobre la cama. Tendría que cambiar algunos dólares para completar el precio del billete de avión. Éstas y otras reflexiones me ocupaban cuando oí un leve, pero insistente golpeteo en el balcón.
Eran piedrecillas sobre mi ventana. Limpié con la mano el vaho del vidrio empañado y me asomé, sin abrir. Era ella parada en medio del arroyo. Su voz penetró hasta dentro de la estancia.
- ¡Joder macho, ábreme esta puta puerta que quiero estar contigo... anda joder que me abras y deja de contemplarme como un pelma!
- Está bien, vale, me marcho, pero cuando vuelvas búscame siempre entre las plazas, entre las callejuelas, entre los bares, entre el humo de los porros, que ahí estaré... búscame que siempre tendré ganas de estar contigo... búscame, aún en tus sueños, en tus besos o en tus manoseos, búscame, aunque nunca vuelvas a Madrid.
Así la dejé marchar. Se fue alejando, con las manos entrelazadas, volviendo la vista de tramo en tramo hacia el balcón farfullando otras frases, desarticulando otras incoherencias. Desapareció de mi vista y de mi existencia. (Madrid, septiembre del 92)
Saludos Francisco Pardavé
Volví a mirarme frente al espejo: las arrugas y las bolsas de los ojos se habían hecho más grandes y profundas, el tedio y la rutina se reflejaban en mis facciones. De pronto me quedé con los brazos caídos, sin saber a qué más dedicarme. Inútil era echarme de nuevo a la cama, porque dormir no podría; para distraerme encendí el televisor, fui a mi cuarto por un cigarrillo y a la cocina por una cerveza; la programación se me figuró insufrible, ni siquiera el cigarro y la cerveza me supieron bien. Me levanté y abrí las ventanas. Nadie circulaba por la calle, el único ruido, provenía del leve chasquido que producían las gotas de lluvia al azotarse contra el suelo. Saqué la cabeza por el balcón para pegar un tremendo alarido, un grito que me sacudió de pies a cabeza, y que seguramente también estremeció a más de uno de mis vecinos. Inhalé una bocanada de aire frío que me hizo toser varias veces. Después de mi exabrupto me sentí más tranquilo, cerré las ventanas, recogí la chamarra y bajé con premura los marchitos escalones del edificio; tal urgencia tenía llegar al sitio donde siempre había gente y cantinas abiertas.
El viento gélido me obligó a subir hasta el cuello el cierre de mi chamarra, de seguro el termómetro marcaría escasos grados de temperatura ambiental. Caminé con pasos rápidos para entrar en calor. Tenía hambre, un hambre inusual en mí, acostumbrado ya, por cuestiones de economía, a no cenar. Entré al primer bar que encontré abierto. Estaba repleto, pero me sentí mejor al sumergirme en ese pantano de voces y risas.
Me bebí un tequila doble a sorbos lentos, disfrutando la amargura aromatizada de la bebida que inundaba mi garganta; pedí algo de comer pero ya no quedaba nada. Maldecí a la gente que había arrasado con todo comestible. Salí de ahí y me di a la búsqueda de un lugar que recordaba. El tendajón estaba casi vacío pero había unos ricos tacos que me hicieron agua la boca. Cuando masticaba el último pedazo del suadero, vi por el espejo a una muchacha que se acercaba a mi mesa, decía algo inaudible y estiraba un brazo.
- Por favor, unas monedas para comer –me dijo.
- Mejor pide algo que yo te invito –le contesté.
La joven me dio las gracias y se sentó junto a mí. Mientras ella elegía su comida, de soslayo realicé una discreta inspección a la fisonomía de mi invitada: tenía el cabello negro, corto y un tanto disparejo de los lados, en los párpados destacaban unas ojeras como de varios días de no pegar un ojo. Su indumentaria era de mezclilla. La chica ordenó una buena ración de tacos al pastor que devoró casi de inmediato.
- Hola, soy madrileña, saludó, y me asestó dos besos, uno en cada mejilla -¿y tú eres?
- Sí soy Mexicano –lo habrás notado por el acento, ¿no?
- Sí, un poco... sabes, hablan de una manera tan melodiosa, no sé... como si cantaran siempre... a mí me parece agradable.
La joven se desabotonó la chamarra y pude ver su camiseta negra, con el estampado de Los ángeles del infierno en el centro.
- Anda vámonos de aquí –le dije.
Estuvo de acuerdo. Salimos a la bulliciosa calle.
- Jo, macho, si te apetece damos una vuelta, y si te queda dinero podemos tomar una cañita en cualquier bar, ¿vale? Espérame aquí, ahora vuelvo –me dijo mientras desaparecía en medio de la gente.
Después de unos minutos empecé a impacientarme «tal vez sea mi última noche en Madrid y yo esperando a esta tía que aquí me tiene hecho un pendejo ». Ella pareció escuchar mis pensamientos, pues la vi salir de un antro y levantó la cabeza para buscarme entre el tumulto; alcé la mano y se dirigió hacia mí, muy sonriente.
- Estamos de suerte, macho, que he conseguido unos buenos porros. Vámonos a fumar por alguna de estas callecitas.
Me tomó del brazo y partimos. Ella encendió el cigarro y lo fuimos consumiendo, cada uno a su debido turno. Nos alejábamos, silenciosamente, de las escandalosas calzadas. Sentí relajarme aún más. A pesar de no hablar casi nada, me entró la impresión de andar del brazo de una antigua conocida que me protegía, y aunque no fuera guapa ni estuviera presentable, sentí un inesperado gusto de estar a su lado.
Cerca de la estación de un metro nos detuvimos ante un callejón semioscuro, y sin ponernos de acuerdo, lo penetramos; íbamos a la mitad, cuando ella se detuvo; ahí se le ocurrió encender otro porro. Nos recargamos contra el muro.
- Cuéntame... ¿Y tú qué andas haciendo por España?
Tras un breve silencio, le dije de mi urgente partida a México y le conté de la necesidad que tenía de estar entre la gente para no sentirme solo, y de los deseos de tomarme todas las cervezas que me entraran por el cogote. Ella empezó a mirarme de otro modo, como maternal. Me pasó el cigarro. Aspiré profundo, con los deseos de que el humo inundara mis pulmones y se esparciera por los vericuetos de mis entrañas. Pretendí devolvérselo, pero ella insistió para que siguiera fumando.
- Anda majo, esto te hará sentir un poco más tranquilo.
Volví a fumar hondo. Ella retiró el cigarro de mis dedos. En el fulgor brillaron sus pupilas y me dijo algo ininteligible, se despegó de la pared y se puso frente a mí: « - ¿Qué miras guapo? »; sentí sus manos tibias que sujetaron mi cuello. Ladeó su cara y me atrajo hacia ella; mis labios se humedecieron con unos besos largos. Sentí la sangre agolparse bajo mi piel; mis dientes buscaron sus labios inferiores para mordisquearlos con ternura, y mis manos la atenazaron por la cintura, apretándola febrilmente contra mi cuerpo. La despojé de la chamarra, levanté su playera y palpé sus pechos desnudos. Ella luchaba tímidamente por apartarse, alarmada por mi reacción.
- ¡Vámonos de aquí, marchémonos para mi piso... es aquí cerca!... -le ordené con rabia. Recogí la chamarra del suelo, se la coloqué en la espalda y sin darle tiempo de cuestionar el mandato, la tomé de la muñeca y la arrastré hacia la salida de la callejuela. Después de un rato nos encontramos en la esquina de mi calle. Señalé mi resplandeciente ventana, pues había olvidado apagar la luz, en el segundo piso. Ella, temblorosa, se abotonó el chaquetón.
- Sabes majo, dejémoslo aquí... no te encabrites pero hasta aquí hemos llegado... tengo que marcharme...
No hice caso y la seguí arrastrando hacia la puerta. Seguramente desde la esquina de la calle lo vieron todo, «lo que me faltaba», porque la patrulla, con sus faros apagados se acercó hasta mi portón; los dos ocupantes nos miraron; descendieron.
- ¿Qué está pasando aquí?...
- No pasa nada oficial, mi novia que no quería entrar conmigo... eso es todo, no pasa nada...
A jalones me subieron a la patrulla. Me volví y la miré desde el asiento trasero. Me pareció más calmada porque hablaba con el que conducía, moviendo las manos pausadamente. A una seña de su pareja, el que me custodiaba se acercó al vehículo, y me bajó del coche.
Entonces sentí la heladez que me traspasaba los huesos. Me sentía un imbécil ante la absurda escena, con ganas de abrir la puerta del edificio donde vivía.
- Métete a dormir tío... pronto va a amanecer, me dijo el patrullero.
- Gracias... -contesté con un dejo irónico.
Desde la ventanilla ella me lanzó un beso que rechacé con un ademán de la mano. El auto arrancó y los tres se fueron.
En mi cuarto saqué todo el dinero que me quedaba y lo extendí sobre la cama. Tendría que cambiar algunos dólares para completar el precio del billete de avión. Éstas y otras reflexiones me ocupaban cuando oí un leve, pero insistente golpeteo en el balcón.
Eran piedrecillas sobre mi ventana. Limpié con la mano el vaho del vidrio empañado y me asomé, sin abrir. Era ella parada en medio del arroyo. Su voz penetró hasta dentro de la estancia.
- ¡Joder macho, ábreme esta puta puerta que quiero estar contigo... anda joder que me abras y deja de contemplarme como un pelma!
- Está bien, vale, me marcho, pero cuando vuelvas búscame siempre entre las plazas, entre las callejuelas, entre los bares, entre el humo de los porros, que ahí estaré... búscame que siempre tendré ganas de estar contigo... búscame, aún en tus sueños, en tus besos o en tus manoseos, búscame, aunque nunca vuelvas a Madrid.
Así la dejé marchar. Se fue alejando, con las manos entrelazadas, volviendo la vista de tramo en tramo hacia el balcón farfullando otras frases, desarticulando otras incoherencias. Desapareció de mi vista y de mi existencia. (Madrid, septiembre del 92)
Saludos Francisco Pardavé
jueves, 20 de noviembre de 2008
AMORES OLVIDADOS
AMORES OLVIDADOS
Al final del verano, Tere debía permanecer en casa de sus familiares por algunos días, mientras que yo debía regresar a mi casa esa misma noche. Por ello, consideramos que separarnos tan pronto era muy triste y decidimos pasar el día juntos, para despedirnos solamente cuando yo tomara el autobús de regreso. Así, fuimos a una hermosa playa donde calidamente transcurrió nuestra mañana, el lugar estaba casi desierto y aprovechamos cada momento de soledad para abrazarnos con ternura.
Por la tarde, decidimos acudir a un cine para ver un film romántico. En la oscuridad, entrelazamos nuestras manos para disfrutar de aquel momento de cálida unión. Salimos cuando la tarde ya caía y Tere me invitó a caminar a un parque muy discreto donde pasaríamos nuestros últimos momentos juntos; en aquel hermoso lugar, vimos el atardecer y a la luz de la luna, renovamos nuestras promesas de amor.
El momento de la despedida llegó y Tere me prometió que nos veríamos en menos de una semana. El momento fue muy triste para ambos pues la gloria de nuestro amor se veía quebrantada por la inesperada separación que nos afectaba. Pasaron varios días y ante su ausencia, me preguntaba si podría soportar tal carga emocional de extrañarla dolorosamente y sin remedio.
Cuando pensé que ya no la volvería a ver, recibí una increíble sorpresa al verla aparecer por mi casa. Nos encontramos y abrazamos efusivamente. Ante la presencia de mi madre salimos a caminar y no pude soportar el deseo de preguntarle por qué no había llegado antes como me lo había prometido, a lo que ella respondió que nole fue posible dada la presión de sus padres.
- Te extrañaba demasiado - dijo con leve tono de melancolía, deseaba estar contigo lo más pronto posible.
Aquellas palabras me enternecieron y me llevaron a contestar casi de igual modo.
Un extraño deseo de estar juntos nos poseía, un apetito de abrazarnos y besarnos infinitamente. Yo no había conocido hasta ese momento un amor con fuerza tal. Era una pasión incontrolable que me obsesionaba de manera permanente.
Llenos de ternura por nuestro feliz reencuentro, empezamos a buscar lugares solitarios e íntimos donde pudiéramos besarnos cada vez más con mayor pasión.
A partir de entonces, cada día nuestras almas se unían más y más consolidando una relación de gran estabilidad en todos los sentidos. Compartimos amistad y amor creando un mundo personal. Entonces algo nuevo surgió en nuestra relación, que despertaba y se hacía sentir cada vez más con mayor intensidad, algo que sentíamos en su magnitud... era el deseo carnal que despertaba con su ardiente mensaje. Comenzamos a platicar largamente sobre el tema del sexo., a veces en tono de broma y otras veces, con mucha seriedad.
El argumento fue en aumento, pues en nuestros momentos de intimidad, una gran excitación se apoderaba de nosotros. Aquella seducción física nos complacía y atormentaba a la vez pues no podíamos aún realizar el sexo en su plenitud y sólo quedábamos con una excitación terrible que se convertía en ardientes sueños nocturnos o interminables pensamientos sobre la eventualidad de hacer el amor ya en forma definitiva.
Poco tiempo después, empezamos a escribirnos cartas ardientes entre nosotros y en poco tiempo, las misivas eran verdaderos relatos eróticos que cruzaban por nuestras mentes y que soñábamos algún hiciéramos realidad.
Lamentablemente, por un descuido de mi querida novia, su madre descubrió una de mis cartas y al leerla, reaccionó violentamente contra ella intentando incluso, agredirla. Tere se defendió de aquel ataque maternal pero ya la crisis había comenzado. Su madre comunicó la noticia al padre de mi novia quien afortunadamente reaccionó de manera más pasiva. Por mi parte, también recibí las violentas palabras de la madre de Tere que se oponía definitivamente a nuestra relación. Su padre se acercó a mí y me declaró que él no estaba de acuerdo con lo nuestro pero si ella se sentía feliz junto a mí, no haría mayores problemas.
Al poco tiempo, y de manera inexplicable, la madre de Tere cedió en su argumento y fue cambiando hacia un tono más amable para con nosotros. Creo que, de algún modo, había llegado a aceptar la relación de su hija conmigo. Para mayor sorpresa, empezó a tomarme cierto aprecio y su trato hacia mí se torno más cálido y contemplativo, llegando incluso a preocuparse por las cosas de mi vida.
Cuando la crisis familiar que nos afectaba cesó, nuestra relación volvió a ser normal y a hacerse cada día más fuerte y estrecha. De algún modo habíamos conquistado terreno para expandir nuestro amor a horizontes más amplios.
No sé si lo pueda afirmar, pero de pronto me hice importante en la vida de Tere y su familia, en una agradable relación. En esta condición más estable y apacible, nuevamente regresaron a nuestras mentes, el deseo carnal y la ilusión de realizar definitivamente nuestra relación con la entrega sexual.
Así, nuestros encuentros íntimos volvieron a llenarse de excitación y deseo. Ya no tan sólo nos besábamos, sino que tocábamos nuestros cuerpos quedando presos de una gran exaltación. Todo esto tuvo como consecuencia, que nos estrecháramos cada día más, madurando nuestra relación en todos sus sentidos. Nos hicimos así, amigos, confidentes, cómplices y muchas cosas más. Sólo el sexo era algo que nos perturbaba y aún no habíamos alcanzado su plenitud, a pesar que dominaba plenamente nuestro pensamiento.
Una noche de sábado, luego de una fiesta de la escuela, tuvimos la oportunidad de estar bastante íntimos en una situación bastante especial. Regresábamos a casa en el coche de mi padre, cuando sentimos la tentación de detenernos frente a la costa mirando la playa que se ilumina en las noches de primavera. Muchas parejas en sus carros habían hecho lo mismo.
Durante algunos minutos, Tere y yo estuvimos mirando lo bello del lugar, mas en un instante, mi querida novia se abalanzó sobre mí, con abrazos y besos muy apasionados, lo que provocó que nuestras caricias fueran aumentando de tono. De pronto y casi sin darnos cuenta, nuestras manos buscaban las partes más sensibles de nuestros cuerpos.
Tere había abierto los botones de mi pantalón para liberar de su prisión a mi endurecido sexo. La noche y el ambiente contribuían igualmente a que fuéramos presas de una gran excitación, por lo que nos pasamos al asiento de atrás despojándonos de nuestras vestiduras. Luego de consolarnos sexualmente y otorgarnos divinos placeres, concluimos que de algún modo u otro, era imperioso que viviéramos nuestra sexualidad de manera más normal e intensa. Entonces nos prometimos mutuamente, encontrarnos pronto en algún lugar íntimo para hacer el amor sin las incomodidades de aquella situación antes descrita.
Abandonamos entonces aquella parada tan sexual y maravillosa, con la promesa de un pronto encuentro formal. Por desgracia esto no sucedió ya que sus padres se la llevaron a vivir para siempre a otra ciudad. Yo me quedé desolado y durante muchos años no pude enterrar estos momentos en el baúl de mis recuerdos olvidados.
SALUDOS
FRANCISCO PARDAVE
Al final del verano, Tere debía permanecer en casa de sus familiares por algunos días, mientras que yo debía regresar a mi casa esa misma noche. Por ello, consideramos que separarnos tan pronto era muy triste y decidimos pasar el día juntos, para despedirnos solamente cuando yo tomara el autobús de regreso. Así, fuimos a una hermosa playa donde calidamente transcurrió nuestra mañana, el lugar estaba casi desierto y aprovechamos cada momento de soledad para abrazarnos con ternura.
Por la tarde, decidimos acudir a un cine para ver un film romántico. En la oscuridad, entrelazamos nuestras manos para disfrutar de aquel momento de cálida unión. Salimos cuando la tarde ya caía y Tere me invitó a caminar a un parque muy discreto donde pasaríamos nuestros últimos momentos juntos; en aquel hermoso lugar, vimos el atardecer y a la luz de la luna, renovamos nuestras promesas de amor.
El momento de la despedida llegó y Tere me prometió que nos veríamos en menos de una semana. El momento fue muy triste para ambos pues la gloria de nuestro amor se veía quebrantada por la inesperada separación que nos afectaba. Pasaron varios días y ante su ausencia, me preguntaba si podría soportar tal carga emocional de extrañarla dolorosamente y sin remedio.
Cuando pensé que ya no la volvería a ver, recibí una increíble sorpresa al verla aparecer por mi casa. Nos encontramos y abrazamos efusivamente. Ante la presencia de mi madre salimos a caminar y no pude soportar el deseo de preguntarle por qué no había llegado antes como me lo había prometido, a lo que ella respondió que nole fue posible dada la presión de sus padres.
- Te extrañaba demasiado - dijo con leve tono de melancolía, deseaba estar contigo lo más pronto posible.
Aquellas palabras me enternecieron y me llevaron a contestar casi de igual modo.
Un extraño deseo de estar juntos nos poseía, un apetito de abrazarnos y besarnos infinitamente. Yo no había conocido hasta ese momento un amor con fuerza tal. Era una pasión incontrolable que me obsesionaba de manera permanente.
Llenos de ternura por nuestro feliz reencuentro, empezamos a buscar lugares solitarios e íntimos donde pudiéramos besarnos cada vez más con mayor pasión.
A partir de entonces, cada día nuestras almas se unían más y más consolidando una relación de gran estabilidad en todos los sentidos. Compartimos amistad y amor creando un mundo personal. Entonces algo nuevo surgió en nuestra relación, que despertaba y se hacía sentir cada vez más con mayor intensidad, algo que sentíamos en su magnitud... era el deseo carnal que despertaba con su ardiente mensaje. Comenzamos a platicar largamente sobre el tema del sexo., a veces en tono de broma y otras veces, con mucha seriedad.
El argumento fue en aumento, pues en nuestros momentos de intimidad, una gran excitación se apoderaba de nosotros. Aquella seducción física nos complacía y atormentaba a la vez pues no podíamos aún realizar el sexo en su plenitud y sólo quedábamos con una excitación terrible que se convertía en ardientes sueños nocturnos o interminables pensamientos sobre la eventualidad de hacer el amor ya en forma definitiva.
Poco tiempo después, empezamos a escribirnos cartas ardientes entre nosotros y en poco tiempo, las misivas eran verdaderos relatos eróticos que cruzaban por nuestras mentes y que soñábamos algún hiciéramos realidad.
Lamentablemente, por un descuido de mi querida novia, su madre descubrió una de mis cartas y al leerla, reaccionó violentamente contra ella intentando incluso, agredirla. Tere se defendió de aquel ataque maternal pero ya la crisis había comenzado. Su madre comunicó la noticia al padre de mi novia quien afortunadamente reaccionó de manera más pasiva. Por mi parte, también recibí las violentas palabras de la madre de Tere que se oponía definitivamente a nuestra relación. Su padre se acercó a mí y me declaró que él no estaba de acuerdo con lo nuestro pero si ella se sentía feliz junto a mí, no haría mayores problemas.
Al poco tiempo, y de manera inexplicable, la madre de Tere cedió en su argumento y fue cambiando hacia un tono más amable para con nosotros. Creo que, de algún modo, había llegado a aceptar la relación de su hija conmigo. Para mayor sorpresa, empezó a tomarme cierto aprecio y su trato hacia mí se torno más cálido y contemplativo, llegando incluso a preocuparse por las cosas de mi vida.
Cuando la crisis familiar que nos afectaba cesó, nuestra relación volvió a ser normal y a hacerse cada día más fuerte y estrecha. De algún modo habíamos conquistado terreno para expandir nuestro amor a horizontes más amplios.
No sé si lo pueda afirmar, pero de pronto me hice importante en la vida de Tere y su familia, en una agradable relación. En esta condición más estable y apacible, nuevamente regresaron a nuestras mentes, el deseo carnal y la ilusión de realizar definitivamente nuestra relación con la entrega sexual.
Así, nuestros encuentros íntimos volvieron a llenarse de excitación y deseo. Ya no tan sólo nos besábamos, sino que tocábamos nuestros cuerpos quedando presos de una gran exaltación. Todo esto tuvo como consecuencia, que nos estrecháramos cada día más, madurando nuestra relación en todos sus sentidos. Nos hicimos así, amigos, confidentes, cómplices y muchas cosas más. Sólo el sexo era algo que nos perturbaba y aún no habíamos alcanzado su plenitud, a pesar que dominaba plenamente nuestro pensamiento.
Una noche de sábado, luego de una fiesta de la escuela, tuvimos la oportunidad de estar bastante íntimos en una situación bastante especial. Regresábamos a casa en el coche de mi padre, cuando sentimos la tentación de detenernos frente a la costa mirando la playa que se ilumina en las noches de primavera. Muchas parejas en sus carros habían hecho lo mismo.
Durante algunos minutos, Tere y yo estuvimos mirando lo bello del lugar, mas en un instante, mi querida novia se abalanzó sobre mí, con abrazos y besos muy apasionados, lo que provocó que nuestras caricias fueran aumentando de tono. De pronto y casi sin darnos cuenta, nuestras manos buscaban las partes más sensibles de nuestros cuerpos.
Tere había abierto los botones de mi pantalón para liberar de su prisión a mi endurecido sexo. La noche y el ambiente contribuían igualmente a que fuéramos presas de una gran excitación, por lo que nos pasamos al asiento de atrás despojándonos de nuestras vestiduras. Luego de consolarnos sexualmente y otorgarnos divinos placeres, concluimos que de algún modo u otro, era imperioso que viviéramos nuestra sexualidad de manera más normal e intensa. Entonces nos prometimos mutuamente, encontrarnos pronto en algún lugar íntimo para hacer el amor sin las incomodidades de aquella situación antes descrita.
Abandonamos entonces aquella parada tan sexual y maravillosa, con la promesa de un pronto encuentro formal. Por desgracia esto no sucedió ya que sus padres se la llevaron a vivir para siempre a otra ciudad. Yo me quedé desolado y durante muchos años no pude enterrar estos momentos en el baúl de mis recuerdos olvidados.
SALUDOS
FRANCISCO PARDAVE
AMORES DE INTERNET
AMORES DE INTERNET
Nuestra historia comenzó en el Internet. Fue un día como todos en los que yo entraba a chatear un rato, conocía muchas amigas y amigos en la red y evitaba conocer gente de la capital, pero ese día fue diferente; yo saludé y me respondió una amiga del club que vivía en la ciudad. Conversamos más de tres horas; yo le dije que tenía que salir y ella me dio el teléfono de su trabajo y su nombre. Al día siguiente la llamé y desde ese día comenzamos a mantener comunicación telefónica y a escribirnos por Internet, eso fue por casi un mes, hasta que decidimos conocernos en persona, así que nos citamos a las 7 p.m. en un café cerca de la ciudad en que vivíamos, pero para ubicarnos, describimos como iríamos vestidos.
Bueno, llegó el momento: yo esperaba; veía pasar gente y no sabía si alguna era ella, hasta que una mujer se me acercó, de inmediato supe que era ella; me saludó y nos pusimos a conversar, era como si nos conociéramos desde hace mucho tiempo, había la misma química que habíamos sentido en la computadora. Fue una tarde-noche muy agradable; desde ese día, empezamos a mantener una relación amorosa muy discreta, nuestros encuentros eran muy felices para ambos, por desgracia, tuvimos algunos problemas y nos distanciamos por unas semanas, pero lo nuestro era más fuerte y regresamos.
Así pasó el tiempo y seguíamos viéndonos dos veces a la semana, pero lo nuestro no podía ser más que a escondidas, porque ella era casada. Nos prometimos que esto no nos afectara y ninguno pediría o exigiría al otro algo que no podría dar.
Después de un tiempo, ella se fue a trabajar a otra ciudad mas al norte, por tres meses, para mí los días se me hacían eternos y mi única ilusión era esperar que me llamara y saber que seguía pensando en mí. Por fin, un día me llamó por teléfono y me pidió que fuera a verla. Anduve con ella todo un fin de semana y fue algo tan maravilloso que creo que nunca lo olvidaré...
A su regreso, nuestra relación fue más intensa y nos veíamos casi todos los días, pero como no siempre sale todo como uno lo quiere, llegó el día en que me dijo que la habían trasladado junto con su esposo a una ciudad muy lejana y que tenía que irse. Para mi fue terrible el saber que nos separaríamos y no nos veríamos nunca mas.
Ahora la busco todas las noches por el chat o en mi casilla de correo del Internet, pero nunca me responde. Yo se que anda por ahí, en el inmenso mundo de las ondas electrónicas, tal vez tratando de contactar a otro que converse con en ella, ojalá lo encuentre.
Saludos
Francisco Pardavé
Nuestra historia comenzó en el Internet. Fue un día como todos en los que yo entraba a chatear un rato, conocía muchas amigas y amigos en la red y evitaba conocer gente de la capital, pero ese día fue diferente; yo saludé y me respondió una amiga del club que vivía en la ciudad. Conversamos más de tres horas; yo le dije que tenía que salir y ella me dio el teléfono de su trabajo y su nombre. Al día siguiente la llamé y desde ese día comenzamos a mantener comunicación telefónica y a escribirnos por Internet, eso fue por casi un mes, hasta que decidimos conocernos en persona, así que nos citamos a las 7 p.m. en un café cerca de la ciudad en que vivíamos, pero para ubicarnos, describimos como iríamos vestidos.
Bueno, llegó el momento: yo esperaba; veía pasar gente y no sabía si alguna era ella, hasta que una mujer se me acercó, de inmediato supe que era ella; me saludó y nos pusimos a conversar, era como si nos conociéramos desde hace mucho tiempo, había la misma química que habíamos sentido en la computadora. Fue una tarde-noche muy agradable; desde ese día, empezamos a mantener una relación amorosa muy discreta, nuestros encuentros eran muy felices para ambos, por desgracia, tuvimos algunos problemas y nos distanciamos por unas semanas, pero lo nuestro era más fuerte y regresamos.
Así pasó el tiempo y seguíamos viéndonos dos veces a la semana, pero lo nuestro no podía ser más que a escondidas, porque ella era casada. Nos prometimos que esto no nos afectara y ninguno pediría o exigiría al otro algo que no podría dar.
Después de un tiempo, ella se fue a trabajar a otra ciudad mas al norte, por tres meses, para mí los días se me hacían eternos y mi única ilusión era esperar que me llamara y saber que seguía pensando en mí. Por fin, un día me llamó por teléfono y me pidió que fuera a verla. Anduve con ella todo un fin de semana y fue algo tan maravilloso que creo que nunca lo olvidaré...
A su regreso, nuestra relación fue más intensa y nos veíamos casi todos los días, pero como no siempre sale todo como uno lo quiere, llegó el día en que me dijo que la habían trasladado junto con su esposo a una ciudad muy lejana y que tenía que irse. Para mi fue terrible el saber que nos separaríamos y no nos veríamos nunca mas.
Ahora la busco todas las noches por el chat o en mi casilla de correo del Internet, pero nunca me responde. Yo se que anda por ahí, en el inmenso mundo de las ondas electrónicas, tal vez tratando de contactar a otro que converse con en ella, ojalá lo encuentre.
Saludos
Francisco Pardavé
lunes, 17 de noviembre de 2008
A LAS DOCE DE LA NOCHE
A LAS DOCE DE LA NOCHE
Alfredo sabía que sus sentidos estaban esa noche muy exaltados. De eso él se había encargado, en sus más de cuarenta años de desarrollarlos. Sus estudios de Sicología y Medicina, le habían ayudado a conocer al prójimo, pero más allá de esto, su innata capacidad de llegar y de percibir a la gente lo había maravillado en más de una ocasión.
Fue precisamente en su cumpleaños cuando, rodeado de sus más íntimos amigos y su familia, dejó de sonreír por un instante, y, apartándose del bullicio que la gente generaba, se le vio meditabundo; en verdad se notaba que estaba como perdido en el insondable mundo de sus pensamientos.
Ese día y en esa precisa fecha, una voz que provenía del más allá le había anunciado la fecha de su muerte. Al instante comprendió que ese 2 de noviembre dejaría de existir; de nada le serviría comentarlo con sus invitados ya que nadie podría creerle y sólo lograría preocupar a las personas quienes más lo querían.
Guardó silencio y trató de disimular el miedo casi paralizante que lo invadía.
Despidió de todos los invitados y al encerrarse en su recámara, se le presentó la imagen de una mujer, casi indescriptible por su belleza y voluptuosidad, quien, con una voz susurrante volvió a repetirle la fecha: "2 de noviembre", desapareciendo casi al instante.
Desde ese instante, sintió que dejaría de ver a sus seres queridos; miraba con tristeza su habitación, sus libros, su álbum de fotos, su casa, su jardín; aquello que durante toda su vida lo había cobijado, y a lo que él tanto había amado.
A sabiendas que su estado de salud era óptimo, sabía que no volvería a ver la luz del día. Para esperar la muerte se puso a leer y a escuchar música y se resignó a observar el paso de las horas.
Cerca de las doce de la noche, a pesar que no fumaba, fue a su estudio en busca de cigarrillos; entró a la estancia poco iluminada; se sentó frente a su computadora y comenzó a mandar mensajes de despedida. Al servirse un café, una mujer rubia, de ojos claros y con mucho maquillaje, se acercó a él, le preguntó la hora, se sentó a su lado dejando entrever unas piernas hermosas; tenía un perfume fascinante. "Como el que una mujer desconocida le había impregnado en París hacía muchos años”, pensó él.
Ella - la mujer rubia-, casi sin hablarle, lo tomó de una mano y lo invitó a hacerle el amor; él se dejó llevar por el impulso mientras seguía pensando: "Vaya día de muertos". Varias horas pasaron hasta que ella le preguntó: "Eres Alfredo, ¿verdad?"
- Sí, exclamó él. ¿Cómo lo sabes?... ¿Quién eres?
Lo miró, iba a contestarle, cuando el reloj de la sala tocaba la última campanada de las 12 de la noche....
Saludos
Francisco Pardavé
Alfredo sabía que sus sentidos estaban esa noche muy exaltados. De eso él se había encargado, en sus más de cuarenta años de desarrollarlos. Sus estudios de Sicología y Medicina, le habían ayudado a conocer al prójimo, pero más allá de esto, su innata capacidad de llegar y de percibir a la gente lo había maravillado en más de una ocasión.
Fue precisamente en su cumpleaños cuando, rodeado de sus más íntimos amigos y su familia, dejó de sonreír por un instante, y, apartándose del bullicio que la gente generaba, se le vio meditabundo; en verdad se notaba que estaba como perdido en el insondable mundo de sus pensamientos.
Ese día y en esa precisa fecha, una voz que provenía del más allá le había anunciado la fecha de su muerte. Al instante comprendió que ese 2 de noviembre dejaría de existir; de nada le serviría comentarlo con sus invitados ya que nadie podría creerle y sólo lograría preocupar a las personas quienes más lo querían.
Guardó silencio y trató de disimular el miedo casi paralizante que lo invadía.
Despidió de todos los invitados y al encerrarse en su recámara, se le presentó la imagen de una mujer, casi indescriptible por su belleza y voluptuosidad, quien, con una voz susurrante volvió a repetirle la fecha: "2 de noviembre", desapareciendo casi al instante.
Desde ese instante, sintió que dejaría de ver a sus seres queridos; miraba con tristeza su habitación, sus libros, su álbum de fotos, su casa, su jardín; aquello que durante toda su vida lo había cobijado, y a lo que él tanto había amado.
A sabiendas que su estado de salud era óptimo, sabía que no volvería a ver la luz del día. Para esperar la muerte se puso a leer y a escuchar música y se resignó a observar el paso de las horas.
Cerca de las doce de la noche, a pesar que no fumaba, fue a su estudio en busca de cigarrillos; entró a la estancia poco iluminada; se sentó frente a su computadora y comenzó a mandar mensajes de despedida. Al servirse un café, una mujer rubia, de ojos claros y con mucho maquillaje, se acercó a él, le preguntó la hora, se sentó a su lado dejando entrever unas piernas hermosas; tenía un perfume fascinante. "Como el que una mujer desconocida le había impregnado en París hacía muchos años”, pensó él.
Ella - la mujer rubia-, casi sin hablarle, lo tomó de una mano y lo invitó a hacerle el amor; él se dejó llevar por el impulso mientras seguía pensando: "Vaya día de muertos". Varias horas pasaron hasta que ella le preguntó: "Eres Alfredo, ¿verdad?"
- Sí, exclamó él. ¿Cómo lo sabes?... ¿Quién eres?
Lo miró, iba a contestarle, cuando el reloj de la sala tocaba la última campanada de las 12 de la noche....
Saludos
Francisco Pardavé
AL AMANECER
Al amanecer de en un día muy frío, ¿sabes mi amor lo que yo anhelo?:
recorrer cada misterio de tu cuerpo y con mis manos deslizarme por tu pelo.
Quiero aprisionar a tu silueta, con el carbón ardiente de mis ojos,
como un pincel sobre la dulce tela para esculpir tu figura de guerrera.
Quisiera que mis labios se encendieran con el fuego sublime de tú boca
para estallar en un inmenso beso que cincelara la dureza de tu pecho.
Necesito sentir el aire tibio del aliento que escapa cual suspiro de tus labios
para acallar toda la angustia que me oprime e iluminarme con tu luz sublime.
Quiero abrazar tu talle de princesa al compás de tu vaivén de diosa
buscando por entre el centro de tu cuerpo el dulce-amargo de tu licor divino
Déjame acercarme por tu nuca, y estremecer tus oídos con mis besos
Para escalar la cuesta de tus pechos y reposar entre sus pezones majestuosos.
Quiero sentir como tu pulso se acelera, como tu cara se sonroja y como el ritmo de tu cuerpo se incrementa, anunciándome que la erupción de tu cuerpo ya se acerca
Con tus manos te aferras a mi espalda y tatúas con tus uñas tus deseos
Mientras mis labios se prenden de tus pechos, y mis piernas aprisionan a tus ansias
Mi boca deja tu boca y se desliza sediento hasta tus labios
Imitando a un tierno colibrí que liba todo el néctar de tu boca.
Ahora mi boca y labios buscan probar la dulzura de ellos, besándolos, deslizando la lengua al contorno de sus pezones, atrapándolos con mis labios y chupándolos como el colibrí absorbe el néctar de su flor, mientras mi s manos, trazan sus líneas al contorno de tu piernas buscando la redondez de tus suaves glúteos, que guardan tu puerta trasera.
Mis manos se dirigen a tu entre pierna, en busca de tu deseado túnel de amor, mientras mi labios están en tu vientre., mis manos separan tu piernas, dejando expuesta al belleza de tu entrada al túnel de amor, sin pensarlo, mi boca busca probar le néctar que segrega tu gruta, ese néctar calido, dulce, surge ese capullo de afrodita, como un dulce apetecido por un chiquillo, que sólo piensa en comerlo lamerlo y chuparlo.
Tu cuerpo empieza a temblar y sin duda alguna, pide fundirse con mi cuerpo. Tu gruta de amor, abre sus labios para recibir a mi miembro, semejante al mástil mayor del velero que navega por el océano de amor.
Siento como la punta de mi sexo se abre camino entre los labios de tu túnel, entre las paredes ardientes de tu gruta, y como lo arropa tu interior y lo atrapa, como la flor que atrapa su insecto para devorarlo entero.
En un moviendo circular y de vaivén, mi mástil recorre el interior de tu gruta, se moja en el liquido calido de tu néctar, mientras tu cuerpo se retuerce en movimientos de placer, y cada segundo el interior de tu gruta desea devorar mas de mi mástil, y siento como su interior se contrae, para no dejarle escapar.
Mi mástil esta a punto de estallar, pero sabe que aun le falta explorar otra gruta, esa gruta prohibida, estrecha, pero aun así calida y deseada por muchos. Tu puerta trasera
Mi mástil sale de tu gruta y va en busca de explorar esa pequeña gruta prohibida, tu me dices que tenga cuidado, porque es frágil. Mis manos separar las hermosas y suaves montañas que le guardan celosamente, uno de los dedos palpa, la entrada rosada de tu gruta y siente la estrechez, trata de entrar, se dificulta un poco, pero logra abrirse paso.
Luego mi lengua humedece su contorno, tratando de abrirse paso en su interior, ahora siento el palpitar de mi corazón en mi mástil, como queriendo decir, que es hora de que el abra paso a través de su estrecha entrada.
Mis manos te toman de tus caderas y levantan tus montañas carnosas y las separan para dejar libre la abertura de tu gruta prohibida., dirijo la cabeza de mi mástil a su entrada. Se resiste abrirse, por instinto, por ser su primera vez. Derramo sobre su base un poco de aceite, para facilitar su recorrido, empujo, suave y firmemente, tu gimes. se siente la estreches de tu gruta, te duele un poco, lo se por tu quejido, pero dices que siga.
Mi mástil trata de acostumbrarse a esa sensación de estreches. Siento como el palpitar de los corazones se unen en el punto de tu estrecha entrada. Empujo un poco más y mi mástil se hunde un poco más, comenzando a explorar la nueva profundidad, nunca antes explorada. Me dejo llevar por el calor y el deseo y empujo mas fuerte, te arqueas, dices, que mas suave, pero sigo con mi movimiento. Hasta el fondo, gimes, un sudor recorre tu cuerpo. Me detengo. Es una nueva sensación, muy exquisita. Comienzo el vaivén, entro y salgo de tu estrecha gruta. Hasta que tu cuerpo y mi cuerpo se convierten en uno.
Ya no aguanto más la presión y mi mástil explota en tu interior, derramando en cada pared de tu gruta su ardiente liquido. Mientras tú, te arqueas y gritas y gimes de locura.
Al amanecer de en un día muy frío, ¿sabes mi amor lo que yo anhelo?:
recorrer cada misterio de tu cuerpo y con mis manos deslizarme por tu pelo.
Quiero aprisionar a tu silueta, con el carbón ardiente de mis ojos,
como un pincel sobre la dulce tela para esculpir tu figura de guerrera.
Quisiera que mis labios se encendieran con el fuego sublime de tú boca
para estallar en un inmenso beso que cincelara la dureza de tu pecho.
Necesito sentir el aire tibio del aliento que escapa cual suspiro de tus labios
para acallar toda la angustia que me oprime e iluminarme con tu luz sublime.
Quiero abrazar tu talle de princesa al compás de tu vaivén de diosa
buscando por entre el centro de tu cuerpo el dulce-amargo de tu licor divino
Déjame acercarme por tu nuca, y estremecer tus oídos con mis besos
Para escalar la cuesta de tus pechos y reposar entre sus pezones majestuosos.
Quiero sentir como tu pulso se acelera, como tu cara se sonroja y como el ritmo de tu cuerpo se incrementa, anunciándome que la erupción de tu cuerpo ya se acerca
Con tus manos te aferras a mi espalda y tatúas con tus uñas tus deseos
Mientras mis labios se prenden de tus pechos, y mis piernas aprisionan a tus ansias
Mi boca deja tu boca y se desliza sediento hasta tus labios
Imitando a un tierno colibrí que liba todo el néctar de tu boca.
Ahora mi boca y labios buscan probar la dulzura de ellos, besándolos, deslizando la lengua al contorno de sus pezones, atrapándolos con mis labios y chupándolos como el colibrí absorbe el néctar de su flor, mientras mi s manos, trazan sus líneas al contorno de tu piernas buscando la redondez de tus suaves glúteos, que guardan tu puerta trasera.
Mis manos se dirigen a tu entre pierna, en busca de tu deseado túnel de amor, mientras mi labios están en tu vientre., mis manos separan tu piernas, dejando expuesta al belleza de tu entrada al túnel de amor, sin pensarlo, mi boca busca probar le néctar que segrega tu gruta, ese néctar calido, dulce, surge ese capullo de afrodita, como un dulce apetecido por un chiquillo, que sólo piensa en comerlo lamerlo y chuparlo.
Tu cuerpo empieza a temblar y sin duda alguna, pide fundirse con mi cuerpo. Tu gruta de amor, abre sus labios para recibir a mi miembro, semejante al mástil mayor del velero que navega por el océano de amor.
Siento como la punta de mi sexo se abre camino entre los labios de tu túnel, entre las paredes ardientes de tu gruta, y como lo arropa tu interior y lo atrapa, como la flor que atrapa su insecto para devorarlo entero.
En un moviendo circular y de vaivén, mi mástil recorre el interior de tu gruta, se moja en el liquido calido de tu néctar, mientras tu cuerpo se retuerce en movimientos de placer, y cada segundo el interior de tu gruta desea devorar mas de mi mástil, y siento como su interior se contrae, para no dejarle escapar.
Mi mástil esta a punto de estallar, pero sabe que aun le falta explorar otra gruta, esa gruta prohibida, estrecha, pero aun así calida y deseada por muchos. Tu puerta trasera
Mi mástil sale de tu gruta y va en busca de explorar esa pequeña gruta prohibida, tu me dices que tenga cuidado, porque es frágil. Mis manos separar las hermosas y suaves montañas que le guardan celosamente, uno de los dedos palpa, la entrada rosada de tu gruta y siente la estrechez, trata de entrar, se dificulta un poco, pero logra abrirse paso.
Luego mi lengua humedece su contorno, tratando de abrirse paso en su interior, ahora siento el palpitar de mi corazón en mi mástil, como queriendo decir, que es hora de que el abra paso a través de su estrecha entrada.
Mis manos te toman de tus caderas y levantan tus montañas carnosas y las separan para dejar libre la abertura de tu gruta prohibida., dirijo la cabeza de mi mástil a su entrada. Se resiste abrirse, por instinto, por ser su primera vez. Derramo sobre su base un poco de aceite, para facilitar su recorrido, empujo, suave y firmemente, tu gimes. se siente la estreches de tu gruta, te duele un poco, lo se por tu quejido, pero dices que siga.
Mi mástil trata de acostumbrarse a esa sensación de estreches. Siento como el palpitar de los corazones se unen en el punto de tu estrecha entrada. Empujo un poco más y mi mástil se hunde un poco más, comenzando a explorar la nueva profundidad, nunca antes explorada. Me dejo llevar por el calor y el deseo y empujo mas fuerte, te arqueas, dices, que mas suave, pero sigo con mi movimiento. Hasta el fondo, gimes, un sudor recorre tu cuerpo. Me detengo. Es una nueva sensación, muy exquisita. Comienzo el vaivén, entro y salgo de tu estrecha gruta. Hasta que tu cuerpo y mi cuerpo se convierten en uno.
Ya no aguanto más la presión y mi mástil explota en tu interior, derramando en cada pared de tu gruta su ardiente liquido. Mientras tú, te arqueas y gritas y gimes de locura.
ABSURDA VENGANZA
ABSURDA VENGANZA
Con el alma fugada de mi cuerpo, vi como aquella bella mujer se iba desvaneciendo tras el horizonte sin hacer caso a mis voces, después de que la cólera había expulsado de mis labios aquellas palabras insultantes.
Sentí que huía como una presa acechada por una feroz y carnicera fiera. Corría sin mirar hacia atrás huyendo del sombrío depredador, temerosa de que un zarpazo pudiera arrebatarle la vida. Así pasó por última vez a mi lado, llevándose con su aroma todos mis sueños y mi aliento.
Cuando la conocí meses atrás, su actitud desafiante me agradó, como pudo haberme gustado el sabor ardiente de un buen tequila; era interesante, llamativa, casi una deidad en aquel desolado mundo en el que yo vivía. Y al tiempo en que atrajo mi atención, me propuse hacerla mía hasta que ese deseo llegó a obsesionarme por completo.
Después de muchos intentos pensé que por fin la había conquistado; sin embargo, sin decir palabra un día abandono mi lecho. Ahora no puedo evocar su rostro ni siento la tersura de su piel entre mis manos, pero por aquella afrenta a mi orgullo, juré que algún día podría hacerla víctima de mi venganza.
Ahora recuerdo que empezó a charlar con él, pero pensé que aquel individuo tan afeminado no representaba ninguna clase de competencia para mí, aunque después se convirtió en una plaga que destruía todos los momentos placenteros de nuestra convivencia.
El mundo entero comenzó a girar en torno a ella y me dejé envolver; no obstante, nunca pude encontrar el ardid adecuado para apoderarme plenamente de su esencia y me consumía a la espera del instante exacto en el cual pudiera atacar y ganar la guerra, pero ese momento nunca llegó.
Lentamente mis acciones se convirtieron en esclavas suyas, bastaba una palabra, un gesto, una breve insinuación para que yo obedeciera hasta sus más absurdos deseos. Ella levantaba un dedo y yo asentía.
Después de que se fue, tuvieron que transcurrir muchos años, antes de un encuentro repentino nos pusiera frente a frente; a primera vista no pudimos reconocernos: el vello cubría mi rostro y el cabello disfrazaba mi existencia, y aunque el tiempo había respetado su belleza la luz de sus ojos se había casi opacado.
Fue entonces cuando pude llevar al cabo mi desquite, le clavé los ojos como un puñal y apartándola de mí le pedí que se marchara. Ahora sé que no volveré a verla, porque prefiero llenar mis manos con su ausencia y mi mente con el dolor de mi absurda venganza.
Con el alma fugada de mi cuerpo, vi como aquella bella mujer se iba desvaneciendo tras el horizonte sin hacer caso a mis voces, después de que la cólera había expulsado de mis labios aquellas palabras insultantes.
Sentí que huía como una presa acechada por una feroz y carnicera fiera. Corría sin mirar hacia atrás huyendo del sombrío depredador, temerosa de que un zarpazo pudiera arrebatarle la vida. Así pasó por última vez a mi lado, llevándose con su aroma todos mis sueños y mi aliento.
Cuando la conocí meses atrás, su actitud desafiante me agradó, como pudo haberme gustado el sabor ardiente de un buen tequila; era interesante, llamativa, casi una deidad en aquel desolado mundo en el que yo vivía. Y al tiempo en que atrajo mi atención, me propuse hacerla mía hasta que ese deseo llegó a obsesionarme por completo.
Después de muchos intentos pensé que por fin la había conquistado; sin embargo, sin decir palabra un día abandono mi lecho. Ahora no puedo evocar su rostro ni siento la tersura de su piel entre mis manos, pero por aquella afrenta a mi orgullo, juré que algún día podría hacerla víctima de mi venganza.
Ahora recuerdo que empezó a charlar con él, pero pensé que aquel individuo tan afeminado no representaba ninguna clase de competencia para mí, aunque después se convirtió en una plaga que destruía todos los momentos placenteros de nuestra convivencia.
El mundo entero comenzó a girar en torno a ella y me dejé envolver; no obstante, nunca pude encontrar el ardid adecuado para apoderarme plenamente de su esencia y me consumía a la espera del instante exacto en el cual pudiera atacar y ganar la guerra, pero ese momento nunca llegó.
Lentamente mis acciones se convirtieron en esclavas suyas, bastaba una palabra, un gesto, una breve insinuación para que yo obedeciera hasta sus más absurdos deseos. Ella levantaba un dedo y yo asentía.
Después de que se fue, tuvieron que transcurrir muchos años, antes de un encuentro repentino nos pusiera frente a frente; a primera vista no pudimos reconocernos: el vello cubría mi rostro y el cabello disfrazaba mi existencia, y aunque el tiempo había respetado su belleza la luz de sus ojos se había casi opacado.
Fue entonces cuando pude llevar al cabo mi desquite, le clavé los ojos como un puñal y apartándola de mí le pedí que se marchara. Ahora sé que no volveré a verla, porque prefiero llenar mis manos con su ausencia y mi mente con el dolor de mi absurda venganza.
De pronto me descubro hundido en unos ojos negros
Tan profundos que ni siquiera me imagino como puedo regresar
Son tan tristes, tan oscuros que su lobreguez me duele
Ellos fueron los que me encontraron
vagando entre siniestros parajes
sabiendo que me atraparían
y que yo no podría nunca escapar
Se detuvieron en mí mirada
Quizás cansados de otear de un lado a otro y
tratando de contar sus secretos a otros ojos ardientes y salvajes
Hace muchos años, en el mercado de un viejo puerto del norte de África, encontré a una mujer que vendía flores mostrando sólo unos cuantos pétalos de diferentes colores en sus manos sorprendentemente tatuadas.
Cuando me topé con ella yo llevaba un par de horas felizmente perdido en el tejido irregular de las callejuelas. Experimentaba esa forma de embriaguez que ofrecen los laberintos al enfrentarnos a lo indeterminado, al hacer de cada paso la puerta hacia una aventura. En cuanto me vio, vino directamente hacia mí. Su mirada en el rostro velado era altamente expresiva. Como si me gritara desde lejos con los ojos. Caminó unos quince pasos fijándome en sus pupilas negras sin un pestañeo. Pero un par de metros antes de estar a distancia de hablarme bajó la mirada un instante hacia sus manos extendidas. Vi los pétalos de colores y noté que rompía un par de ellos con dos dedos. Cuando levantó la mirada pasó lentamente a mi lado casi rozándome sin voltear un segundo a verme de nuevo. Después de venderme un par de ramos, me ofreció mostrarme al día siguiente su Jardín Interno. Los poetas se refieren a él para hablar tanto del corazón de sus amadas como del sexo atesorado y misterioso, promesa de placeres y reto para el jardinero que pacientemente lo siembra y lo cultiva. La proposición de la vendedora de flores me mantuvo sin dormir casi toda la noche.
Llegué antes y cuando ella se apareció, la seguí por un camino tan complicado que nunca podría tomarlo de nuevo. Era como un hueco oculto en ese punto donde el tiempo y el espacio se vuelven como espejos. Mientras avanzábamos yo observaba sus gestos lentos y sensuales, adivinando extrañamente su cuerpo debajo de una montaña de telas onduladas que se volvían muy expresivas con sus movimientos. Era un arreglo aparentemente natural pero ideado con un riguroso plan de recato extremo y también extrema coquetería, ya que sin duda, logra mostrar con terrible fuerza sugerida lo que burdamente esconde: la sensualidad deseable de la mujer obvia e intensamente deseante, viva.
Cuando al fin llegamos su jardín resultó ser un fresco y breve huerto de frutas y flores, inesperado entre pasillos estrechos de geometría aparentemente caprichosa, dentro de una bellísima casa cubierta de azulejos, también insospechada entre las callejuelas del puerto. No volví a salir de ahí hasta que ella lo decidió. Durante poco más de dos semanas fui, feliz y asombrado a cada instante, era su prisionero.
Una mañana me despertó con palabras en vez de hacerlo con las manos o con la boca como todos los días.
-¿Quieres observar mis tatuajes?
Le dije que sí. Eran grabados del tinte hecho de esa planta del desierto que según el Corán se encontraba en el paraíso al lado de los dátiles y las palmeras. Formaban una asombrosa geometría, como un jardín perfecto en todo su cuerpo. Y era una forma de estar vestida con ropa de piel. Un manto de imágenes que creaban alrededor de ese cuerpo un espacio prácticamente sagrado; donde ella era mi diosa nueva y mí experimentada sacerdotisa; un espacio único, trascendente.
Ahora, aún conservo y admiro una fotografía de su cuerpo desnudo cubierto totalmente de tatuajes que colgaba al fondo de su mullida cama cubierta con almohadones de filigrana. Era evidente que quien tomó la fotografía le pidió que mostrara sin recato las ondulaciones de su cuerpo. Al preguntarle que cuándo se la habían tomado me respondió:
-No soy yo, es mi bisabuela.
La convencí de que me permitiera hacerle una copia para mí.
-Bueno, así me vas a tener sin tenerme. Voy a ser para ti como un sueño nuevo en una fotografía impresa antes de que los dos naciéramos: como un Jardín Interno nuestro muy escondido en un tiempo que no vivimos; un jardín en tus ojos. Sólo tú me podrás ver donde no estoy --me dijo sonriendo y ocultó su rostro, dejando ver solamente esos ojos negros que se gravaron para siempre en el fondo de mi alma…
Tan profundos que ni siquiera me imagino como puedo regresar
Son tan tristes, tan oscuros que su lobreguez me duele
Ellos fueron los que me encontraron
vagando entre siniestros parajes
sabiendo que me atraparían
y que yo no podría nunca escapar
Se detuvieron en mí mirada
Quizás cansados de otear de un lado a otro y
tratando de contar sus secretos a otros ojos ardientes y salvajes
Hace muchos años, en el mercado de un viejo puerto del norte de África, encontré a una mujer que vendía flores mostrando sólo unos cuantos pétalos de diferentes colores en sus manos sorprendentemente tatuadas.
Cuando me topé con ella yo llevaba un par de horas felizmente perdido en el tejido irregular de las callejuelas. Experimentaba esa forma de embriaguez que ofrecen los laberintos al enfrentarnos a lo indeterminado, al hacer de cada paso la puerta hacia una aventura. En cuanto me vio, vino directamente hacia mí. Su mirada en el rostro velado era altamente expresiva. Como si me gritara desde lejos con los ojos. Caminó unos quince pasos fijándome en sus pupilas negras sin un pestañeo. Pero un par de metros antes de estar a distancia de hablarme bajó la mirada un instante hacia sus manos extendidas. Vi los pétalos de colores y noté que rompía un par de ellos con dos dedos. Cuando levantó la mirada pasó lentamente a mi lado casi rozándome sin voltear un segundo a verme de nuevo. Después de venderme un par de ramos, me ofreció mostrarme al día siguiente su Jardín Interno. Los poetas se refieren a él para hablar tanto del corazón de sus amadas como del sexo atesorado y misterioso, promesa de placeres y reto para el jardinero que pacientemente lo siembra y lo cultiva. La proposición de la vendedora de flores me mantuvo sin dormir casi toda la noche.
Llegué antes y cuando ella se apareció, la seguí por un camino tan complicado que nunca podría tomarlo de nuevo. Era como un hueco oculto en ese punto donde el tiempo y el espacio se vuelven como espejos. Mientras avanzábamos yo observaba sus gestos lentos y sensuales, adivinando extrañamente su cuerpo debajo de una montaña de telas onduladas que se volvían muy expresivas con sus movimientos. Era un arreglo aparentemente natural pero ideado con un riguroso plan de recato extremo y también extrema coquetería, ya que sin duda, logra mostrar con terrible fuerza sugerida lo que burdamente esconde: la sensualidad deseable de la mujer obvia e intensamente deseante, viva.
Cuando al fin llegamos su jardín resultó ser un fresco y breve huerto de frutas y flores, inesperado entre pasillos estrechos de geometría aparentemente caprichosa, dentro de una bellísima casa cubierta de azulejos, también insospechada entre las callejuelas del puerto. No volví a salir de ahí hasta que ella lo decidió. Durante poco más de dos semanas fui, feliz y asombrado a cada instante, era su prisionero.
Una mañana me despertó con palabras en vez de hacerlo con las manos o con la boca como todos los días.
-¿Quieres observar mis tatuajes?
Le dije que sí. Eran grabados del tinte hecho de esa planta del desierto que según el Corán se encontraba en el paraíso al lado de los dátiles y las palmeras. Formaban una asombrosa geometría, como un jardín perfecto en todo su cuerpo. Y era una forma de estar vestida con ropa de piel. Un manto de imágenes que creaban alrededor de ese cuerpo un espacio prácticamente sagrado; donde ella era mi diosa nueva y mí experimentada sacerdotisa; un espacio único, trascendente.
Ahora, aún conservo y admiro una fotografía de su cuerpo desnudo cubierto totalmente de tatuajes que colgaba al fondo de su mullida cama cubierta con almohadones de filigrana. Era evidente que quien tomó la fotografía le pidió que mostrara sin recato las ondulaciones de su cuerpo. Al preguntarle que cuándo se la habían tomado me respondió:
-No soy yo, es mi bisabuela.
La convencí de que me permitiera hacerle una copia para mí.
-Bueno, así me vas a tener sin tenerme. Voy a ser para ti como un sueño nuevo en una fotografía impresa antes de que los dos naciéramos: como un Jardín Interno nuestro muy escondido en un tiempo que no vivimos; un jardín en tus ojos. Sólo tú me podrás ver donde no estoy --me dijo sonriendo y ocultó su rostro, dejando ver solamente esos ojos negros que se gravaron para siempre en el fondo de mi alma…
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